Parada frente a los icónicos bloques de El Silencio, conmueve la imagen: Paulina Villanueva le da la espalda a la obra suscrita por su padre para compartir con el centenar de caracadictos congredados allí —siete minutos que se convierten en un viaje asombroso—, la historia de esa primigenia obra de la modernidad y la arquitectura social, tópicos que derivan en vocación para el celebérrimo Carlos Raúl Villanueva. En esencial distintivo de su trabajo.
Los citadinos acuden al llamado de CCS City 450, para rastrear Caracas, donde quiera que esté, y hacerla propia. En este primer punto de la serie de doce recorridos previstos —doce mañanas de sábado que comprometen con la ciudad y ejercitan la ciudadanía—, los participantes admiten que están fascinados. Asombra la belleza invicta del ritmo continuo de las arcadas que sostienen la fachada de los famosos bloques de El Silencio; refresca el gorgoteo acuático de las toninas de Narváez.
Y sorprende cuando la también arquitecta Paulina Villanueva da cuenta de las hondas excavaciones que fue menester hacer, 20 metros a lo profundo; de la quebrada embaulada, ay; y del trabajo veloz —¡dos meses para alzar aquella novedad!— dirigido por el señero arquitecto, su dilecto maestro. Consterna también cuando revela que el diseño de los bloques contempla patios interiores y ventanales desde los puestos de la lavandería cosa que las madres —o los padres, cualquiera puede lavar— vigilaran los juegos de los pequeños en el patio común, allá abajo.
Carlos Raúl Villanueva
Arquitectura con dimensión humana, y siempre de interés social, reitera Paulina Villanueva que la creatividad de su padre “sirvió a la educación: ahí está la Ciudad Universitaria; al arte, allí está el Museo de Bellas Artes; a la sociedad, aquí están estos edificios”. Que nunca escatimaría Carlos Raúl Villanueva en calidad de hechura, como tampoco sería displicente a la hora de aprovechar los espacios con una original disposición de la construcción a favor de la convivencia. Y que mucho menos haría distingos según el habitante de su obra. “Papá trabajó siempre para el estado, en el Banco Obrero, siempre le interesó más la ciudad y la vida de los caraqueños que hacer una casa en particular para un cliente”.
Profesor como ella, el gran hacedor diría, no obstante, que su mejor obra de arquitectura fue el puente espiritual que estableció con sus alumnos. Una vecina, residente de un apartamento que señala como el de las flores rojas que se ven en el balcón, confirma entonces con su testimonio lo que ha dicho Paulina Villanueva y corrobora la amplitud y comodidad de los apartamentos y da cuenta del embeleso que le produce vivir allí y ver, a cualquier hora, el Ávila, las emblemáticas torres de El Silencio, y la fuente de Narváez, con su sonido consolador. También se conversa sobre el nombre de El Silencio, vinculado a la mudez que se impuso en la bulliciosa zona cuando la peste; y, ejercicio de memoria mediante, no pocos reconocen en lo que es el punto de partida de la jornada, la Plaza OLeary, que este fue consensuado lugar de encuentro de los caraqueños desde mediados del siglo XX, y que fue en ese espacio imán donde los líderes políticos de entonces lanzaban sus arengas en mítines que promovían la democracia, por cierto, con discursos hilados y seductor verbo.
Hay que voltear ahora. Lo que se yergue en la esquina noreste, es el redondo Teatro Junín —suscrito por los arquitectos John y Drew Eberson, 1946-1949— inaugurado una noche, a las 9, con la película La cenicienta de los estudios Disney. Ahora convertido en espacio de proselitismo, mantiene la teatral pasamanería, no sus funciones. “Es lamentable que la ciudad al convertir el Este en quimera abandonara el Centro, muchos edificios quedaran de alguna manera huérfanos, y tengan solo vida en horario de oficina”, añadirá después el arquitecto y estudioso de la historia de los cines caraqueños Nikolaij Sidorkovs. “Las fotos de la época registran a las damas ataviadas con vestidos de gala y a los caballeros de flux y pajarita llegando al Junín”.
Teatro Junín
Caminata que abarca en la agenda del día la llamada Ciudad Histórica, los participantes, zapatos bajos y viseras, son una masa entusiasmada con la ocurrencia de la Fundación Espacio, referente de arquitectura caraqueña. Dirigida por los profesores de la Simón Franco Micucci y Aliz Mena, se suma la también arquitecto María Isabel Peña, profesora de la Central, para darle forma al proyecto llamado CCS City 450, una ofrenda a la ciudad que incluye en su agenda la docena de recorridos programados y un concurso que ha premiado diez sugerencias de uso del espacio público, que serán ejecutados.
