Tocó a Joaquín Crespo, a finales del siglo XIX, ser el heredero y a la par el enterrador del denominado Liberalismo Amarillo. Dotado de un valor excepcional, el caudillo guariqueño se había iniciado muy joven en los vivaques de las guerras civiles que consumieron a Venezuela. A los veinticinco años ya era general y gozaba de la plena confianza del gran jefe liberal Antonio Guzmán Blanco. Demostró fidelidad incondicional a Guzmán, probada en los campos de batalla contra enemigos e incluso contra partidarios réprobos que habían renegado del supremo caudillo. Tocará a Crespo ser investido como Presidente de la República en el periodo 1884-1886, luego que el también denominado “ilustre americano”, volviera al poder, tras la muerte de su amigo incondicional y compadre Francisco Linares Alcántara, en quien depositara su confianza para su primera alternancia en el poder, y el que no mas afirmado en el mando iniciara una reacción contra su antecesor, que incluyó la destrucción de sus estatuas y la proscripción de su nombre.
Quiso el destino que cuando Linares consolidaba su repudio a Guzmán, muriera sorpresivamente en circunstancias aún no establecidas y que fueron atribuidas a distintos factores, incluido el envenenamiento. La desaparición del renegado Presidente abre de par en par las puertas para el regreso al gobierno de Guzmán, quien cumplirá un periodo quinquenal, antes de proponerse la rotación del nuevo, con el ánimo de irse a descansar a su anhelado refugio parisino. Remolón por lo sucedido en la primera experiencia, el escarmentado caudillo plantó esta vez sus ojos en el joven general Joaquín Crespo, quien al cabo del corto periodo de dos años le facilitó el retorno al poder, lo que en medio de la apoteosis de sus aduladores le hizo ganar el título de “héroe del deber cumplido”. Sin embargo Crespo, en ese corto periodo de su gestión de gobierno, comenzó a crear una fuerza propia, con seguidores que apostaban a su figura como el heredero definitivo del Guzmancismo.
Pero los planes del propio Guzmán eran otros y cuando decide dejar anticipadamente el mando para retornar a París, se entrevista con Crespo y frente a la insinuación de este de volver a practicar la alternancia, le replica que eso sería hacer como Páez y Soublette lo que constituía una burla al partido y al país. Esta negativa que cerraba las puertas para el regreso de Joaquín Crespo al poder marcará una ruptura definitiva entre ambos jefes militares, y determinará el brillo con luz propia del marginado heredero, que a partir de allí labrará un camino para ser el jefe del liberalismo que ya presentaba signos claros de descomposición y decadencia.
Guzmán en 1888 escoge para sucederlo al doctor Juan Pablo Rojas Paul, experimentado burócrata, que al no pertenecer al bando de los caudillos se consideraba con pocas posibilidades para reaccionar como años antes los había hecho Linares. Aunque el cálculo será errado, porque de nuevo al no más dejar Guzmán el poder y el país, se produce una irrefrenable reacción en su contra que el gobernante civil acompaña, auspicia y tolera, condenando a su mentor político a un destierro sin retorno. Crespo cree que es su momento y se lanza a una invasión al territorio venezolano que termina en una humillante derrota; sin embargo, el presidente Rojas Paul no tiene interés en pelearse con él, y por el contrario lo atiende a cuerpo de rey, le negocia el armamento capturado y finalmente negocia una amnistía a cambio de comprometerse a no volver intentar derrocarlo. A Rojas Paul le sucede en la Presidencia el Dr. Raimundo Andueza Palacios, también civil, que no parece conformarse con el corto lapso bianual de gobierno y emprende una maniobra destinada a reformar la Constitución para alargar el periodo de mando. Crespo que ha regresado a Venezuela, desde sus posiciones guariqueñas intima al mandatario continuista a renunciar a su propósito. Es la guerra. El General Crespo asume las banderas de la “legalidad” y logra imponer sus fuerzas militares abriéndose el periodo definitivo para su predominio.
Crespo inaugura en el poder un estilo tolerante, amplio, respetuoso, que crea las condiciones para la formación de partidos y para la circulación de periódicos satíricos y críticos. El gobernante confiado en su valor personal y en su hegemonía militar, siente que puede darse el lujo de auspiciar un debate público amplio y diverso, e incluso se divierte con caricaturas o burlas que le hacen a su persona. En la Universidad Central, los jóvenes estudiantes mantenían una posición de denuncia y confrontación con su gobierno que el recio caudillo ignoraba deliberadamente. Un día cuando pasa en el carruaje presidencial por el viejo claustro de San Francisco acompañado de su ministro de hacienda, un grupo de estudiantes le gritan al unísono “¡Adiós negro ladrón!” y Crespo sin darse por aludido conjetura con el alto funcionario que lo acompaña: “¿Oyó lo que dijeron los muchachos?, bueno eso está muy claro: lo de negro tiene que ser conmigo, pero lo de ladrón es con usted”.