Entre las profesiones más extrañas antes de ocupar la Casa Blanca, está el caso de Herbert Hoover, ingeniero de minas en China, el de Ronald Reagan, actor o Harry S. Truman, cronometrador en la estación de ferrocarril
Por César Cervera
Cuarenta y cuatro personas han ejercido en la historia como presidentes de EE.UU, todos ellos varones, quince demócratas, diecinueve republicanos y el resto pertenecientes a partidos ya desaparecidos. Raro es encontrar un presidente que se parezca a otro, porque, como dijo el torero, «hay gente para to». Treinta y dos de los presidentes cursaron estudios universitarios, siendo la carrera más común la de derecho, cursada por veinticuatro, seguida por carreras de humanidades (cuatro). Las universidades más comunes fueron Harvard y Yale, aunque algunos aprendieron de manera autodidacta como en el caso de Abraham Lincoln. Entre las profesiones más extrañas antes de ocupar la Casa Blanca, está el caso de Herbert Hoover, ingeniero de minas en China; el de Ronald Reagan, actor y presidente del sindicato principal de la Meca del Cine; el de Warren G. Harding, que fue periodista; el de Harry S. Truman, cronometrador en la estación de ferrocarril de Santa Fe o el de Theodore Roosevelt, historiador. Hasta ocho presidentes dedicaron su vida en exclusiva a la carrera militar. Los estados que más presidentes han dado al país han sido Virginia (ocho), Ohio (siete), Massachusetts (cuatro) y Nueva York (cuatro), aunque la representación geográfica es muy amplia en los doscientos años de historia presidencial. No falta uno californiano, Richard Nixon, uno de Misuri, Harry S. Truman o incluso de Hawai, Barack Obama.
Reyes y pioneros
EE.UU. no ha tenido nunca rey, aunque si candidatos a reinar desde su misma fundación. George Washington, primer presidente del país, recibió varias propuestas para establecer una monarquía una vez hubieran sido expulsados los británicos. En mayo de 1782, un grupo de oficiales revolucionarios escribieron una carta a Washington criticando la ineficacia aparente del Congreso Continental para imponerse en la guerra. Argumentando que el republicano era el más inestable de todos los sistemas políticos, los militares propusieron a su superior ser coronado rey, en el contexto de una monarquía constitucional. Washington se mantuvo fiel a sus ideales republicanos y liberales tanto entonces como después de la guerra. En una segunda tentativa, la Sociedad Secreta de los Cincinnati, que reciben su nombre del héroe romano Cincinato, sugirió a Washington que ocupase la jefatura del Estado de la recién nacida nación de forma vitalicia. El presidente, que gobernó de 1789 a 1797, insistió en la importancia del turnismo político y cedió su puesto llegado el momento. Si de pioneros se trata, Washington fue el primero en ocupar el cargo; Abraham Lincoln (1861-1865), el primer republicano en ser elegido presidente; John F. Kennedy (1961-1961), el primer católico; Barack Obama, el primer afroamericano; Theodore Roosevelt, con 42 años, el más joven; Ronald Reagan (1981-1989), con 70 años, el más viejo en ser electo; y Richard Nixon (1969-1974) el primero y único en renunciar al puesto. Mención aparte para Grover Cleveland, quien sigue y seguirá siendo el único presidente de la historia que lo ha sido dos veces no consecutivas, como el 22º y 24º presidente de Estados Unidos. El mandato más corto de la historia de las presidencias en Estados Unidos lo protagonizó Henry Harrison (febrero-marzo de 1841). Harrison asumió la presidencia a una edad ya avanzada para la época, a los 68 años, tras una larga carrera militar. Según el anecdotario más novelado, su estado de salud se resintió debido a que pronunció un discurso inaugural de más de dos horas (el más largo pronunciado) en un día de temperaturas gélidas sin llevar el conveniente abrigo. Al cabo de treinta días de aquel juramento glaciar, falleció debido a una neumonía, convirtiéndose así en el presidente norteamericano más breve y el primero en morir ocupando el cargo.
ASESINADOS
Otros tres presidentes fallecieron en el cargo por motivos naturales. En 1850, Zachary Taylor murió debido a una gastroenteritis aguda, Warren G. Harding, involucrado en una gran cantidad de casos de corrupción, sufrió un infarto mortal el 2 de agosto de 1923 y Franklin D. Roosevelt pereció como resultado de una hemorragia cerebral el 12 de abril de 1945, cuando faltaban pocos meses para que la Segunda Guerra Mundial llegara a su final. No obstante, el récord más siniestro del país tiene que ver con la gran cantidad de presidentes que fueron asesinados en el cargo. El primero de ellos fue Abraham Lincoln, quien recibió en el Teatro Ford de Washington DC un disparo en la parte trasera de la cabeza a cargo de un fanático confederado llamado John Wilkes Booth. Dieciséis años después, el 19 de septiembre de 1881, James A. Garfield fue asesinado por Charles J. Guiteau, un escritor y abogado resentido con el presidente por no haberle concedido un cargo.
El presidente William McKinley murió a causa de los efectos de ser tiroteado dos veces por el anarquista Leon Czolgosz, lo cual no deja de ser paradójico si se tiene en cuenta que la administración McKinley estuvo probablemente detrás de la muerte del presidente español Antonio Cánovas del Castillo también a manos anarquistas. John F. Kennedy fue el último en ser asesinado, en su caso presuntamente a causa de dos disparos del francotirador Lee Harvey Oswald el 22 de noviembre de 1963.