El cuaderno de rutas concebidas por CCS City 450 parte del damero fundacional y alrededores, donde el valle comenzó a ser Caracas. Y la siguiente estación es la Plaza Caracas. María Isabel Peña se detiene frente al mural de Guayasamín —Homenaje al hombre americano—, el artista plástico ecuatoriano que recibiera no poco apoyo de Nelson Rockefeller, el emprendedor estadounidense que se enamoró de Caracas: aquí invirtió y aquí pasó su luna de miel. Urge querer el espacio público, es el comentario de todos: las míticas torres de El Silencio —obra de Cipriano Domínguez—, no exhiben su mejor rostro. Obra que se descifra en lenguaje moderno, inspiradas en Le Corbusier y con guiños al Rockefeller Center, las torres gemelas vernáculas parecen venidas a menos.
Viraje. Ahora junto al Palacio de las Academias, es un goce entrar en el Museo de Caracas, sitio de energías históricas, allí se dio misa, allí se reunieron los venezolanos en convocatoria rebelde para torcer su destino de colonia. William Rodríguez, 22 años de trabajo con el público, corrige la creencia de que el 5 de julio se declaró la independencia. “Desde el 3 comenzaron las deliberaciones y luego ese día se acordó su declaración, pero no se firma el acta entonces, la termina de redactar Juan Germán Roscio el 7 y luego la suscriben los patriotas a favor del movimiento emancipador”. Encerrada en vidrio, provoca suspiros otra página fundamental del devenir patrio, una escrita un año antes, el acta del 19 de abril de 1810. El libro abierto que la contiene parece que estuviera vivo, llama la atención. Sesión de fotos, preguntas, la Historia negándose a ser pasado —¿cuándo lo es?—, los caracadictos dejan el arbolado patio interior, rincón urbano que deviene hallazgo para muchos.
Esta mañana se persignará más de uno ante las iglesias míticas, serán palpadas las fachadas históricas de Gradillas a San Jacinto —Bolívar viviría en la adyacencias recién casado con su prima María Teresa— y se oirá un asombrado ¡oooh! cuando alguien comenta que la casa natal no es tal. Que no fue exactamente esa la casa suya, y que esa, de San Jacinto, se compró y se convirtió en su museo después. Día para hallazgos, la caminata por las callejuelas empedradas y sin circulación vehicular desde los años setentas, incluye la observación del campanario de la Torre, el reconocimiento del edificio sede de la Vicepresidencia de la República, suscrito por Carlos Guinand Sandoz, y la observación al premiado diseño de la sede del Banco Central de Venezuela, del arquitecto Tomas Sanabria, cuyos espacios abiertos dialogan con la calle.
Gradillas a San Jacinto - Foto de Álvaro Díaz
Un alto frente al edificio Phelps: audaz construcción en la ciudad sísmica que subiría el rango de la altura de entonces a unos temerarios ocho pisos, lo suscribe el arquitecto Clifford Charles Wendehack, 1944-1946. Y sin duda maravilla el portón, delicado tejido de herrería que no se flanquea. Vaya paradoja: Phelps fundó el grupo 1BC del que proviene la cerrada RCTV pero ahora allí funciona una televisora de contenido prooficialista.
Reverencia cerca, en la misma avenida Urdaneta, en el edificio Karam, del arquitecto Arthur Guy Mayger. Edificio con ducto para el correo y demás singularidades en los detalles, la letra K metálica se hace sentir, fue sede de un bar famoso, el Pasapoga, reducto de la nocturnidad caraqueña donde, se da por cierto, ligaron Juan Domingo Perón, exiliado en el país en tiempos perezjimenistas, e Isabelita, luego de Perón. Atalaya para reconocer en la avenida que se anchó para darle majestuosidad y en el sueño sacrificó centenares de casas coloniales, el anhelo de modernidad atravesaría a Caracas de Oeste a Este con el humo de los carros. Cierra este recorrido en la plaza El Venezolano, helados incluidos en la plaza.
Los que no son habitué quedan prendados, convencidos de que más que visitar Caracas, hay que vivirla. Coserla. A pie se puede, caminar también es una forma de tejer.
Vista Aérea del Centro de Caracas - Cerca de los 60´s