Por Jimeno José Hernández
La publicación de la novela “Ifigenia: Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba” fue todo un acontecimiento para el mundo de las letras hispanoamericanas, el reconocimiento que obtuvo la obra fue impresionante. En 1924, la escritora Teresa de la Parra ganó con “Ifigenia” el primer premio de un concurso celebrado en París en el cual participaron más de cien autores extranjeros. El texto se publicó en castellano y francés. La obra cautivó a los lectores, colocando a la joven Teresa en el foco de la atención para escribir su nombre en el vasto panorama de la literatura universal. El relato planteaba el drama de las mujeres en la época en que vivió la autora durante sus años en Caracas, describiendo vivamente a una sociedad en la que las damas no tenían voz propia y única opción de vida o la felicidad era contraer matrimonio, algo que Teresa nunca hizo en su vida.
Lo cierto es que el libro no despertó mucho entusiasmo en la provinciana capital de Venezuela, lugar donde se desarrolla la mencionada novela, evento que probablemente afectó de manera profunda a la autora, aunque jamás quiso demostrarlo. En una carta que escribió desde París a su amigo Rafael Carías en Venezuela el 5 de marzo de 1927, que fue publicada en 1953 en el libro “Epistolario íntimo”, ediciones de la Línea Aeropostal Venezolana, Teresa se toma el tiempo de hablar sobre el tema. En la misiva dice: —“Según veo en Caracas, por lo general, no han acogido con cariño mi novela. Esto no puede herir en absoluto mi amor propio como escritora, puesto que para piedra de toque tengo los demás públicos de habla española, que han sido, no gentiles, sino archigentiles, encantadores y no puede usted imaginarse lo que son los lectores franceses. El caso de Caracas, pues, lejos de herirme, me interesa y me permite hacer observaciones muy curiosas”—.
Pasa inmediatamente la célebre escritora a enumerar sus observaciones acerca de la conducta de su querida ciudad al expresar que: —“Hay en Caracas, como en toda ciudad pequeña, un microbio de envidia que nace en el organismo de un envidioso y gracias a sus condiciones virulentas invade por contagio los organismos incapaces de producir envidia a los no envidiosos”. Sobre el silencio reinante en los medios de comunicación venezolanos en cuanto a la publicación y éxito de su primera novela, comenta:— “En nuestros medios suramericanos, y por la regla general de casi todos los de habla española, la literatura es frondosa; en un torrente de palabras retumbantes se elogia o se insulta; es siempre el ditirambo o la diatriba; ambas cosas nacen del mismo tronco y son igualmente fáciles y de mal gusto. En Venezuela, por ejemplo, no existe el género diatriba, puesto que no hay oposición; pero por el mal gusto con que elogian algunos se adivina todo el mal gusto que pondrían al insultar. La ironía, pues, se falsea siempre en nuestro medio, se la exagera, se la deforma, la rebajan a la categoría de insulto, la consideran insulto atenuado y nada más. La verdadera ironía no es esa. La verdadera ironía, la de buena ley, es aquella que, al igual de la caridad bien entendida, empieza por sí mismo; la que debe tener siempre una sonrisa de bondad y un perfume de indulgencia. Pero ni ese perfume lo tiene todo el mundo ni tampoco ven todos la sonrisa. La ironía es algo muy distinto de la burla cruel de los vulgares”.
Quizás se refiere en el párrafo anterior a la ironía que la ciudad que sirvió de inspiración para su “Ópera prima”, fuese la única que no aplaudió o celebró su mérito literario, indudablemente digno de elogio por sus compatriotas. Teresa opina que en la reacción frente a Ifigenia: —“Hay también mucho de “rivalidad de campanario”.— Afortunadamente yo trato de liberarme de todo esto. Si me hubiese dejado invadir por el resentimiento, por la decepción, por esa herida terrible que nos hace la injusticia, herida que se cierra para siempre con olvido, con desprecio y con desdén; si al igual que otros muchos declarara desde aquí, desde mi independencia gratísima de Paris, lo que ellos exclaman: “¡Que país de ingratos y esclavos es aquel!”, estaría perdida. A través de todas las injusticias que puedan hacerme en Caracas, yo preservo como un tesoro mi cariño a Caracas. En arte lo propio es la cantera de donde se saca todo. Una novela escrita por mi que ocurriese en París, sería tan lamentable que no la acabaría nunca”.
Sabía que la verdadera ironía sería la de ella, como siempre dotada de esa “sonrisa de bondad y perfume de indulgencia”. Sin importar que la población del lugar que servía de inspiración a sus relatos hiciera caso omiso a sus palabras o éxitos, continuaría escribiendo sobre el país y sus costumbres. Al final de la carta le confiesa al amigo que, a pesar de la frialdad con que sus compatriotas han prácticamente ignorado su libro, planea continuar trabajando y su única fuente de inspiración sigue estando en Venezuela. —“Estoy sintiendo ya un libro, un libro de allá, que me está brotando y creciendo en el alma. No quiero de ningún modo que el rencor y la decepción me esterilicen el alma. ¿Qué importa que en Caracas no me aplaudan, si de allá tomo los materiales necesarios para hacerme comprender en otras partes?”— Se refería la escritora a “Memorias de Mamá Blanca”, segunda novela, un libro en el cual una jovial anciana revive el ambiente de su niñez, las travesuras infantiles y las relaciones entre familiares en una hacienda de caña de azúcar. Esta obra se convirtió también en un clásico de la literatura hispanoamericana.