Por Gehard Cartay Ramírez
Tal vez no sea muy conocida esa historia, pero entre Rómulo Betancourt y Luis Herrera Campíns hubo una especial relación amistosa durante varios años, que llegó a incluir hasta consejos políticos por parte del fundador de Acción Democrática y dos veces presidente de Venezuela al joven líder socialcristiano y también Jefe de Estado entre 1979 y 1984, sin dejar de señalar el respeto que este último siempre sintió por el primero.
Esa relación surgió en el exilio, estando ambos desterrados, pocos días antes de la caída de la dictadura pérezjimenista. Fue en esos días cuando Betancourt le escribió una extensa carta a Herrera Campíns. No hay antecedentes de que se hubieran conocido antes, y el jefe adeco sólo supo del dirigente copeyano por referencias que otros dirigentes de AD le habían hecho en la prolífica correspondencia que mantenían entre ellos. Ya en 1957 Betancourt estaba residenciado en Nueva York, y Herrera Campíns, con apenas 32 años –luego de haber vivido en Colombia, Italia, España e Inglaterra desde 1952, cuando fue desterrado por la Junta de Gobierno Cívico Militar–, se encontraba radicado en la alemana ciudad de Munich.
Al caer la dictadura pérezjimenista, esa relación debió haber fructificado en reuniones y contactos personales más frecuentes, ya siendo Betancourt presidente de la República, electo en diciembre de 1958, y estando al frente un gobierno coaligado entre Acción Democrática (AD), Unión Republicana Democrática (URD) y el Partido Social Cristiano Copei, del cual se retiró tempranamente el segundo partido. Aquella experiencia de gobierno fue inspirada por el llamado Pacto de Puntofijo.
Al entregar la presidencia a su sucesor Raúl Leoni, también dirigente de AD, elegido democráticamente en diciembre de 1963, Betancourt optó por un discreto autoexilio durante los cuatro años y medio siguientes, transcurridos entre Suiza e Italia. En este tiempo seguramente no intercambiaron correspondencias, pero no es descartable que pudieran haberse reunido en el exterior, visto que Herrera Campíns era entonces diputado y asistía con frecuencia a las reuniones de la Unión Interparlamentaria Mundial, celebradas cada año en ciudades de varios continentes. Betancourt privilegiaba también esos acercamientos con líderes copeyanos, como me contó en una oportunidad Eduardo Fernández, ex secretario general de Copei entre 1979 y 1992, y su candidato presidencial en 1988. Me dijo que él mismo, siendo aún dirigente de la juventud de su partido, se había reunido con Betancourt en Londres, allá por 1964. Otros dirigentes de Copei también lo hicieron, según mis fuentes, cumpliéndose así la promesa betancuriana de mantener con los socialcristianos “una amistad para siempre” 1.
En agosto de 1963, próximas a celebrarse las elecciones presidenciales y siete meses antes de finalizar su período constitucional, Betancourt invitará a Luis Herrera Campíns, entonces jefe parlamentario de su partido, a compartir un largo almuerzo en las cercanías de Caracas, luego de la clausura de las sesiones del Congreso de la República.
Como se sabe, en diciembre de 1978 Herrera Campíns sería electo presidente de la República. Desde esa alta posición siempre distinguió al ex presidente de distintas maneras. Finalmente, el dos de octubre de 1981 le correspondió como Jefe de Estado presidir las exequias de Betancourt, quien había muerto el 28 de septiembre en Nueva York, pocos días después de un encuentro personal entre ambos, primero en la Asamblea General de las Naciones Unidas y al día siguiente para observar un juego de béisbol en la gran carpa.
Tres momentos excepcionales de la relación entre Betancourt y Herrera Campíns, a los que nos referiremos a continuación.
Conocimiento por correspondencia y en el exilio
El inicio de aquella amistad a principios de 1958, sin haber llegado después a ser íntima ni cuotidiana, revela ahora algo que tal vez pocos conocen y que permite enterarnos de una situación particularmente interesante, aunque en modo alguno extraña, entre la dirigencia política del exilio durante la dictadura pérezjimenista. Entonces estaban residenciados casi todos los principales líderes adecos y urredistas en varios países continente americano y algunos copeyanos y comunistas en Europa.
