Krina Ber para leer
Bulevar 01/03/2020 07:00 am         


Su vida es un viaje literal y literario ...



La naturalizó el verbo, que un día —feliz—, luego de un tenaz cortejo del idioma de la eñe, se le hizo carne. Entonces la escritora de origen polaco se asumió venezolana, pero sobre todo caraqueña. “Y más de Chacaíto que de Caracas; y más de Sans Soucí XXque de Chacaíto”, reduce, si fuera posible, su mapa existencial. En realidad hace un foco emocional; de reducir, nada. Aunque no colocaría en un eventual autorretrato los calificativos “intensa” o “apasionada” —¿qué escritor no es ojo de huracán?—, su vida es, no solo en este trance caribeño y desproporcionado sino siempre, un viaje literal y literario, concatenado por la palabra y sus paréntesis de silencio, que tanto resuenan.

La ganadora de la décimo novena edición del concurso transgenérico de la Fundación para Cultura Urbana 2019 vive estos tiempos menguados dejando registro de lo que ve con ese par de ojos verde kiwi. Lo que le enseña la ventana de su apartamento ubicado en el tope azul del cielo caraqueño. La vida en la copa de los bucares, mijaos y jabillos a pata de mingo de la máquina de escribir. El revoloteo de las guacamayas y las correrías de ¡los monos! (“me saltó uno y se comió mi cambur”). Y lo que topa cuando baja al oscuro sótano común: faltan bombillos. Mientras la junta de condominio no consigue juntar los churupos para restaurar el hidroneumático, tienen lugar reencuentros vecinales y hasta ocurrencias festivas frente al tanque de almacenamiento donde la gente saca el agua con tobos. Animadas reuniones como las atávicas junto al aljibe del pueblo.

En Ficciones asesinas, su tercera y victoriosa novela, esa cuyo set es un país imaginario en el que caben el absurdo y la escasez, el totalitarismo y las penurias, valga la redundancia, la ficción y la realidad, no el hiperrealismo, se retuercen en la misma clineja. La sed nacional, entre otras circunstancias de actualidad, inspira la línea argumental. También se abre espacio en la trama el carro desportillado de la protagonista y sus recorridos por el esqueleto urbano. La despistada conductora, una setentona muy observadora que deambula el paisaje de porfiado verde y tan venido a menos que ama y padece —“creo que hay tantas ciudades como habitantes en cada una de ellas”— pudiera ser Krina Ber, “si fuéramos tan distintas”, sonríe, “aunque siempre hay algo biográfico cuando escribes”.

En sus novelas, los nombres de las calles son inventados: nombrar es un privilegio de quien escribe. Pero la escenografía emocional es la suya. Hay trozos del diario que escribía de niña en Polonia.

Vale decir que las comparaciones entre aquellas circunstancias de la guerra europea y mundial, que no vivió en carne propia pero constituyen su ADN referencial y estas carestías sin invierno y fondo avileño parecen inevitables. Acaso todos los horrores se parecen o ninguna cicatriz es tan ajena, aunque DostoyevskiXX sostenga que todas las familias felices son iguales y las diferencias las marca cada situación disfuncional. Hija de sobrevivientes del Holocausto, que se lanzaron del tren que los llevaba a la muerte, nace cuando ya se han lanzado todas las bombas. Hija de padres ateos, bautizada católica y formada judía, Krina Ber es, con su palabra, una bisagra de fe y descreimiento. De verbo y silencio. De entre tiempos.

Tiempos de miedo, odio, violencia, pobreza compartida, solidaridades, creatividad contra viento y marea, terca esperanza y olvido por decreto, Krina Ber escribe para hacer memoria. Doña Krina contra el olvido. La palabra como fortaleza donde guarecer lo que puede borrarse. Paradójicamente, encarna la palabra borrada. Nació Krystyna pero comienzan las mudanzas, tantas y, a las primeras de cambio, emerge Krina, que parece un apócope pero significa luz. “Radiación”. Alteraciones en todos los sentidos, hasta muta su nombre. En el tránsito de la Polonia natal a Israel su familia creyó que la delicada cirugía podría adecuar el cristiano Cristina al contemporizador Krina hebreo. Luego en Suiza, donde estudia arquitectura y conoce al colega con quien se casará, adquiere nuevo apellido: Krina Da Costa Gomes.

En 1975 vendrán a Caracas, el primer hijo en brazos y la herencia de imágenes atroces que debía quedar atrás sobrevive junto con sus padres. Aunque ellos prefirieron encapsular el dolor y no entrar en detalles —“intentaron resguardarnos”— revoloteará siempre cerca ese cuervo oscuro que sabe tanto. Que sabe dar picotazos. Silencio que también se hereda y pesa, en cada idioma que habla están tatuadas ciertas verdades claramente traducidas.

