En tiempos de aislamiento y cuarentena, tenemos un pez que une y concilia. La tradición se entremezcla con la leyenda para contar la historia de ese animalito de aguas dulces, que reconcilia enamorados, hace volver a los alejados y junta a los separados.
Sobre este curioso pez, que no existe en ninguna parte del planeta sino en la capital del estado Bolívar (Venezuela), circulan ancestrales leyendas que han corrido de voz en voz por generaciones. Leyendas que, asombrosamente, se hacen historia en la experiencia de mucha gente. La Sapoara es puramente bolivarense, habita en las aguas del Orinoco que bañan la ribera de la capital del estado y se desplaza solo entre Caicara y Parital.
Nada más se alimenta de microorganismos, se desplaza a contracorriente y, según aseguran, sólo se le atrapa con un esparavel lo cual, de nuevo según la leyenda, es el cebo utilizado por los lugareños para atrapar forasteros. Todo guayanés sabe que “hombre soltero que llega a Ciudad Bolívar y se come la cabeza de la sapoara, se casa con una guayanesa”.
Aseguran que quien prueba la cabeza de la Sapoara no deja a su amada y no se va más de Guayana. Y cuentan historias de forasteros a los que ocurrió en verdad o, al menos, a eso lo atribuyen. Muchos mitos, historias, leyendas y anécdotas adornan la existencia de este misterioso pez.
Cuando el río Orinoco ya no es tan fuerte sino que sus corrientes amainan, aparece un pez singular, sabroso y único en el mundo: la Sapoara. Singular, por su comportamiento. Si el río es caudaloso, desciende río abajo pero sin llegar al mar. No es amigo de las aguas saladas. Así, va viajando de verano a invierno para desovar en las lagunas orilleras.
Entre finales de julio y el mes de septiembre, justo cuando comienza el río a llegar a su máximo nivel por las lluvias en sus cabeceras. En este momento es cuando el Orinoco se conecta con las lagunas ubicadas a lo largo de sus orillas, que sirven de criadero a las sapoaras durante la mayor parte del año.
Otra de sus singularidades es que no se puede pescar ya que no muerde el anzuelo. Sólo se atrapa con las atarrayas, las redes de los pescadores. Pero mientras el río crece no hay pesca.
En una declaración al Diario de Guayana, Gonzalo Rodríguez, perteneciente a una familia pescadora de generaciones, aseguró: “Llevo 45 años fabricando redes y esto lo aprendí de mi padre, quien vino desde Caicara a vivir a Ciudad Bolívar y se dedicó a fabricar redes para los pescadores de todo este tramo del Orinoco”, y apuntó: “mientras haya peces en el río, aquí estaré con mis hijos trabajando”.
Es muy sabroso, posee un ligero sabor a tierra y se prepara de mil maneras. En varias localidades indígenas suelen cubrirlo con las hojas de plátano y colocarlo en las brasas, lo que realza su delicia. Tanto, que los investigadores Daniel Novoa y Freddy Ramos hallan similitudes entre la sapoara y el salmón.
Sapoara significa pez de río, especie autóctona. “ Si usted va a Ciudad Bolívar y no come sapoara – dice un originario del lugar- no conoce realmente a la ciudad ni a su gente”. El sancocho de sapoara es indudablemente una maravilla de la culinaria venezolana y alimenta la identidad del bolivarense.
“La gente se acoda –cuenta Américo Fernández, cronista de Ciudad Bolívar- en el antepecho del malecón bajo el ardiente sol de agosto, esperando que un rayo haga platear la piel de la sapoara en la amallada red del pescador”. Se le ve una vez al año.
Cuenta la leyenda que una linda indiecita, tan bella como una orquídea en flor, enamorada del hijo de un poderoso terrateniente español, sufría porque su amado debía partir a la tierra de sus padres.
Su padre, Carlos Rey De Monte Santo, un godo de rancio abolengo, despreciaba a la muchacha por ser una “salvaje montaraz”. Opuesto rotundamente al romance, decidió enviar a su hijo a España para alejarlo y el joven, también enamorado de Ayari, como se llamaba la aborígen, prometió ir a despedirse la víspera.
El día anterior, después de conocer la noticia de la partida y de haber llorado mucho juntos, ella fue a bañarse al río Orinoco. Y seguía llorando desconsoladamente. De repente, se le apareció una Diosa Indígena y, poniendo la mano derecha sobre su cabeza, le dijo: “No llores, princesa. Dale de comer a tu novio sancocho con cabeza de sapoara y verás como el blanco se quedará contigo”. Y al punto se esfumó.
Era un día 15 de agosto cuando Carlos –así se llamaba el joven- fue a despedirse de su amada Ayari. Ella, siguiendo el consejo de la diosa, le dio a comer el sabroso caldo con la cabeza de la sapoara. Aquello hizo el efecto de un filtro de amor. Carlos no sólo no se fue a España, sino que se casó con su linda Ayari y vivieron muy felices.
Cada guayanés conoce esta historia. La leyenda es parte importante de la cultura de la Zapoara (también se vale escribir el nombre con “z”). Y por el relato de Carlos y Ayari se dice que cualquier visitante que prueba la cabeza del pescado, quedará atrapado en las redes de una guayanesa y no podrá salir de la región.
Anualmente, se celebra en Guayana la Fiesta de la Sapoara. Fue en 1978 cuando se oficializó, como feria, la pesca anual de esta especie. Consiste en una competencia entre pescadores a ver quién pezca la más grande. Es conocida también como la Feria del Orinoco, donde se elige reina, se cocina el pescado e invitan a participar a numerosos turistas y lugareños de Ciudad Bolívar, quienes se deleitan con interesantísimas presentaciones de agrupaciones musicales y juegos tradicionales. Se vende variedad de productos típicos de la región como la espectacular artesanía y souvenirs diversos.
En la feria cantan así:
Llegando a Ciudad Bolívar me dijo una guayanesa que si comía la sapoara le cortara la cabeza
Me la comí, qué atrocidad puse la torta por mi terquedad me la comí, que atrocidad puse la torta por mi terquedad.
El “poder” de este pez es ese particular mito que existe acerca de la persona que devore su cabeza; “según cuenta la leyenda –explica un cronista de la zona- si esto sucede, el personaje que coma esa parte de la sapoara se casará con una hermosa mujer guayanesa y permanecerá eternamente en la maravillosa tierra de Ciudad Bolívar”.
Una antigua tradición mandaba capturar la primera Sapoara el 26 de Julio, Día de Santa Ana, luego de lo cual los vecinos del propio barrio preparaban un gran sancocho “digno de Heliogábalo (emperador romano), con maíz tierno de mazorca”.
Esta especie fluvial ha sido honrada con trovas, poesía, pinturas y teatros de calle. El famoso grupo musical “Serenata Guayanesa”, extraordinario grupo vocal de contrapunteo que ha recorrido los escenarios de medio mundo, le dedicó una canción. Todo, para realzar la gran importancia de este pez en la cultura, gastronomía e historia de Ciudad Bolívar.
Un refrán alega que la sapoara es como el amor: “Muy sabroso pero con muchas espinas”. Si bien sólo aparece una vez al año, deja su estela de magia y hechizo para amarrar parejas y convertir al visitante en un lugareño más.