Fue a partir de 1955 cuando comenzaron a establecerse contactos epistolares entre la dirigencia de AD y Copei en el destierro, y desde luego las de ambas con Jóvito Villalba, máximo líder de URD, triunfador en las elecciones de la Constituyente en 1952 –desconocidas por el general Marcos Pérez Jiménez–, quien vivía en Nueva York. Esas relaciones también incluyeron a quienes cumplían tareas partidistas dentro del país, las cuales desembocaron en la formación de la Junta Patriótica, fundada a finales de 1957 en Caracas, por dirigentes de AD, URD, Copei y Partido Comunista de Venezuela (PCV).
Lo cierto, en todo caso, fue que en ese tiempo volvieron a construirse los puentes que se habían dinamitado entre adecos, urredistas, copeyanos y comunistas durante el llamado Trienio Adeco, como ha sido bautizado por algunos historiadores el gobierno de la Junta Revolucionaria de Gobierno que tomó el poder al ser derrocado el presidente Isaías Medina Angarita, último gobernante de la hegemonía tachirense y militar que dirigió el país desde 1908. Aquellos tres años de la nueva gestión, iniciados el 18 de octubre de 1945 y finalizados el 24 de noviembre de 1948 con el derrocamiento del presidente civil Rómulo Gallegos, significaron un turbión político de cambios y reformas importantes.
Sin embargo, a los efectos del tema que se aborda en estas líneas, hay que destacar en particular el duro enfrentamiento entre casi todos los factores políticos de la época. Villalba y su gente, vinculados de alguna manera con el régimen depuesto, se alinearon desde el principio en contra del nuevo gobierno cívico militar. En cambio, Caldera y sus seguidores apoyaron en sus inicios la nueva situación, pero en 1946 –luego de que fundaran el partido Copei– rompieron con el régimen y pasaron a ejercer una agresiva oposición, junto a URD. El PCV, que había apoyado a Medina Angarita e incluso le pidió armas para defender su gobierno, luego del golpe en su contra se puso inmediatamente al lado de la Junta de Gobierno que presidía Betancourt, no sin cierta incomodidad por parte de este último.
Algunos historiadores han sostenido que el sectarismo de AD durante aquella gestión gubernamental terminó alejando a ciertos sectores que en sus inicios apoyaron la autodenominada Revolución de Octubre. Este hecho sería posteriormente reconocido por varios dirigentes adecos, comenzando por el propio Betancourt, luego de un proceso de autocrítica durante su largo exilio, que hizo público en 1958, a la caída del régimen de Pérez Jiménez.
En todo caso, tal acción produjo, como era natural, una reacción por parte de quienes estuvieron de acuerdo con el golpe contra Medina Angarita o apoyaron tal hecho en sus comienzos –como fue el ya referido caso de Caldera y sus seguidores, pues aún no había sido fundado Copei– y, al final, la de los propios militares que acompañaron a Betancourt en el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, los mismos que tumbarían al presidente Rómulo Gallegos tres años después. Al día siguiente, por cierto, Luis Herrera Campíns, entonces dirigente de la Unión Nacional Estudiantil (UNE), junto a otros compañeros suyos, se dirigió a los estudiantes por la caraqueña Radio Cultura para anunciar que apoyaban al nuevo gobierno presidido por Betancourt.
Andando el tiempo, a mediados de la década de los cincuenta, casi todos esos mismos factores trataron de superar aquella separación y se atrevieron a intercomunicarse en la búsqueda de una actuación conjunta frente a la dictadura. Había una situación específica que los convocaba a una estrategia común: la posibilidad de que en diciembre de 1957 se celebraran las elecciones presidenciales, conforme la Constitución de 1953. Sobre este aspecto se habían carteado ya, entre otros, el propio Herrera Campíns y Luis Augusto Dubuc, dirigente adeco muy cercano a Betancourt en aquellos días, al igual que otras figuras de AD actuantes en la clandestinidad y que se comunicaban por esta vía con el joven desterrado copeyano.
“Tenemos que pensar en el futuro…”
Fue a propósito de esta circunstancia que ambos cruzaron correspondencias en los últimos días del pérezjimenato. El 14 de enero de 1958 –algo más de una semana antes de la caída de la dictadura–, estando en Nueva York, el máximo líder de AD le escribe una interesante carta 2 al joven exiliado copeyano, entonces residenciado en Munich. Por supuesto que el tema fundamental no podía ser otro que la discusión del acontecer político en Venezuela durante esos días cruciales.
