Por estos días, la selva venezolana ha sido noticia, desgraciadamente, por hechos de violencia ocurridos en contra de las comunidades autóctonas que habitan en el estado Bolívar, colindante con Brasil. Pero no todo en nuestra jungla y sus pueblos aledaños es desolación, expolio y muerte. Nuestra espesura tropical es un lugar misterioso, de belleza exuberante, cargado de historias y leyendas y famoso por su tradición misionera.
Desde tiempos inmemoriales, congregaciones religiosas católicas –antes, benedictinos, dominicos y franciscanos; hoy especialmente los salesianos- han llegado a esos confines para acompañar a los aborígenes, hacer vida con ellos y proveerles la asistencia en salud y educación que tanto han requerido pero, sobre todo, para aprender de ellos. Hoy, los defienden y animan a continuar adelante en la defensa de su forma de vida y sus tradiciones y en la preservación de sus entornos naturales.
Hay un sitio muy especial que atrae a turistas y aventureros, a viajeros e investigadores y hasta ha servido para solaz y descanso a presidentes de le República, atrapados por su fascinación. Kavanayen es imponente y serena, tranquila y apacible, ideal para el turista que busca descanso y liberación de la tensión citadina. Muy acogedora, cuenta entre los atractivos de la zona a los tepuyes, siendo además Kavanayen el punto de partida para las excursiones al Salto Karuay, Salto Hueso y al Sororopán-tepuy.
Kavanayen / Shutterstock-Paolo Costa
La iglesia, y los edificios hechos de piedras brindan a la Misión una estructura equilibrada y de agradable visión turística, además de la calidez de sus habitantes. Las construcciones de la comunidad, la mayoría, y de acuerdo a una norma común, también fueron hechas con piedras de la zona; lo cual ha logrado crear un efecto de simetría arquitectónica poco común en un centro poblado. Todas las calles son de tierra, aunque algunas tienen aceras de cemento. Al frente de la iglesia hay una gran plaza central, arbolada, que sirve como lugar de encuentro y celebración para los habitantes de la comunidad.
Nuestra Gran Sabana guarda entre sus grandes extensiones de tierras algunos de los rincones más espectaculares de nuestro país. Entre ellos se encuentra la Misión de Santa Teresita de Kavanayén, un pequeño poblado de pemones fundado en 1943 por misioneros capuchinos.
La Misión de Santa Teresita de Kavanayén fue erigida en agosto del año 1943 por misioneros capuchinos. Está ubicada sobre una amplia altiplanicie en las estribaciones del Sororopán-tepuy, en la cuenca alta del río Caroní, Municipio Gran Sabana del Estado Bolívar, y es el hogar de miembros de la etnia pemón.
El nombre de Kavanayen proviene de dos términos de la lengua pemón: “Kavanaru”, que identifica al Gallito de Las Rocas (Rupicola rupicola), un ave espectacular de brillante color anaranjado, con cresta del mismo color y en forma de abanico que abunda en la Gran Sabana, y la desinencia “Den” o “Yen” que significa recipiente o lugar donde hay.
Siendo así, Kavanayen significa “lugar en donde hay Gallitos de Rocas”.
Destaca en el paisaje el impresionante Santuario de Santa Teresita de Kavanayén, atractivo principal del lugar, a cuyos lados se prolonga con un par de edificaciones en las que funcionan: la Misión Capuchina que brinda alojamiento a turistas, y la Confraternidad de las Hermanas Franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús.
Kavanayen / Elias Rodriguez Azcarate
Al frente de la iglesia hay una amplia plaza, con vistosos árboles y una imponente Cruz en el centro. Esta plaza representa un lugar de intercambio y celebración para los pobladores de la comunidad. Además, en Kavanayen hay restaurantes, posadas, hotel, dispensario médico, pista de aterrizaje, área para acampar con baños, escuela, un Núcleo de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador – Instituto Pedagógico Rural “El Mácaro”, así como también una Casona Presidencial de la CVG que fue construida en el mandato de Rafael Caldera quien también donó, en 1998, un preescolar a la comunidad indígena pemón.
Cuenta en su blog Lourdes Denis Santana que en la primera mitad del siglo XX, se fueron creando Casas-Misión en las zonas indígenas, las cuales paulatinamente se transformaron en Centros Misionales. En la Gran Sabana fueron creadas las de Santa Elena de Guairén, Misión de Luepa (cerrada por la esterilidad del suelo) y Santa Teresita de Kavanayen.
Según narran algunos autores, en 1940 llegó a Luepá el padre misionero Benigno de Fresnellino con proyectos para un nuevo Centro para sustituir a este caserío pues se hacía insostenible su mantenimiento, por la pobreza del suelo. Tras algunas expediciones, el Centro Misional de Luepá fue trasladado a Kavanayen en 1942. Ese año llegaron los misioneros Cesáreo de Armellada y Víctor de Carbajal quienes se residenciaron en Kavanayen y fueron artífices de las diversas construcciones y obras que existen en la actualidad, edificios de los internados, pista de aterrizaje, laguna artificial, molino de viento, turbina hidroeléctrica, y hasta una radioemisora.
Al estar enclavada sobre una altiplanicie bastante elevada, la vista sobre la sabana es inmejorable. Si se topa con un anciano del lugar le dirá los nombres de cada tepuy visible en la distancia. La gente de la comunidad es muy amable. De repente, en la ruta, en medio de la nada, verá una panadería, Kanovik, cuya comida es sorprendentemente buena, el pan y los dulces, excelentes. Unos diez kilómetros más adelante, luego de cruzar el río Parupa, encontrarán el desvío que lleva hacia Iboriwo (Liwö-Riwö), unos diez kilómetros al sur. Iboriwo es un pequeño caserío pemón a orillas del río Aponwao. Allí se contratan las curiaras a motor que le llevarán al Chinak-Merú o Salto Aponwao. Los pemones son amables anfitriones y hábiles guías de excursiones.
Torón-merú, una de las más hermosas caídas de agua de La Gran Sabana, la cual se precipita sobre una amplia cornisa escalonada en medio del verdor de la selva. En la base del salto hay una poza ideal para bañarse. Transitar por esta ruta es algo difícil por lo que usualmente se llega en vehículos de tracción.
Es la parte amable e inolvidable de nuestra selva. Dicen que la sabana es lugar de avistamiento de ovnis pero, en realidad, lo único que verá es una naturaleza desbordante de vida y hermosura y un “duende” que la custodia: una quebrada que desciende por el declive sur de la meseta del Sororopán-Tepui, en la Sierra de Lema y a la cual la zona debe su nombre: Kavanayen.