Mientras Hollywood
espera que llegue el día en que puedan anunciar el estreno de un puñado de
películas que tienen listas, éxitos seriales y más de lo mismo que le
garantizará suculenta taquilla, Mulan,
La mujer maravilla, Batman, Avatar, Rápidos y furiosos 9
—la infinita saga de piques y picados, cauchos que echan humo y tipos que
necesitan pisar el acelerador para confirmar su virilidad—, y las salas, ahítas
de energía corporal y de ruiditos de bolsitas, permanecen vacías, los cinéfilos
y los colectivos buenos, en alianza con distribuidoras comprometidas con la
ciudad, se organizan para ver pelis más allá de las pantallas ya convencionales
de sus tabletas o teles.
Entonces sacan de la
chistera opciones archivadas por la nostalgia. Vuelven los autocines como suceso
urbano. Las alcaldías, como cazadores, así como cavan rastreando agua para los
ciudadanos, en la superficie buscan espacios que puedan ser acondicionados para
que regresen las familias, los amigos, las parejas a ver cine desde los
asientos de ese ¿antiguo? símbolo de estatus, el auto, que estacionaba en hileras
de puestos demarcados por una red de cornetas de largos cables que acercabas
hasta tu ventanilla para no perder detalle de los diálogos.
Mientras, en Petare, tiene
lugar la buena nueva del Cine Platabanda. Cine desde la ventana. Ya es una realidad
que conmueve a Caracas y medio mundo el espectáculo del séptimo arte, que se
sube al techo. La gente creativa del circuito Gran Cine siempre ha tenido el
don de la ubicuidad: organiza un festival de cine underground en el Trasnocho a
la vez que proyecta en la pantallota portátil Coco en el barrio La Cruz de Bello Campo con la gente de CCS-City y
un público cautivo, ojitos atónitos, desde que empieza a inflarse la pantalla. Con
la alcaldía de Chacao hicieron una proyección en el balcón de un edificio de
Los Palos Grandes que podía verse desde los otros balcones, terrazas, ventanas
cercanas. Una subtrama de la cuarentena. Lo de Petare es menos circunstancial y
más conmovedor.
El Cine Platabanda llegó
para quedarse. Cada quince días, en el inmenso barrio caraqueño —en realidad es
una ciudad de 500 mil habitantes— donde hace poco dos bandas se midieron a
tiros para ganarse el reconocimiento como la guapetona a cargo, mala noticia durante
una semana, los afectados, el resto, los tantos que no tienen que ver con
delincuencia, abusos o comercio ilegal pero igual les salpica la violencia y su
sambenito, decidieron brindarse algo mejor que ver.
Territorio también de solidaridades
que tuercen prejuicios y de iniciativas que han formado corales y grupos de
teatro premiados en festivales internacionales, reconquistado escaleras y
fachadas con la legitimización del color y rescatado espacios para convertirlos
en plazas para el reencuentro, con el apoyo de creadores del arte urbano,
oenegés y hasta embajadas, inventaron este proyecto del Cine Platabanda,
películas para ver en función de las siete, todos atentos desde sus ventanas a
lo que ocurre en una pantalla ubicada en un techo equidistante, allá. Ha sido
un éxito. Anuncian la peli y puntualmente Petare es, durante dos horas
seguidas, solo el murmullo de una banda sonora. La niña que sonríe, el hombre
que intenta, la pareja que baila, los dos que se besan. No se espera sino lo
mejor de este gesto de acupuntura social.
Buen plan para
neutralizar al pran, lo que si será, por cierto, una escena para la imaginación
en el cine que vendrá, sea que se proyecte en techos o salas, serán esos dos
que se besan. Asuntillo icónico los besos de película, que hasta categorías ha
tenido —el de Tobie Macguire y Kirsten Dunst en Spiderman se consideró entre los mejores de la década— no se verán manifestaciones
románticas ni escenas de sexo hasta que aparezca la vacuna contra el
coronavirus. Tales escenas serán solo producto de la imaginación del espectador,
han sido borradas de cada nuevo guión.
El coronavirus impuso
el tapabocas, imposible intentar tan siquiera el roce de dos labios, ni de
embuste, vaya con el Covid 19, que hasta moralista y macartista es. Los equipos
de actores y técnicos que conviven un mes seguido filmando en distintos sets serán
un cónclave aislado, en cuarentena pues, que grabará sin roces y manteniendo
las distancias.
Curioso. Unos echarán
en falta historias de cama con camas, pero otros adoran antes de irse a dormir
en las suyas, como sean estas, lo que ocurre en los techos. Techos que hasta
los caraqueños más devotos de la tradición celebran que no sean rojos.
—FNL