La carta la inicia Betancourt señalando que desde hace tiempo estaba por escribirle, aunque le notifica que ha leído las misivas que Herrera Campíns le ha enviado a Dubuc y López Gallegos. Le comenta los últimos acontecimientos, entre ellos la destitución del general Rómulo Fernández como ministro de la Defensa, medida con la que Pérez Jiménez intentaba frenar el descontento militar, asumiendo él directamente tal cargo. Betancourt cree que esa maniobra al final no tendrá éxito, pues “no detendrá el curso de los sucesos”, ya que la dictadura tiene, en su opinión, los días contados, debido al “desmoronamiento del miedo”. Y le asegura que la institución castrense está “prácticamente en insurgencia” y la gente abandonando la apatía de los últimos años.
Esta carta constituye un documento histórico muy importante, no sólo porque contiene un certero análisis de la situación política venezolana de aquellos días por parte de Betancourt, sino porque, además, anuncia su disposición y la de su partido de entenderse con las demás fuerzas opositoras a la dictadura, la cual, por si sola –advierte–, no bastaría para terminar con ella. Por esta misma razón, al adelantar su visión futura sobre lo que hay que hacer en Venezuela una vez restablecida la democracia, estampa esta interesante reflexión:
“Ahora ya tenemos que pensar en el futuro. Es un gran paso el que se ha dado y el de que las fuerzas políticas civiles nos hayamos comportado, en la práctica, con un sentido de entendimiento. Pero algo más serio y más profundo debe hacerse. Soy de los más sinceramente convencidos, por mi propia experiencia en el gobierno, de que son la desunión y el canibalismo entre las fuerzas civiles lo que estimula y acicatea las ambiciones de los “providenciales”.
Betancourt va más allá todavía al respecto:
“Debemos prevenir el riesgo de una crisis recurrente de ese mal en apariencia crónico de la autocracia y el despotismo en nuestro país. Pero el tiempo apremia y algo debe hacerse pronto. Por eso nos hemos interesado todos en su traslado a América. Vi sus cartas para Dubuc y Alberto López. Veo que ha tenido obstáculos respetables, por dimanar de cuestiones internas de su Partido”.
Al mencionar que “debemos prevenir el riesgo de una crisis recurrente de ese mal en apariencia crónico de la autocracia y el despotismo en nuestro país”, se puede encontrar, sin duda, un pronunciamiento de gran significación por ser tal vez una de las claves de lo que luego se concebirá como el Pacto de Puntofijo, firmado en noviembre de 1958 por Betancourt, Villalba y Caldera en nombre de sus respectivos partidos.
A continuación, el fundador de AD le insiste en su traslado a Estados Unidos:
“Creo que ahora con la salida a la calle de Rafael (Caldera) 3 podrá recibir usted autorización. Me parece del mayor interés que Ud. pueda situarse aquí y ya podríamos Jóvito, Ud. y yo hablar en nombre de nuestros respectivos partidos, en declaraciones conjuntas. Eso tendría un gran efecto, tanto desde el punto de vista interno como internacional…”
Betancourt asegura de seguidas que en su planteamiento “hay limpieza de propósitos, honrado interés nacional, y nadie pretende que ninguna colectividad política pierda su perfil, su fisonomía, sino que busquemos de buena fe una fórmula que contribuya no solo a erradicar el obstáculo principal actual para una evolución venezolana hacia el gobierno propio y la libertad, sino también para evitar definitivamente para el futuro el reflorecer de aquella estúpida guerra a cuchillo que nos hicimos antes”.
De igual manera, le comenta favorablemente los contenidos de TIELA (Triángulo de Información de Europa-Las Américas), vocero de los exiliados copeyanos en Europa, y le promete un intercambio editorial más frecuente. Por cierto que también le hace entonces un cordial reclamo a Herrera Campíns, quien le habría comentado en una misiva a López Gallegos sobre ciertos “atisbos antiunitarios” que habría creído haber percibido en el reciente mensaje de Betancourt con motivo del XVI aniversario de AD. Le pide, por tanto, “que me diga sus puntos de vista, francamente”.
La carta respuesta de Herrera Campíns tiene fecha de 17 de enero, apenas tres días después. Se trata de un texto analítico, con referencias políticas y personales, y del que glosaremos las partes más significativas por lo que respecta al tema del presente ensayo. Comienza señalándole que con especial atención ha leído “su muy interesante carta” y agrega de seguidas: “Mucho le agradezco la gentileza que ha tenido al escribirme y espero que nos mantengamos en intercambio epistolar en estas pocas semanas que, Dios mediante, nos separan del definitivo derrocamiento de la agrietada dictadura venezolana”. Le agradece igualmente sus “bondadosos conceptos” sobre TIELA, “fiel reflejo de nuestra socialcristiana voluntad de entendimiento recíproco y a largo alcance de las fuerzas democráticas que se enfrentan al viciado actual estado de cosas que impera en la Patria”.
