Me tocó cursar la educación primaria en una escuela nacional que bajo el nombre de Armando Zuloaga Blanco funcionaba -y aún funciona convertido ahora en plantel bolivariano-en la avenida Panteón de la Parroquia San José. Nunca durante esa primera instancia educativa pude conocer a ciencia cierta quién era el personaje y qué méritos lo adornaban para hacerse merecedor de tal distinción. Ninguno de los esmerados maestros que allí profesaban -incluida mi progenitora – nos explicó quién había sido ese hombre al que la escuela debía su nombre, quizás porque ellos mismos no estaban suficientemente informados de sus desempeños.
Una placa colocada en la entrada de la vieja casona colonial que entonces le servía de sede, contenía una mención que con los años me aclararía muchas cosas sobre Armando Zuloaga Blanco; en la misma se citaba el decreto de creación del plantel y señalaba que correspondía a la gestión desempeñada por la Junta Militar de Gobierno, presidida por el Teniente Coronel Carlos Delgado Chalbaud. Pude satisfacer mi curiosidad años más tarde, cuando tras las huellas de aquel personaje que distinguía la escuela de mis primeros estudios precisé que Armando Zuloaga Blanco y Carlos Delgado Chalbaud habían estado hermanados por una aventura libertaria que capitaneada por el padre del último había conducido a la muerte heroica del primero.
Armando Zuloaga Blanco había nacido el 4 de junio de 1905 en la para entonces muy distinguida y señorial urbanización El Paraíso, en el seno de una familia cuyo linaje se remontaba al mantuanaje colonial, entre cuyos ascendientes más distinguidos figuraba su abuelo materno, el famoso escritor Eduardo Blanco, cuyo relato épico en “Venezuela Heroica” era símbolo literario de un país indómito y libertario, cuyas hazañas guerreras permitieron la libertad de medio continente.
Zuloaga Blanco, estudiante de derecho en la Universidad Central de Venezuela se contagia del espíritu de rebeldía de aquella juventud que cansada del silencio y el miedo de veinte años de brutal dictadura gomecista, se decide a irrumpir en la Semana del Estudiante en febrero de 1928, levantando consignas de democracia y libertad. La represión del régimen no se hace esperar, los líderes estudiantiles son apresados y tras ellos una muchachada que los respalda acude para compartir su suerte en las mazmorras del Castillo de Puerto Cabello, la dictadura retrocede frente a las presiones de la opinión pública y los pone en libertad, pero ya la llama de la libertad está encendida y ahora los estudiantes se combinan con jóvenes militares descontentos para dar un golpe que liquide la tiranía. El alzamiento del 7 de abril de 1928 fracasa y ahora sí la represión no tiene comedimientos.
El suplicio final de Zuloaga, quien logra salvarse de la arremetida de los esbirros gomecista y sale al exilio junto a Rómulo Betancourt y Miguel Otero Silva solo para renunciar a la comodidad de la vida parisina y volver a Venezuela en la invasión que lidera Román Delgado Chalbaud y morir en la Calle Larga de Cumaná, tiene un curioso y anecdótico antecedente que para muchos anunció el signo de su trágico destino. Para la celebración de la Semana del Estudiante, los jóvenes agrupados en la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV), decidieron escoger un símbolo que los distinguiera y que en definitiva fue la “boina vasca azul”.
Las boinas habían sido importadas por las hermanas Meaño y un día Miguel Otero Silva, de visita en su casa descubrió su existencia y habiendo un considerable número de ellas decidió convertirlas en emblema de la celebración estudiantil y, obsequiadas por sus propietarias, fueron repartidas entre la hornada estudiantil que se aprestaba para los festejos. Armando Zuloaga Blanco se enteró tardíamente del símbolo adoptado y se trasladó a la casa de las Meaño para pedirle su boina azul, pero habiendo sido todas repartidas entre el estudiantado, solo quedaba una boina roja propiedad de Lola Meaño, quien se la obsequió contrastando con la azul de uso común de sus compañeros y que Blanco decidió usar por unos días tiñéndola luego de azul para que fuera semejante a la de sus pares de la protesta estudiantil de febrero de 1928.
Muerto Armando Zuloaga Blanco en agosto de 1929, sus compañeros recordaban la boina roja que tuvo que usar por casualidades del destino como un presagio de su temprano suplicio. Carlos Delgado Chalbaud, quien logró salvarse del fracaso expedicionario del “Falke” al levar anclas luego de conocida la muerte de su padre y de Zuloaga, le rendiría homenaje al distinguir con su nombre la escuela de mis estudios primarios, sin saber que solo meses después le tocaría el desgraciado trance de morir como su compañero de aventuras juveniles: acribillado por una pandilla de fascinerosos en el primer y único magnicidio que reporta la historia venezolana.
A bordo del Falke: de izquierda a derecha, Rafael Vegas, Juan Colmenares, Armando Zuloaga Blanco, Carlos Delgado Chalbaud y Edmundo Urdaneta