El 24 de noviembre de 1948 las fuerzas armadas derrocaban mediante un pronunciamiento orgánico e incruento al gobierno legítimo y constitucional de Don Rómulo Gallegos. Tres años antes, el 18 de octubre de 1945, los mismos militares que ahora derrocaban al ilustre novelista, se habían concertado con Acción Democrática el partido de Rómulo Betancourt y de Gallegos para sacar violentamente del poder al general Isaías Medina Angarita, e instaurar una Junta Cívico Militar encabezada por el líder máximo de AD.
En diciembre de 1947, al amparo de una nueva Constitución que consagraba por vez primera en la historia republicana el voto universal, directo y secreto, los venezolanos pudieron emitir sus sufragios para escoger al nuevo jefe de Estado y a sus representantes a las asambleas legislativas y las cámaras del Congreso Nacional, elección que ganaría por amplio margen el partido gobernante y su candidato el distinguido maestro y novelista.
Sin embargo, y como reconocería luego de ser derrocado el presidente Gallegos, los problemas entre el partido AD y sus socios militares comenzaron la propia madrugada del 19 de octubre de 1945, cuando la organización política logró imponer su mayoría tanto en la composición de la Junta de Gobierno, como en todos los cuadros y altos mandos del poder central y regional, lo que abriría las espitas de una confrontación con los oficiales que les habían permitido acceder al poder.
Rómulo Betancourt, corajudo, pragmático y habilidoso, logra sortear con éxito al menos tres insurrecciones militares durante su estadía al frente de la Junta (1945-47) pero las tensiones y las diferencias se hacían cada vez mayores entre AD y el grupo uniformado que encabeza el entonces teniente coronel Marcos Pérez Jiménez, quien desde la jefatura del Estado Mayor, ejerce liderazgo indiscutible en las fuerzas armadas. Cuando Gallegos toma posesión de su cargo en febrero de 1948, las relaciones entre el partido y los militares amenazan con producir una quiebra institucional.
El nuevo Presidente a diferencia de su antecesor, es un hombre que no sabe de maniobras, negociaciones o arreglos políticos. De fuerte carácter y de posiciones principistas e inflexibles, el maestro Gallegos era apodado por sus discípulos del liceo Caracas “chivo arrecho” por su tradicional mal genio, por lo que su actuación en todo el drama que culmina con su derrocamiento estará apegada a una irrenunciable posición de rechazar presiones militares y de negarse a realizar ningún tipo de concesiones que devaluaran su majestad como Presidente y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.
La crisis militar entra en su fase desencadenante y trasciende a la opinión pública, cuando el 19 de noviembre de 1948, el alto mando militar encabezado por el ministro de la Defensa Carlos Delgado Chalbaud y el jefe de Estado Mayor Marcos Pérez Jiménez presentan al Presidente un memorándum de peticiones, de cuyo texto se desprende un ultimátum. Los militares exigían al jefe de Estado la designación de un gabinete independiente, la desvinculación con su partido Acción Democrática, la salida del país de Rómulo Betancourt, impedir el regreso del comandante Mario Vargas, destituir al comandante Jesús Manuel Gámez Arellano como jefe de la Guarnición de Maracay, renunciar a la designación de sus edecanes y otras que implicaban la mengua o claudicación en sus facultades constitucionales.
El grupo militar pretende darle tiempo a Gallegos para que considere y responda a sus peticiones, pero éste en un gesto de dignidad civil las niega de inmediato y de plano, al final los increpa y se levanta señalándoles “ahí los dejo para que tomen una decisión conforme a la naturaleza de mis respuesta, mi suerte personal está echada y la de la República queda en sus manos.”
La contundente respuesta del Jefe del Estado, disuade solo por momentos a los militares para seguir adelante en sus planes golpistas, la crisis castrense trasciende a la calle y llena a los venezolanos de rumores, incertidumbres y desasosiego y es tanta la presión que el redactor jefe del diario El Nacional Miguel Otero Silva, solicita una entrevista a Gallegos, y éste tratando de disminuir la gravedad de la situación lo recibe en su casa la quinta “Marisela” de Altamira en pantuflas y al ser interpelado sobre la situación le contesta “ no es verdad que el gobierno esté en el suelo ni que haya amenaza cierta de su derrocamiento, fíjate Miguel, que me has encontrado en pantuflas y las pantuflas no se usan para correr”.
Solo pocos días después se consagraba el Golpe de Estado, uno de los más incruentos que ha conocido el país. Los militares se apoderan de Miraflores y de los puntos clave del gobierno deteniendo a ministros y altos jefes de AD, mientras el Presidente permanece en su residencia, donde un pelotón de soldados al mando del capitán Hernán Albornoz Niño, apodado el “caribe” entre sus compañeros de armas va a detenerlo. De nuevo Gallegos exaltando la dignidad de su cargo y su persona lo increpa ¿quién puede detener a un Presidente? Y el militar haciendo de émulo de Pedro Carujo le contesta “el alto Mando Militar que se ha hecho cargo de la situación del país”.