Guarachando con Billo
Bulevar 08/08/2021 08:08 am         





Por Eleazar López-Contreras


Si la Sonora Matancera le ofreció más oportunidades a más cantantes y compositores, estrenando obras que convertía en éxitos inmediatos, el brillo de Billo Frómeta resplandecía con la luz de sus propias composiciones, de las cuales más de cien resultaron ser muy exitosas. La Billo Caracas Boys también “hacía” a los cantantes (como en el caso de Felipe Pirela y José Luis Rodríguez), además de ser la orquesta más segura y confiable para revivir canciones conocidas y ponerlas a girar con nuevos aires de popularidad. Las canciones que impuso “la Billo” sumaron más de 2 mil, incluyendo los estrenos, los cuales se convertían en seguros éxitos, a través de sus programas radiales más conocidos: A gozar, muchachos y Fiesta Fabulosa. Su repertorio de versiones y números originales se lee como un Qué es qué en la música caribeña.

A esto podemos sumarle que también puso de moda, con un atractivo ropaje de orquesta grande o big band, lo que en otros países estaba pobremente vestido. Si bien la orquesta no era un ejemplo de afinación perfecta, esta deficiencia la suplía con su sabor particular y una música que sacaba a la gente a la pista de baile. Entonces, ¿cuál era su secreto? Pues su secreto radicaba en que la Billo reflejaba, en una forma sencilla, la cotidianidad de una idiosincracia homogénea donde no existía la actual segmentación generacional en los gustos tradicionales. Su popularidad fue tan avasallante que la famosa orquesta concentró a una audiencia monstruo (más de 250 mil personas) durante el carnaval de 1987, en las Islas Canarias (Tenerife), donde había muchísimos venezolanos reencauchados que hicieron esto posible. Este hecho todavía figura en el libro de récords Guinness.

Billo Frómeta conformó un vastísimo repertorio con música proveniente de todas partes del Caribe, incluyendo del vecino país de Colombia. Del porro saltó a la cumbia y, luego, al merecumbé, novedoso “ritmo” creado por el colombiano Pacho Galán de una combinación de la cumbia con el merengue. El merecumbé encontró eco inmediato en Venezuela en la voz de Víctor Piñero (con la orquesta de Pedro José Belisario); pero sería básicamente la Billo’s Caracas Boys la que difundiría la obra de autores colombianos, que siempre encontraron en su orquesta una magnífica plataforma para la difusión de sus alegres composiciones (como El caimán y La vaca vieja).

Entre las más representativas de su orquesta también figuran las composiciones de Ñico Saquito, pseudónimo del juglar cubano Benito Antonio Fernández Ortiz: Ni hablar del peluquín, Al vaivén de mi carreta, Compay gallo, María Cristina, Tócale la campana, Jaleo, La negra Leonó, etc. Pero no menos importantes en su repertorio, fueron las composiciones que la Casino de la Playa interpretara, a partir de 1937, año en que la orquesta cubana trajo a Venezuela Bruca maniguá, Babalú ayé y Taboga. Poco después, la incipiente orquesta de Billo Frómeta hizo su debut en el cine interpretando Taboga, que fue el primer cortometraje filmado en Venezuela, cantado por Ernesto “negrito” Chapuseaux.

Una constante en el repertorio de Billo (en Costa Rica lo llamaban “Bilo”) fue el uso extensivo y recurrente que hizo de sus atractivos mosaicos, los cuales combinaban diferentes piezas. La orquesta abría el set con un bolero para pasar a un afro o similar, regresar a otro bolero y cerrar con un número movido. Como el público constantemente le hacía diferentes peticiones, el imaginativo maestro ideó estos popurrís para complacer a todos simultáneamente. La conformación de uno de ellos era: Frenesí (Alberto Domínguez) / No, negrita, no (A.R. Ojeda) / Ya no me quieres (María Grever) / Cuidadito, compae gallo (Ñico Saquito) / Compae, póngase duro (Pedro Flores).

En su extendida carrera, donde su presencia en bailes de sociedad unió a esas generaciones Billo (y, de paso, a muchas parejas), la orquesta tocó y grabó docenas de estos ensamblajes. El primero de todos fue estrenado en 1948. Este mosaico estaba compuesto por Niebla del riachuelo, Bruca maniguá, Mi canción del mar y Panamá. Otro de ellos combinaba Ojos malvados, La negra Leonó, Letargo, Para Vigo me voy y Los componedores. Estas selecciones de standards comprimidos en “mosaicos”, coinciden con el repertorio “clásico” de esos años. Otro abría con un tango de J. Cobián y E. Cadícamo interpretado como bolero, seguido por un afro, otro bolero y una rumba (de Arsenio Rodríguez, V. Cordero A. y Ernesto Lecuona, en ese orden).

La radio, donde el maestro se presentaba con su conocido tema (basado en un segmento de Canción de amor de Ángel Briceño), fue el medio que tuvo la orquesta para popularizar sus grabaciones (sobre 100 LPs). El lanzamiento mensual de un disco de 78 rpm le garantizaba un seguro hit cada cuatro semanas. Hasta 1948, la orquesta llevaba vendidos medio millón de discos de 78 rpm. La lista la encabezaba su versión de El manisero y la guaracha Ya don Rafael habló, de Ñico Saquito. Le seguían El baile del pingüino (de Ernesto Duarte) y Tambó, todos en la voz de Manolo Monterrey. Ya don Rafael habló aludía a la dubitativa condición del postrado personaje de El derecho de nacer. El drama del asunto radicaba en que si don Rafael revelaba o no la verdadera identidad de Albertico Limonta; pero como el personaje había perdido el habla, este intrigante hecho mantenía en vilo a la radioaudiencia de entonces, tanto en Cuba (en 1950) como en Venezuela, lo cual se reflejó en la inusitada popularidad de la guaracha y la siempre forma graciosa y habilidosa del recordado maestro de arrancarnos una sonrisa y un aplauso.







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