Nadie en la historia contemporánea de Venezuela tuvo tantas oportunidades frustradas de ocupar la primera magistratura como Diógenes Escalante.
Nacido en la pintoresca población de Queniquea, en el estado Táchira, desde muy joven supo de los avatares guerreros llegándose a desempeñar como ayudante de campo del general Espíritu Santos Morales, y a la vez preocupándose siempre por la elevación de su nivel cultural.
Diógenes Escalante, sirve primero bajo las órdenes del general Cipriano Castro e incluso pasa por la desagradable coyuntura de tener que suministrar los fondos del consulado venezolano en Alemania, cuando el enfermo gobernante es defenestrado por su compadre y Vice-Presidente Juan Vicente Gómez, quien ordena cortar las cartas de créditos abiertas a favor del mandatario, lo que lo deja en situación difícil. Escalante argumenta en su favor que los fondos le fueron exigidos compulsivamente por Castro cuando aún era titular de la Presidencia, por lo que se sintió presionado y obligado a dárselo.
Escalante aprovecha su pluma y su talento y pronto se reinserta en la nueva situación, colocándose a las órdenes del dictador andino, cumpliendo funciones de director del periódico oficioso el Nuevo Diario, desde donde los intelectuales del régimen esbozan razones para justificar la estadía de Gómez al frente de la República. Luego, ya bajo la protección del nuevo dueño del poder, Escalante aprovecha para reiniciar su carrera diplomática desempeñándose en varios destinos en Europa, donde se cultiva profesionalmente estudiando la carrera de derecho y observando de cerca las incidencias de la política en el escenario del Viejo Mundo.
En 1931 se presentará la primera oportunidad para que Escalante acceda a la Presidencia de la República, cuando un Congreso de incondicionales de Gómez inicia una maniobra para destituir a Juan Bautista Pérez de la primera magistratura nacional, alegando su incapacidad para manejar la crisis generada por el gran crash de la bolsa de Nueva York, que pronto contagia y arrolla las finanzas internacionales dando paso a una gran depresión mundial. Gómez, quien primero ha facilitado la elevación de Pérez a la Presidencia y luego autoriza la maniobra para sacarlo del poder, baraja varios nombres para culminar el periodo 1928-1935 y entre ellos surge con oportunidad el de Escalante, quien al final es descartado cuando el zamarro dictador andino se decanta por hacerse elegir él mismo como jefe de Estado, frustrando la primera oportunidad del diplomático para ocupar tan elevado destino.
En 1940, de nuevo y ahora con toda claridad, la fortuna parece sonreír al embajador Escalante cuando su paisano y amigo desde la infancia Eleazar López Contreras, lo selecciona como candidato para regir los destinos del país en el quinquenio 1941-1946. Escalante regresa a Venezuela y se instala en Caracas a la espera de que su promovente encamine los votos del Congreso Nacional en su favor, sin embargo un nuevo obstáculo le impedirá llegar a la cúspide del poder: un grupo de generales andinos, la flor y nata del viejo gomecismo, que encabeza el expresidente Victoriano Márquez Bustillos y del que forman parte León Jurado, Vicencio Pérez Soto, Jesús María García, presionan al general López para impedir su nominación, los une el resentimiento contra Escalante, a quien acusan de haber facilitado el saqueo de sus propiedades como ministro del Interior luego de la muerte de Gómez en diciembre de 1935, escondido tras su exigencia de que el nuevo jefe de Estado debía ser andino, militar y amigo de la causa.
Derrotada su nueva aspiración, Escalante rechaza la propuesta ministerial que le hace el nuevo Presidente general Isaías Medina Angarita, y prefiere continuar como embajador de Venezuela en Washington, por cuya larga estadía llega a ocupar la condición de decano del cuerpo diplomático acreditado en Estados Unidos.
El chance definitivo de ocupar la Presidencia de la República le llega al Embajador de Venezuela en Estados Unidos en julio de 1945 cuando en medio de una grave crisis política y militar, generada por la sucesión del general Medina, surja como figura de consenso para encabezar una transición que debería llevar a la elección universal, directa y secreta del jefe del Estado. Adecos, medinistas, comunistas y hasta su descolo paisano y condiscípulo el general López Contreras, encuentran en la candidatura de Escalante un catalizador para superar los negros nubarrones que asechan el destino venezolano.
Nada parece interponerse en esta tercera vez entre Escalante y la Silla de Miraflores, sin embargo de nuevo el destino le juega una mala pasada, y los síntomas de una cada vez más grave enfermedad mental lo imposibilitan en septiembre de 1945 para poder cumplir su papel de hombre-consenso y artífice de una transición pacífica hacia una democracia plena.
Escalante definitivamente no había nacido para ser Presidente y su inhabilitación será el detonante para los graves acontecimientos que en los próximos lustros sacudirán a Venezuela.