La lengua es un privilegio humano, incluso asumiendo Babel,
y la lengua española, en su caso, una posada de dos orillas: Caracas, la cuna,
y Madrid, donde reside. Autora del género de gastroficción, con la lengua que besa
y que lame —ella es bilingüe—, paladea la tinta la periodista y cuece palabras hasta
su reducción la poeta. Narradora desde el gusto, crea versos de maíz y raíz.
Quien suscribe Bienmesabes, Trae tu espalda para hacer mi mesa y Hormigas en la lengua, escribe textos al
ajillo con nostalgias por aquel jabillo.
Postal
desde el espejo, Lena en el marco de.
“Mis anclas crecieron estos días. Escribo ancla para
contarte que hay cosas que me fijan y me orientan, dice desde allá, desde la
casa consolar que evoca a Chacao y lo dice con su eterno retintín caraqueño, acento
y tono que son decisión y coquetería”. Nada más seductor que amar algo y no
tragárselo, la lengua. “Me preguntas si me he puesto tacones en confinamiento. No
me he entaconado desde diciembre. Lo sé porque la última vez que lo hice fue en
Quito. Tacones discretos, apenas 8 centímetros en un par de botines negros que
no sé dónde están. Las agujas son para mí el otro lado del mar. En este lado,
las calles se caminan y las aceres tienen empedrados mosaicos que se comen las
tapitas. Allá los tacones van en moto taxi, en la camioneta mostaza de mi
prima, en los amigos que me buscan, me llevan, me traen. Esta mañana vi sobre
mi mesa de noche los zarcillos que más uso. Son también los que llevo cuando
viajo a Venezuela. Pensé: hace mucho que no te pones nada en las orejas, hace
mucho que no guardas el reloj y escoges lo más sobrio para pisar tu cuna”,
admite. ¿Sobrio?“Y recordé: la prórroga del pasaporte sigue esperando en el
consulado”.
El
verbo extrañar en plural.
Caraqueña a la que la ciudad extraña y viceversa, echa en
falta al país afecto, al país de los abrazos, a los tantos rostros conocidos y
aquellos que le son per sé familiares aun si no los conoce. Extraña el verde
vital, exuberante, clorofílico, que rompe aceras, que se encarama sin pedir
permiso, que se abre espacio entre el asfalto, ese que activa la circulación a
la primera bocanada de aire. Que inspira. Echa en falta el colorido que
enceguece bajo la luz espléndida. Los aromas. “¿Quiero ir ahora, quiero
corregir esa renuencia, quiero llevar imanes ahora que las fronteras se crecen
en una negación?”.
Notas
de un diario invisible y demás listas.
“Hoy ordené mi estudio para trabajar con soltura. No sé
qué nombre lleva el fenómeno que sucede en esas cuatro paredes tapizadas de
libros. Es como si creciera maleza mientras duermo pero en lugar de maleza son
torres de revistas, papeles, libretas, peluches de Tuc, posa vasos. Anoche hice
una lista. El número uno; ordenar escritorio. El número dos entrevista de Fa”, organiza
la hora que parece empozada. Espesada con maizina.
“Me hablas de agenda privada y me río pensando que quizá
lo más real es planteare mis días como privada de agenda. En términos de
horarios y salidas, la cuarentena no ha modificado mucho mi rutina. Dedico las
horas a lo mismo de siempre, leer y escribir. Lo que ha variado es la capacidad
para concentrarme. Me cuesta muchísimo centrarme. Leo y escribo pero las
noticias y las voces de los políticos se cuelgan de los renglones y hacen
trapecios y cuerdas de saltar con ellos. Siempre trabajo desde casa. ¿Piensas que
soy de salir? No. Soy más bien recoleta. En Caracas voy a las actividades y a
las pautas pero me gusta estar tanto como puedo en la casa de mi prima,
escuchando rap alemán en el vivero mientras ella atiende a las bromelias,
esperar la hora de los sapitos, apostar a la suerte de un palo de agua, despertarme
con alarmas y guacharacas. Aquí salgo lo mínimo y tengo otra banda sonora y
parte de esa partitura desapareció con el confinamiento”.
El
reloj de Alicia.
“Las 9 y las 4 son horas en allegro por la entrada y
salida de los colegios. Ahora solo escucho pájaros modosos”. Pausa suspiro.
Suspiro que propone el crujiente dulce. “Me he vuelto modosa con ellos, trino
poco, me asilo en el aislamiento. No he querido escribir ni contestar correos.
Tampoco he hecho llamadas telefónicas o video reuniones para brindar con
cerveza o contar chistes. Estoy cerrada a las vías por temor a la pandemia hablada.
Sé que suena un poco neurótico pero tengo una torre de silencio que intento
mantener inmaculada. El silencio es sensible”, recuerda.
“Si no lo cuidas se convierte en vacío ruidoso”, aconseja.
“Mi silencio está lleno de personas en las que pienso a
diario. Afectos a los que amo ya los que no escribo. Vivo un cambio de piel que
intento comprender”.
