Por Eduardo MartínezLa violencia pareciera ser un signo de nuestro tiempo. Si bien en las pasadas décadas, la fuerza había ido perdiendo terreno frente a la razón y a las maneras civilizadas de dilucidar conflictos, en los últimos años la violencia en el mundo ha retomado y cobra cada día numerosas víctimas.
Este nuevo episodio, irracional e inexplicable, dibuja el perfil de una cara de la violencia: la de victimarios jóvenes. Lo que ocurre en los Estados Unidos. Sin embargo, en las calles de las principales ciudades de ese país, se desarrolla cada día una guerra entre bandas, con su score mortal. Los noticieros dan cuenta de esos números, consecuencia de una cultura que ha germinado a la par de la miseria, las drogas, la desubicación social y familiar, y el desequilibrio mental.
Estados Unidos es el primer mundo, donde la violencia de la calle ha tomado las edificaciones escolares. Pero…¿Qué pasa al sur del Río Grande?
Habrá quien nos diga “down here” (aquí abajo) -como se dice con cierto aire despectivo en el norte- que “a nosotros eso no nos pasa”. Lo que es una manera de ver hacia otra parte.
Resulta que viajando hacia el sur, desde el estado Texas, ya sea México, Centroamérica y Suramérica hasta la Patagonia, la proliferación de bandas del narcotráfico siembran de cadáveres las ciudades, pueblos y el campo.
Venezuela es un territorio que no se salva de esa violencia criminal. Expertos policiales han estimado miles de bandas dedicadas a actividades criminales. Bandas que operan en las barriadas populares de las ciudades, el campo y en las vías inter urbanas.
La proliferación de estas bandas, que cuentan con armamento militar de gran potencia, no pueden haberse desarrollado sin la mirada cómplice o, al menos irresponsable, de funcionarios de seguridad que trabajan para el Estado. Dicho así, porque preferimos no imaginarnos de que hayan podido contar con la aprobación del Estado.
El problema no podemos ignorarlo ni subestimarlo. La sociedad, si no es el Estado quien lo hace, debe tener conciencia y definir su posición para combatir las acciones de estas bandas.
Los expertos nos señalan que el combatirlas, es lo que se necesita para contenerlas y disminuir su impacto en la sociedad hasta acabarlas. Sin embargo, y de cara al futuro, el gran esfuerzo debe hacerse para prevenir el surgimiento de ese espíritu delictivo. Lo que por las estadísticas que nos llegan, se concentran en adolescentes y en la adultes primera (18 a 30 años). Hay que romper ese ciclo.
En nuestras zonas populares, sobre todo, el principal problema en el que se encuentran los jóvenes desde la adolescencia: la falta de oportunidades de todo tipo. Lo que tiene su principal característica en un sentido de la “no pertenencia”.
Los muchachos no se sienten parte de un núcleo social: son de familias desestructuradas, no pertenecen a una escuela formal, no se siente parte de un trabajo -porque las más de las veces no lo tienen- y, al igual que muchos de sus vecinos, son las bandas y los grupos delictivos las organizaciones que les aportan una especie de “mentor”, que los integran a pertenecer a un cuerpo que les da respeto, oportunidades y donde encuentran solidaridad, apoyo y sustento.
La prevención debe estar orientada a este segmento de la población, y en las áreas geográficas que todos saben dónde están. Porque no hay nadie en Venezuela que viva en una zona, donde no tenga de vecinos un área popular.
Debemos dejar de ver hacia otra parte. El problema del problema está allí.