Por Reinaldo RojasEl 20 de marzo de 1804, hace doscientos diecisiete años, arribó a Puerto Cabello, procedente de La Coruña, España, una Expedición Médica encabezada por el Dr. Francisco Javier Balmis (1753-1819). Llegaba con la tarea de vacunar, por expresa disposición del rey Carlos IV, las poblaciones de América y de las islas Filipinas, azotadas por la epidemia de la viruela. En Puerto Cabello, la expedición se dividió: un grupo partió hacia Caracas, ciudad a la que llega el propio Balmis el 28 de marzo; mientras el otro grupo, dirigido por José Salvany, siguió rumbo hacia la Nueva Granada. Debe sorprender al lector la noticia acerca de esta Expedición en plena dominación colonial española, cuando suponemos que todo lo español fue atraso, explotación e ignominia. Pero en la historia real, no todo es blanco o negro. Sucede que a principios del siglo XIX la monarquía española se propuso inocular a los habitantes del Imperio, afectados por la viruela, un milagroso “fluido vacuno” que inmunizaba contra aquella enfermedad. Hoy la historia se repite. Pero no hay “monarca” que disponga de una vacunación universal y lo que vemos en nuestro país es un “sálvese quien pueda”, lamentablemente.
Las epidemias han estado presentes a lo largo de la historia de la Humanidad como una de las principales causas de muertes masivas. La peste negra o bubónica, acabó con millones de personas en un espacio continental localizado entre Rusia y España en varias oleadas: 1347, 1348, 1349, 1350 y 1352, partiendo de su foco inicial en las costas del Mar Negro. En el caso americano, la llegada a partir del siglo XVI de población europea y más tarde africana, con sus enfermedades, fue una de las principales causas de la brusca disminución de la población indígena. El cronista José de Oviedo y Baños y su Historia de la Conquista y Poblamiento de Venezuela, describe la entrada y propagación de la viruela en 1580 por el puerto de Caraballeda, en un navío portugués proveniente de las costas africanas de Guinea, cuyos pasajeros ya venían infectados.
Dice el Cronista que la enfermedad “cundió con tal violencia que, encendido el contagio entre los indios, hizo tal general estrago, que despobló la provincia”. El país quedó convertido “en lastimas y horrores” y por los caminos “se encontraban los cuerpos muertos a docenas.” En 1588, de nuevo llegó la epidemia, pero esta vez, desde la Nueva Granada, extendiéndose hasta Chile. Sólo se libró del contagio la ciudad de Pamplona, dice otro cronista, fray Pedro Simón, “por el vigilante cuidado que tuvo el Corregidor de Tunja (...) guardando con rigor no entrasen en ella los de afuera”. El Corregidor, confinó la ciudad y cortó la cadena de contagios. En esa época, las epidemias hacían estragos en la población porque no había antídotos, ni medicamentos. La respuesta de la ciencia llegó a finales del siglo XVII de la mano del médico inglés Eduardo Jeuner, quien en 1696 hizo su primer experimento inoculando a un muchacho sano con el pus de la pústula del pezón de una vaca, cuyo virus había contagiado a una mujer ordeñadora. Comenzaba con ello la historia de la vacuna, la cual llegó a España en 1801. Abrumado por tantas enfermedades en sus dominios y asesorado por algunos sabios y médicos, Carlos IV resuelve propagar la inoculación de la vacuna en América y en las Filipinas.
La importante tarea no se la dio a un mercader o a un político de la Corte, sino a su médico de cabecera, vocal de la Real Junta Superior Gubernativa de Cirugía, Cirujano de Cámara, Consejero honorario de Hacienda e Inspector General de la vacuna en España e Indias: el Dr. Francisco Javier Balmis. Balmis asumió el encargo con alto compromiso personal. Salió de España en 1803, encabezando la Expedición de la Vacuna a América y luego a las islas Filipinas regresando a la Península en 1806. Más tarde, en 1810, regresó a México para retornar a España en 1813, en plena crisis de la monarquía y rebelión de los dominios españoles en América, por su Independencia. Recordemos esa historia, tan poco conocida.
Ya en Caracas, además de proceder a la vacunación, logrando en tres días atender 2.064 niños en una ciudad que apenas sobrepasaba los 40 mil habitantes, Balmis dejó instalada la Junta Central de Vacunación, con extensiones de La Guaira, Puerto Cabello, Margarita y Cumaná, sitios de entrada y salida del país, figurando entre sus miembros los médicos José Domingo Díaz, como Secretario, y Vicente Salias, autor de la letra de nuestro Himno Nacional. Como secretario civil de la Junta fue nombrado Andrés Bello, quien maravillado por aquel acontecimiento, compuso una Oda a la vacuna. Hoy, recordamos nuevamente a Balmis, a Díaz y Salias, en esta hora crítica para la Humanidad.