La mañana del 8 de junio de 1929 Gustavo Machado y Rafael Simòn Urbina repasan los últimos detalles del ataque. Carlos Leòn desde Mèxico les hizo llegar cien dólares con los cuales compraron cincuenta machetes, dos hachas y dos revòlveres colt. Machado poseìa un revòlver y Urbina una pistola-màuser. Ramòn Torres fuè encargado de seleccionar en grupos de a diez a los voluntarios que habrìan de participar en el asalto, algunos de los cuales fueron informados apenas dos horas antes. El pretexto para la reunión fue la celebración de un bautizo, y de los invitados solo uno se negó a correr el riesgo.
Al atardecer, Machado, Torres y Tejera se ponen al frente de los veinticinco hombres que debían apoderarse de la prevenciòn del Fuerte Amsterdam; la planta baja de la fortaleza sería abordada por el capitàn Pedro Reyes y Ludovico Marìn y el general Manuel Angulo con ocho hombres se encargarìa de buscar al cónsul Horacio Leyba para hacerlo preso y luego ejecutarlo como medida de escarmiento por su contumaz hostilidad contra los opositores venezolanos. Leyba no fue encontrado y logró escapar vestido de mujer. Urbina se comprometió a tomar la parte alta con un grupo conformado por sus paisanos Alcalà, Piña, Lovera, Borregales, Aguirreche, Marìn, Rojas, Navas, Ramones y Steckman. En dos camiones llegan al lugar y uno de ellos es lanzado contra la puerta del bastión derribando las barandas y de inmediato comienza la refriega. Los machetazos de los asaltantes eran certeros a diferencia de los disparos de los guardianes presos de miedo. Cunde el pànico en la lìnea de defensa, algunos soldados se lanzan al agua y otros ni siquiera intentan preservar sus posiciones. En medio de la trifulca Urbina se encuentra con un oficial holandés que lo humillò meses antes cuando estuvo prisionero en el lugar y le dice:”¿Te acuerdas de mì?,” y sin esperar respuesta le dispara a quemarropa. Ya el capitán Corren jefe de la Guarniciòn està apresado y ahora llega como refuerzo el grupo de estudiantes integrado por Miguel Otero Silva, Gustavo Ponte Rodrìguez, Prince Lara, Jimènez Arràiz y Pablo Gonzàlez Mèndez.
El paso siguiente no era la toma del poder en la isla que por lo demàs ya estaba en manos de los insurrectos sino la consecuciòn de un barco, proceder a cortar las comunicaciones e iniciar la incursiòn sobre las playas falconianas. EL vapor “Maracaibo” de la lìnea “D” Roja, recién llegado al puerto y aùn con las calderas a presión es abordado por los rebeldes. EL capitán de apellido Morris no opone resistencia, mientras que la tripulaciòn nerviosa abandona la nave. El Gobernador Alberto Fruytier es tomado como rehèn junto al jefe de la policía y varios oficiales. Ya la población no sale del asombro, mientras que grupos de obreros solidarios con la toma ocupan las calles y corean “!Viva Curazao libre!”. La expediciòn se inicia sin objetivos claros; mientras Machado y los estudiantes responden a una visión política definida, Urbina y sus acompañantes carecen de horizonte estràtègico y su decisión es producto màs bien de la rebeldía y la violencia silvestre. Desde el balcón del hotel Regina en Otra Banda, el joven vendedor de automòviles Vitelio Reyes (con el tiempo historiador y censor en la dictadura de Pèrez Jimènez), que había rehusado toda vinculaciòn con los insurrectos, presencia la partida del buque y comenta a los huéspedes sobresaltados con no disimulado odio: “Mañana amanecerán llevando plomo del gobierno a diestra y siniestra”. Reyes es obligado a abandonar la isla a los pocos dìas.
RUMBO A LA VELA
A las tres de la madrugada partió el “Maracaibo” hacia Venezuela. En cuatro horas consume las setenta y dos millas entre Curazao y La Vela de Coro. Frente a las costa nativas hay incertidumbre y confusiòn. Finalmente, el capitán Morris, quièn después contò haber disfrutado de la travesìa, logra atracar a seis kilómetros de La Vela en la playa de Muaco. En la primera lancha y al frente de treinta hombres Ramòn Torres se dirige a tierra firme y se atrincheran detrás de un promontorio cubierto de cardones y cujìes y desde allì observan la llegada de las tropas oficialistas aun desconcertadas por el el desembarco y comandadas por el oficial de reguardo coronel Francisco Gutièrrez, cuyo arrojo es reconocido en la regiòn. Los invasores abren fuego y son respondidos por la tropa del gobierno durante un largo rato hasta que estas agotan los treinta y cinco proyectiles de cada maùser y se repliegan en busca de refuerzos y desconociendo el verdadero poder de fuego y el nùmero de los expedicionarios. En el camino, en una casa del barrio “Maturìn” Gutièrrrez se encuentra con el general Gabriel Laclè jefe de las fuerzas regulares quièn sorprendido pregunta de dònde provienen las repetidas descargas que mantienen en vilo a los pobladores. En cosa de segundos, ambos son envueltos por nuevas olas de pólvora. Laclè hace uso de su arma y trata de adelantarse pero cede ante el fuego enemigo; y al instante, en las filas de los rebeldes se produce una sensible baja: Ramòn Torres cae abatido por un certero disparo en el pecho. Segùn registra la escritora Bhilla Torres de Molina, Torres disparò contra Laclè y el general ya mortalmente herido accionò su viejo revòlver contra Torres. Se anticipaba de esta manera el duelo fatal entre los generales Romàn Delgado Chalbaud y Emilio Fernàndez en la Calle Larga de Cumanà el 11 de agosto del mismo año con el arribo del vapor “Falke” en otra histórica invasión antigomecista.
