El Toronto suma 70, con padre reconocido
Bulevar 15/06/2019 06:59 pm         


Toronto... esa esfera tentadora!!



El padre del Toronto, esa esfera tentadora, untuosa al primer mordisco, brillante como ocurrencia y de piel, el confitero Ernst Weitz, cumpliera cien años; hace exactamente cinco que se fue —15 de junio de 2014— pero si la memoria es una forma de inmortalidad su presencia está asegurada en esa golosina emblemática, esa canica gigante de empaque peculiar con orejeras que nos derrite. Maravillosa manera de permanecer: en el placer.

Padre también de Ernesto José Weitz, María Josefina Weitz y José Gregorio Weitz, este polaco judío que se salva en la raya de la vergonzosa barbarie nazi, logra instalarse en Austria donde se aproxima a la dulzura como oficio, tenía 19. El 1 de Septiembre de 1939 da el salto, hace 80. El horror lo empuja más lejos de allí: lo deposita en estas costas, primero vive en Maracaibo y luego se instala en Caracas, donde se quedó hasta su último aliento. Aquí se enamoró de una sucrense, la madre de Fina, la arquitecto militante de las causas de la ciudad. “La de ellos fue una hermosa historia de amor, tan distintos y tan abrazados”. Las gracias que se derivan de ser confitero.

Ernst Weitz trabajó con las empresas que se convirtieron en marcas santo y seña del ramo, La Vienesa y Savoy, y trabajó con obstinación en productos señeros, el Ping Pong que salió al mercado en una presentación obesa, dos kilos y medio de peso, y luego se redujo a la bolsita que se coló en todos los bolsillos. Es también coautor del Miramar y el Bolero. Y tuvo que ver con la decisión de ingredientes, la selección de los mejores mereyes y maníes de Anzoátegui para las golosinas que lo contenían y, claro, con la creación del Toronto. “Ese era mi problema, para mí no era un trabajo era mi divertimento. No sé hacer otra cosa que no sea desarrollar productos, buscar soluciones, inventar cosas”, reiteraría en las entrevistas que dio.
 
Como también diría en más de una ocasión que no era el absoluto responsable del Toronto, aunque Fina rebate eso. Pero Ernst Weitz asegurará siempre no desconociendo su creación que el Toronto fue el producto de un trabajo en equipo —con toda paternidad—aunque se le endilga a su voluntad el concepto y el cierre con broche de oro de la redonda idea.“Creamos el proceso para darle a esa avellana, una cubierta de chocolate blando con pasta de avellana —primera cobertura que era muy dificultosa para trabajar y debíamos enfriar muy artesanalmente—, luego una segunda capa de chocolate y, por último, una de brillo pulido con un jarabe delgado…Una vez que estuvo desarrollado el proceso y la maquinaria, fue muy fácil pero llegar hasta allí no fue tan sencillo”, le dijo a la eternamente afanosa comensal Zinnia Martínez.

El Toronto nace en fecha que también cumple aniversario, fecha redonda: 1949, hace 70. Y cuando se celebra el día del padre en tiempos tan complicados valga recordar más que a los padrotes y los padrecitos —¡Stalin el horrendo!—, a los padres irresponsables y a los que nunca intentaron ejercer con amor, al de Elton John, al de Marvin Gave y a los que se creen el último semen up del desierto, a los comprometidos. No el papá de los helados, sino el del Toronto.





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