Un hallazgo o más
“Me preguntas si he descubierto algo. Lo que te he
descrito, por ejemplo. También he descubierto que el estrés puede ser un nómada
en el cuerpo. Siempre lo creí sedentario porque se aposentaba en mis trapecios
y los convertía en dos bloques de angustia. Durante el encierro comencé a
despertar súbitamente por un dolor muy fuerte en las manos. Al abrir los ojos
me encontré las manos cerradas en dos puños herméticos. Según pasaron los días,
las manos en botón se fueron reforzando hasta llegar al punto que las palmas me
sangraron. Limé las uñas al ras pero las manos siguieron en su posición de
boxeador sin guantes”, confiesa el suplicio. “Tardé un poco en darme cuenta de
que mi estrés, viviendo un proceso inverso, se pasó de sedentarismo al
nomadismo”. Descubre que la tensión se le fue a y de las manos, esas con que
cocina y teclea. Toma un relajante muscular antes de dormir.
“Mi relación con el cuerpo siempre ha sido mala. Soy una
tirana. Abuso de él en mi desorden. Creo que con lo único que soy juiciosa,
metódica, delicada es con la piel. De resto, un desastre porque siempre me he
sentido dislocada del cuerpo. No soy consciente. A veces lo recuerdo y le pido
perdón: Perdóname por todo lo que te
hago, perdona mi negligencia, perdona este péndulo absurdo al te que someto.
Mereces un alma menos atolondrada. Ese autor reclamo es otro de mis
descubrimientos. También la resolución de cambiar. Lo ideal, lo perfecto: está
en veremos. Por saberse”.
Planes
con otra falda
“En cuanto a los deseos imposibles alguno se han
cumplido. Son deseos prosaicos y urgentes, visten de números y presupuestos, de
incendios y domesticidad, de catástrofe insalvable. Tengo compromisos fijos que
no he podido asumir. La soga al rescate sale de lugares que nunca imaginé. Sigo
ahogada intento chapotear sin perder la elegancia para alcanzar la arena. Es
duro ser adulta y no recuerdo haber pedido esta parte del paquete”, dice y se
descuelga la poesía.
“De niña soñaba con ser grande para vestir una falda de
tubo, escuchar blues, tomar martinis con doble de aceituna. La realidad es que
las faldas que me quedan ni son rectas, escucho poca música y tengo mucho
tiempo que no tomo martinis porque una de mis fobias es que los alcoholes fueres quemen mi lengua.
¿Quién sería con una lengua cauterizada?
Una mujer triste.
Una mujer sin memoria de los hombres y de los platos.
Una mujer incapaz de silbar.
Una canalla enlutada”.
El
tiempo en mala hora
“Me hablas de las horas y mencionas los relojes blandos
de Dalí. Te cuento que todo se derrite. Al principio de este encierro las
alarmas eran la cafetera de las 7 y los aplausos de las 8. Hace unos 10 días se
sumó una tercera campana, la cacerolada de las 9. Ayer sólo sonó la cafetera.
Los aplausos dejaron de creer, se cansaron, menguaron. Las cacerolas tampoco
están. En los balcones con los que convivo no hay violines, performances,
juegos. Me queda poco café así que puede que en un par de semanas tenga que
inventarme otras formas de alerta. Me distraigo viendo tele. No me gustan mucho
las series porque exigen compromiso y estimulan la bulimia visual. Prefiero (si
es para desconectar) ver comedia ligera. Si una peli me gusta la puedo ver
infinitamente. Veo comedia francesa, inglesa, latinoamericana, española. Veo
comedia estadounidense. Repaso clásicos: Tiburón, ET”.
Dormir,
soñar y demás obsesiones (no necesariamente por culpa de la cuarentena)
“Mi cabeza filtra errores narrativos y luego sueño con
ellos”, comparte ofreciendo con el gesto una aproximación a su sesera que no
descansa, que no para de producir experiencias oníricas que ya son fama en las
redes. El hijo, el mar, las ausencias.“Vi una peli muy bella en la que la mamá
era una obsesionada de la alimentación orgánica. La escena presentaba un
almuerzo. La niña (de unos 10 años) se sirve paella. Luego agarra el frasco de
kétchup para bañar la paella. La mamá le quita el frasco y le dice que no. Soñé
toda la noche con una línea: Lena, no
olvides escribirle al guionista para señalarle el error. El frasco de
kétchupen la mesa es un error varias veces. En primer lugar es un error
sintáctico y semántico. Si el plato fuera huevos fritos con papas fritas
justificaría de algún modo la presencia de la salsa de tomate industrial en la
mesa. La mamá rechaza los alimentos artificiales aunque los permite en algunas
ocasiones. Pero la botella no tiene sentido si el plato es paella. Mucho menos
si se trata de una película española. En segundo lugar es un error logístico.
¿Qué hace una botella de kétchup que se supone no se va a usar?. Lo lógico es
que la niña se levantara de la mesa para buscar la botella en la nevera y así
desafiar a la mamá (que era la idea que
sugería la escena). Así, toda la noche Faitha, dándole vueltas a las fallas de
cada peli que veo”.
Futuro
“Sueño: publicar más.
Tapar las troneras que me hacen caer.
Volver a Caracas, volver a Lanzarote.
Abrazar a los afectos de este mapa y de los otros.
Encontrar el mar.
Amar”
faithanahmenslarrazábal@gmail.com