Los combatientes culminan el desembarco y el navío con los rehenes curazoleños y holandeses emprende el regreso. Pero la muerte del valeroso Torres influye sin duda en el ànimo de Machado y Urbina pese a que las tropas del gobierno huyen sin rumbo preciso. El coronel Agustìn Graterol, formado en la Revoluciòn Libertadora de 1902 en La Victoria y que había derrotado a Urbina en su anterior alzamiento en la Sierra de San Luis (también lo enfrentarìa con èxito dos años después, el 11 de octubre de 1931 en la invasión del barco “Superior” en Puerto Capatàrida), no se encontraba en la ciudad y sin tiempo suficiente para reagrupar a sus hombres. El general Leòn Jurado, temible especialista en aplastar sublevaciones, tampoco permanecìa en la región. Machado propone entonces seguir hacia Coro para impedir que las tropas oficialistas se reorganicen al mando de sus jefes naturales y contaba, (según su propia versión años después) con el apoyo de varios oficiales de la guarnición e incluso de un comandante que se sumarìan a la operación. Urbina se niega e insiste en que sus fortalezas están en la refriega guerrillera y se adelanta en el camino hacia la Sierra. En ese momento, se ponen nuevamente en evidencia los desencuentros entre los dos jefes de la expedición.
COMBATES EN LA SIERRA
En un esfuerzo por levantar la moral de los combatientes se procede a la reorganizaciòn de las fuerzas y se nombra a Urbina como Jefe del Ejèrcito y a Machado como Jefe del Estado Mayor. Al salvadoreño Carlos M. Flores se le designa Secretario General del Comando; como mèdico al mayor Josè Tomàs Jimènez Arràiz; y como tenientes y ayudantes a GustavoTejera, Miguel Otero Silva, Pablo Gonzàlez Mèndez y Manuel Ortiz. Los ciento veinte hombres que quedaban se dividieron en columnas y a su vez èstas fueron subdivididas en grupos de cinco combatientes; y emprenden el camino de la montaña en el cual habrìan de enfrentar en diversas escaramuzas a los soldados gomecistas, en los sitios de Meachiche, Socopo, Uria, La Chapa y Pueblo Nuevo de la Sierra.
Mientras tanto Urbina insiste en encontrar a Olegario Reyes quièn-aseguraba- estaba al frente de una importante fuerza guerrillera. Sin embargo a los dìas el desaliento y las calamidades, además de la escasez de pertrechos y después de largas horas sin comer, hacen mella en el ànimo de los expedicionarios, por lo que la mayoría de ellos opta por regresar a los caserìos aledaños a La Vela donde reciben apoyo de sus habitantes y luego de una pasantía clandestina varios logran huir con destino a las Antillas, pero la mayorìa de ella es apresada, sometida a torturas y enviada a los calabozos del règimen.
Al fin, cerca de Curimagua hace su aparición el legendario Olegario Reyes quien ciertamente se había desempeñado al lado de Urbina en numerosos combates y cuyo valor personal no estaba en discusión, pero distaba mucho de ser un hombre con conciencia polìtica ni tampoco parecía poseer mayores destrezas militares. Machado lo describe como “pequeño de estatura, todo nervios de acero, el pelo sobre los hombros, mirada desconfiada de hombre que vive en el monte huyendo siempre, movimientos àgiles de tigre, una peinilla terciada en el pecho y un largo revòlver 44 al cinto.” En permanente plan de fugitivo no era Reyes de ningún modo el refuerzo con el que esperaban contar los revolucionarios invasores.. Ademàs ya en ese momento las fuerzas del gobierno comandadas por Graterol y Jurado inician la contraofensiva en clara situación de ventaja y en un terreno que les era familiar para su ataques y batallas. Machado y también Urbina por su parte, entienden que la única alternativa es sortear un inevitable cerco que hubiera terminado por liquidar las huestes ya en franca dispersión.
FRONTERA DE REGRESO
Gustavo Machado, Rafael Simòn Urbina, Olegario Reyes, Prince Lara, Jimènez Arrràiz, Julio Ramòn y Manuel Hernàndez junto a otros combatientes emprenden un recorrido en condiciones precarias. Venciendo enormes dificultades cruzan la lìnea fronteriza colombiana y a partir de allì comienza una nueva odisea. De Cùcuta siguen a Pamplona y luego a Bucaramanga en una caminata de varios dìas y después a Puerto Wilches hasta llegar a Barranquilla. En embarcaciones bananeras y en deplorables condiciones personales arriban a Panamà donde reciben la ayuda de Josè Rafael Wendehake, considerado ya como un “paño de làgrimas” de los luchadores antigomecistas. En tierra panameña se produce la separación definitiva de Machado y Urbina,. Con la toma de Curazao y la invasión a La Vela de Coro el primero vio materializada la obsesiòn “garibaldina” que lo acompaño durante su largo destierro y mientras que para Urbina fuè solo un nuevo episodio de una vida comprometida con el azar. Lo comprobarìa dos años después con la expedición del vapor “Superior” desde Mexico; y en 1950 con el asesinato del Presidente de la Junta Militar, coronel Carlos Delgado Chalbaud, en cuyas circunstancias también encontró la muerte. Sin duda, que 1929 fue un año marcado por invasiones y alzamientos en casi toda la geografìa venezolana. Como sostuvo el propio Machado “ya había sìntomas inequívocos de que comenzaba la agonía del gomecismo”.