Los idiomas que aprendió fueron el primer paisaje, y el primer trabajo de adaptación. No necesariamente placer. Llegó a cansarse de todos los verbos. De tener que volver a empezar una y otra vez a balbucear saludos y conjeturas. La políglota que habla polaco, hebreo, francés, portugués, inglés y español se aburrió de tener que traducir en tantos espejos sus sentimientos que asociaba con una conocida tipografía. Se cansó de sostener con esfuerzo la lengua original para continuar aquel diario interrumpido de su infancia. No quería tener que volver buscar las palabras, siempre escurridizas. ¿Le perteneció alguna?, dudó. Caerían las letras como las hojas. Llegó el silencio, ese del que ya había sorbido, persuadida de que no tenía lengua materna. Olvidó si alguna la había lamido antes.

Durante un tiempo escribiría lo esencial. Solo sería autora de memorandos en la oficina de arquitectura en la que trabaja con un colega que también entendió que son gemelos el oficio de diseñar el andamiaje que sostiene una obra y el que se construye para sustentar una novela; que se ven en el espejo verbo y maqueta, léase Federico Vegas. Pero como dice Carlos Sandoval, Krina Ber escribe en español mejor que muchos autores nativos de la eñe. “El caso de Krina Ber destacará como uno de los más curiosos por su apropiación debida de una lengua extranjera para convertirla en lenguaje artístico”, dirá el investigador, crítico y autor.

El español se le fue calando con todos sus tiempos compuestos y sus vocales abiertas; acaso sea la erre la que la delata, todavía en proceso de domesticación. La escritura y la escritora estaban hibernando, en realidad se gestaba el nuevo oficio o el de siempre. “Eduardo Liendo me dijo: no sé si en español, pero eres una escritora”. Hasta que un día quiso contar, sintió esa necesidad impostergable, y lo hizo de tal manera y con tal precisión y gracia que de los talleres de literatura de Liendo y de Eloi Yagüe saltó al concurso de cuentos de El Nacional. Primer intento: finalista. Segundo, ganadora. También se hace del premio de cuentos Sacven. Decide entonces hacer una novela y, temblorosa, consigue que se la publiquen. Nube de polvo, una novela juvenil que protagoniza una adolescente de 14, “que debí escribir de joven”. Luego escribe La visita. Una historia conmovedora de 600 páginas que aguarda por editor.

Su padrino polaco con quien se cartearía desde que ella tiene 9 es el señor al que va a visitar cuando frisa los 45, y es ese encuentro la historia. “Es un personaje que sedujo a José Balza, me dijo que él solo merecía una novela”. Cuando Krina Ber lo tiene frente a ella y, casi sordo, no la oye se convierte en lejanía y pasado de inmediato. Nostalgia. Era más real y joven en las cartas. Testaruda, sin embargo, decidirá intentar —siempre intentará la palabra— la conexión y tiene la ocurrencia de llamarlo desde un teléfono público ubicado justo frente a su casa. “Nos entendíamos mejor que en persona”, confía. “Aunque era raro, mientras lo oía podía verlo conversar conmigo a través de la ventana tan cerca” (ay las ventanas). La visita es una historia intimista y universal, no venezolana, cuya protagonista también podría ser ella. La obra trata sobre el secreto de familia que descubre una mujer en el viaje que emprende para buscar al hombre que, desde el verbo, le ofrece no un país pero sí una raíz.

Luego viene Ficciones asesinas. La opresión que está en todas partes es protagonista principal. La escritura es un ventilador para airear cuitas y restaurar heridas. Confronta. Puede ser el equipaje y también el vuelo. Acaso sus tres novelas le hayan permitido sentir esa sensación kunderiana de acceder a cierta levedad del ser. Protagonizadas por una Krina de ficción en tres tiempos, distintas edades, y una travesía especular, la próxima será protagonizada por una niña. “La infancia es un punto al cual se retorna”. Su punto de partida parece ser la relación que sostiene con su nieta Carlota, sostenida con palabras. Leen juntas cuentos. “Ella me ha dicho que porque no soy amiga de viernes a domingo, para jugar, luego, cada lunes, abuela de nuevo”.

Anhelando publicar La visita y mientras fantasea con lo que vendrá, democracia, y garrapatea la próxima novela, aún sin nombre, aguarda la inminente publicación de Ficciones asesinas, que será presentada este año. “Irónico. Hablamos de un libro que será publicado pero que no existe aún, de un libro fantasma”. Ganador, se anhela su aparición.


faithanahmenslarrazabal@gmail.com







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