La lista de presidentes asesinados no es más elevada simplemente porque algunos se salvaron de milagro de las fauces del magnicidio. El 30 de enero de 1835, Andrew Jackson, séptimo presidente de EE.UU., fue tiroteado a la salida de un funeral por un pintor de casas resentido. Según cuenta la tradición, Richard Lawrence creía pertenecer a la realeza inglesa y culpaba al presidente de haber impedido su ascenso al trono como Ricardo III debido a la guerra de 1812 contra los británicos. El «Rey Chusma», apodo con el que se reconocería al presidente Jackson por su excéntrico populismo, salió ileso del ataque defendiéndose con un bastón que casi le cuesta la vida a su agresor.
Ronald Reagan, por su parte, solo llevaba 69 días como presidente cuando sufrió un atentado que estuvo cerca de matarlo. El 30 de marzo de 1981, a la salida de una conferencia en el Hotel Hilton de la capital, John Hinckley, le disparó seis veces con un revólver Röhm RG-14. La sexta bala ingresó por la axila de Reagan y se detuvo en un pulmón, a dos centímetros del corazón. Reagan sufrió una importante hemorragia interna, pero los médicos lograron estabilizarlo. El magnicida justificó su ataque en que tras ver la película «Taxi Driver», de Martin Scorsese, pensó que así podría impresionar a Jodie Foster, con quien estaba obsesionado. La Justicia lo declaró inimputable por sus desórdenes mentales.
Gerald Ford no solo sobrevivió a dos atentados, sino a dos en el mismo mes. El 5 de septiembre de 1975, Ford fue atacado a la salida del Capitolio de California, en Sacramento, por una mujer llamada Lynette «Squeaky» Fromme, miembro de La Familia Manson. Afortunadamente, la pistola de Fromme falló cuando intentó apretar el gatillo de su pistola calibre 45. Un agente del servicio secreto la detuvo antes de que pudiera volver a intentarlo.
Diecisiete días después del incidente en Sacramento, Ford volvió a ser víctima de un magnicidio en este mismo estado por parte de otra mujer. Cuando salía del Hotel St. Francis de San Francisco, Sara Jane Moore le disparó a pocos metros, pero no acertó en su objetivo antes de que un ex marine que estaba entre la multitud la redujera.
LA SUCESIÓN
Las reglas para acceder y permanecer en la Casa Blanca han ido evolucionando con el paso de los años, empezando porque hasta John Adams, segundo presidente de EE.UU., no existía el edificio en sí. El proyecto de estilo neoclásico fue ideado por George Washington y construido bajo la dirección del arquitecto de origen irlandés James Hoban. Un español, el navarro Pedro de Casanave, colocó su primera piedra el 12 de octubre de 1792 y ocho años después Adams estableció allí su residencia. Doce años después las tropas británicas incendiaron el edificio, haciendo necesaria una reconstrucción completa. El interior de la mansión quedó destruida, y solamente permanecieron las paredes exteriores. Lejos del mito de que se pintó de blanco tras este incidente, la verdad es que ya en 1792 se planeó en este color.
Hasta que se aprobó la 22ª Enmienda en 1951, el número de «residencias» en la Casa Blanca no estaba limitado en el tiempo, aunque la tradición marcaba no pasar de dos mandatos. Si Franklin D. Roosevelt, con cuatro mandatos, estuvo más tiempo que nadie en el sillón presidencial fue por lo excepcional de la situación en la que gobernó, con la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial de por medio. Tras el conflicto mundial, el Congreso dio luz verde a la Vigesimosegunda Enmienda para limitar a solo dos los mandatos. La tradición y luego la ley impiden hoy a los presidentes perpetuarse en el poder, lo cual ha dado lugar, como alternativa para aferrarse a la Casa Blanca, a la creación de auténticas dinastías políticas. John Quincy Adams (11 de julio de 1767-23 de febrero de 1848) fue el primer presidente hijo de otro presidente (John Adams) y el primero que ocupó el cargo sin haber ganado unas elecciones. En los comicios a los que acudió en 1824 el candidato que recibió más sufragios fue con cierta diferencia Andrew Jackson, seguido por Adams, William H. Crawford y Henry Clay. Dado que el ordenamiento jurídico no contemplara la posibilidad de una segunda vuelta y la diferencia entre candidatos era muy pequeña, se determinó que la decisión quedara en manos del Senado. El apoyo de Clay a la candidatura de Adams le convirtió en presidente.
Otras dinastías políticas han sido la de los Bush, George H. W. Bush y George W. Bush, que fueron presidentes un total de doce años, la de los Kennedy (aunque ninguno de sus hermanos llegó finalmente a repetir la presidencia de John F. Kennedy) y la de los Roosevelt. Los dos grandes referentes de sus respectivos partidos en el siglo XX, el republicano Theodore Roosevelt y el demócrata Franklin D. Roosevelt, compartían apellido y parentesco. El presidente Theodore Roosevelt, un republicano del Oyster Bay, era primo en quinto grado de Franklin, un demócrata también asentado en Nueva York. A pesar de sus diferencias políticas, las dos ramas de la familia estaban muy unidas, hasta el punto de que Franklin se casó con la sobrina de Theodore en 1905.
ABC.