El "Bolívar de Oro"
Análisis 12/05/2021 08:00 am         


¿A dónde nos va a llevar esta dualidad? ¿A una obligada dolarización? O, ¿es posible, aún, rescatar nuestro signo monetario?



Sin soberanía económica, el futuro del Estado nacional venezolano estaría prácticamente en riesgo

Por Reinaldo Rojas


El "bolívar de oro" fue la unidad monetaria que el gobierno del general Juan Vicente Gómez estableció como moneda nacional en 1918. De eso hace ya ciento tres años. Pero fue otro general, el “Ilustre Americano”, “Regenerador de Venezuela” y “Supremo Director de la Administración Nacional”, Antonio Guzmán Blanco, el que en 1879 decretó la acuñación de monedas de oro, plata y níquel con el nombre de bolívar. En el Artículo 3º de aquel decreto, se señalaba que la unidad monetaria de la República sería el bolívar de plata.

Entre 1879 y 1908, se acuñaron con esta nueva denominación 18.651.620 bs. en monedas de oro, 32.362.997 bs. en monedas de plata y 950.000 en níquel. Con este acto ejecutivo, Venezuela contaba con su moneda nacional, símbolo de soberanía económica, pero faltaba crear el ente público emisor, encargado de la política monetaria del país: un Banco Central. Esta meta se alcanzará en 1939, con la aprobación por el Congreso de la República de la Ley del Banco Central de Venezuela.

Para poder hablar de una economía nacional, soberana y moderna, un país tiene que contar con su moneda y con su banco central. El crédito público, la emisión de monedas y billetes cuando ya no hay transacciones en oro, es decir, el problema del respaldo de la moneda de curso legal, y la acumulación interna de capital, transable con el exterior, todo eso, solo es posible si un Estado cuenta con esos instrumentos legales.

En este sentido, Venezuela llega a constituirse, formalmente, en una economía nacional en la primera mitad del siglo XX, pero con un factor, que si bien le va a proporcionar una gran fortaleza, a la larga, se va a transformar en su principal amenaza: los ingresos provenientes de la explotación petrolera. En artículos anteriores, hemos tratado el tema de la alta paridad cambiaria, en favor del bolívar, y el perfil importador que se sumó a la economía venezolana desde el momento en que los ingresos petroleros superaron otras entradas por exportación. El petróleo nos proporcionó un bolívar fuerte, con alta capacidad de importación, pero la administración de esa riqueza nos dejó una débil economía interna, con una industrialización impulsada desde el Estado, con recursos públicos, y a fondo perdido. Quien lo dude, lo invito a revisar la historia de la Corporación Venezolana de Fomento.

Esta realidad estructural es la que nos ayuda a explicar esa paradoja de haber pasado por dos periodos de bonanza petrolera, que lejos de fortalecer la infraestructura, el agro y la industria nacional, nos hicieron un país más importador y dependiente de los ingresos externos. Entre 1973 y 1978, el primer boom petrolero terminó en la devaluación del bolívar en 1983, un empobrecimiento colectivo que nos llevó al “caracazo” y a la crisis del sistema político democrático, con dos fallidos golpes militares, en 1992, y la práctica desaparición de los partidos fundadores de la democracia inaugurada en 1958, AD, URD y Copei. Esa fue la antesala que llevó al poder al líder de la rebelión militar de 1992, en las elecciones presidenciales de 1998.

El segundo boom lo vivimos bajo la administración del entonces Presidente Chávez, entre 2004 y 2012. El país que recibió más de 700 mil millones de dólares en ingresos petroleros, entre 1999 y 2012, ha terminado empobrecido, con cinco millones de emigrados y un Estado colapsado, en un escenario de conflicto y polarización política que anula cualquier iniciativa de salir adelante. El Covid-19 ha puesto en evidencia los errores cometidos y nos lleva a enfrentar esta epidemia mortal en las peores condiciones sanitarias.

¿Cómo salimos de este atolladero? Asumiendo todos, la re-institucionalización del país, lo que significa respetar el Estado de Derecho y defender la autonomía de las instituciones. En el campo monetario, dejar de inventar monedas ficticias y devolverle la autonomía al Banco Central, consagrada en el Artículo 318 de nuestra Carta Magna. Si cumpliéramos con lo allí establecido, otro sería el país venezolano.

Sin embargo, el escenario que tenemos, ante la caída de nuestro signo monetario, es el de dos economías paralelas, excluyentes: una economía en bolívares, sin valor de cambio y sin poder adquisitivo, que rige en el sector oficial del Estado, para cancelar salarios y adquirir bienes y servicios. Y una economía dolarizada, con circuitos donde se desconoce su origen y destino, y que no tiene nada que ver con las cuentas nacionales, es decir, presupuesto, impuestos y crédito público. ¿A dónde nos va a llevar esta dualidad? ¿A una obligada dolarización? O ¿Es posible, aún, rescatar nuestro signo monetario? Sin soberanía económica, el futuro del Estado nacional venezolano, estaría prácticamente en riesgo.








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