Le informa a continuación que las noticias que acaba de recibir de Caracas “indican que sigue estacionario el asunto de Rafael (Caldera), refugiado en la Nunciatura Apostólica, pues la dictadura se niega persistentemente a otorgarle el salvoconducto”. Agrega que también han sido capturados sus compañeros Edecio La Riva y Arístides Calvani.
Luego entra de lleno en las consideraciones políticas:
“Como usted, también creo que el panorama es esperanzador, porque a un mismo tiempo se han despejado los dos mitos de la fortaleza psicológica del régimen: el de la unidad de las Fuerzas Armadas en torno a PJ, y el del terror, simbolizado en Estrada. No indica ello, desde luego, que el terror como tal haya cesado, ni que la persecución haya sufrido mengua, pero se han soltado las amarras del miedo”.
Más adelante, al coincidir con Betancourt en su planteamiento unitario, le señala: “La hora es oportuna, desde luego, para el entendimiento concreto de nuestros partidos, no sólo para la coordinación de las tareas comunes a cumplir en esta fase agónica de la dictadura, sino sobre todo para garantizar una continuidad del entendimiento que haga posible un gobierno democrático en el porvenir”.
Pasa luego a referirse a la invitación de Betancourt: “Crea que he lamentado que mi crónica pobreza no me haya permitido trasladarme a Estados Unidos para entrar en contacto tanto con usted como con Villalba”. Al insistir en este tema, le comunica que sobrevive apenas con cien dólares mensuales, incluyendo su contribución para TIELA, y que cuando tuvo “generosas ofertas” para viajar realizó consultas con la dirección copeyana, sin obtener respuesta. Cree que si Caldera sale del país en esa misma dirección, la presencia suya no se justificaría.
Al final, le aclara que lo de los “atisbos antiunitarios” sólo tiene que ver con una observación que hiciera sobre lo dicho por Betancourt al arrogarse la posición unitaria y señalar que coincidieron con esos planteamientos “y en el lenguaje usado” Villalba y el propio Herrera Campíns. Y luego hace una pícara comparación entre lo dicho por Betancourt con lo que Pérez Jiménez le comentara una vez a Caldera: “que yo tenía estilo adeco”.
Un jueves 15 de agosto de 1963…
Varias veces han debido coincidir después, durante el mandato presidencial de Betancourt. Pero hay una ocasión memorable que recordaría muy especialmente el entonces presidente Herrera Campíns en su discurso durante las exequias del fundador de AD, fallecido durante su gobierno.
Se refirió entonces a una reunión efectuada el 15 de agosto de 1963, en plena campaña electoral. Herrera Campíns, jefe de la fracción parlamentaria de Copei, formaba parte de la comisión del Congreso que fue a participarle al presidente la clausura de las sesiones de ese año, último del período constitucional. “Betancourt está eufórico”, recordaría el presidente en su oración fúnebre, 18 años después, así como su invitación a almorzar ese mismo día cerca de Los Teques. Betancourt le pidió entonces al ministro de la Defensa, Antonio Briceño Linares, que lo trasladara hasta allá.
“Desde el mediodía hasta la caída de la tarde –rememoraría Herrera Campíns–, Betancourt habla de su vida política, de sus avatares y peripecias. Las anécdotas salpican las confidencias desde su niñez hasta la Presidencia. Son testigos de excepción Mariano Picón Salas, Andrés Germán Otero, Antonio Briceño Linares y Marcos Falcón Briceño”.
Y, al despedirlo, Betancourt le hará una casi paternal recomendación: “Tu eres político. Te voy a dar un consejo: no hagas demagogia. No da resultado”.
Último encuentro en Nueva York
Los días 21 y 22 de noviembre de 1981, escasos seis días antes de su sorpresiva muerte, se encontraron por última vez Betancourt y Herrera Campíns. Curiosamente, fue desde esta ciudad que el primero le escribió al segundo en enero de 1958 la correspondencia a la que antes se hizo referencia y adonde el joven dirigente copeyano le envió la carta de respuesta a los pocos días.
Ahora, 23 años después, Betancourt cumplía una estadía de varios días en Nueva York, algo que hacía con frecuencia. El presidente Herrera Campíns asistía entonces a la Asamblea General de las Naciones Unidas para intervenir como Jefe de Estado de Venezuela, y Betancourt le había hecho saber antes que le interesaba escucharlo.
Al rememorar aquel encuentro en su discurso ya citado, el entonces presidente destacó las declaraciones del ex presidente en torno a su intervención en las Naciones Unidas: “El discurso me pareció bueno. Pocas concesiones a los latiguillos buscando aplausos. Una exposición coherente sobre los problemas del mundo y causó una excelente impresión en la Asamblea que se manifestó en el prolongado aplauso de los delegados”.
Al día siguiente, Herrera Campíns invitó a Betancourt a presenciar un juego de baseball entre los Yankees de Nueva York y los Indios de Cleveland. Una gráfica tomada entonces los muestra sentados juntos, hablando y sonriendo.
“Compartimos la emoción del encuentro. Estaba contento, eufórico, por la pronta aparición de sus Memorias y de un libro de Robert Alexander sobre él, que era más bien un ensayo de la vida política contemporánea en Venezuela, según me dijo. Siguió como un fanático joven el discurrir del partido, se solazaba en las buenas jugadas, comentaba los errores mentales de algunos jugadores y aplaudió como un muchacho cada uno de los tres hits que nos regaló el bateo inspirado de nuestro paisano Baudilio Díaz…”
Al final de aquel memorable y sentido discurso, el presidente Herrera Campíns resumió con exactitud el legado del líder fallecido a los 73 años de una agitada y excepcional vida política:
“Fue un presidente que supo enfrentar con tino y decisión la conjura reaccionaria y la subversión izquierdista. Un inspirador de profundas reformas políticas y sociales que han contribuido a una nueva morfología del Estado y a una reforma de la sociedad venezolana. Un periodista de fuste que se complacía en la polémica y sabía castigar con la ironía y con el sarcasmo. Un autor de libros en los que recogió su experiencia política y gubernativa y su pensamiento de conductor del Partido Acción Democrática, que acaba de cumplir cuarenta años de existencia”.
La conexión Betancourt-Herrera Campíns
Hubo, sin duda, una especial conexión entre estos dos líderes políticos y presidentes de Venezuela.
Hubo una especial admiración del más joven por aquel veterano luchador y dirigente que se había estrenado en las luchas antigomecistas cuando Herrera Campíns apenas tenía tres años de nacido. Y de parte de Betancourt resulta obvio afirmar que sentía una manifiesta simpatía por el dirigente copeyano. Entre ambos hubo también una relación de respeto y afecto común.
No han faltado quienes en su momento señalaron que Herrera Campíns tenía un estilo y un lenguaje muy próximo a la manera adeca de hacer política. Desde el propio Betancourt, que de alguna manera lo dejó en el aire en su mensaje con motivo del XVI aniversario de su partido, hasta el mismísimo dictador Marcos Pérez Jiménez –ambas circunstancias ya antes referidas–, parecieron coincidir al respecto. Desde luego que esa afirmación no era del todo cierta, pues Herrera Campíns tuvo su propio estilo político, un tanto heterodoxo si se lo compara con el común del liderazgo copeyano de las primeras décadas de la fundación de su partido.
Pero quien fuera el segundo presidente socialcristiano venezolano sí buscó y concretó una manera de conectar con los venezolanos como dirigente político por largos años, apelando a un lenguaje llano, salpicado de refranes y referencias humorísticas, que algunos incluso calificaron como populachero y ordinario. A eso ayudó también su condición de llanero, su despierta inteligencia y su simpatía natural. Pero más allá de esa manera de comunicarse había un hombre con una sólida formación intelectual e ideológica, poseedor de una cultura excepcional, que hablaba varios idiomas y tenía un perfecto conocimiento del lenguaje, con el cual se permitió más de una vez elevar la polémica política venezolana.
Tal vez en esas facetas hubo una cierta similitud con Betancourt y hasta me atrevería a señalar, incluso, que en esta materia pudo existir una cierta influencia betancuriana en Herrera Campíns. Lo que no deja duda alguna es que entre ambos hubo una excelente relación, más allá de las divergencias políticas e ideológicas, algo que fue una característica común de la República Civil que tuvimos hasta 1998.
Gehard Cartay Ramírez, es dirigente socialcristiano y exgobernador del estado Barinas.