Paladín de la reina Isabel II, por la que se batió a duelo en varias ocasiones, fue el primer
embajador de España en Venezuela
José Heriberto García de Quevedo. Así se llamó este poeta que reflejó sus más desbordantes pasiones a través de novecientos poemas, una decena de obras dramáticas, un opúsculo y varias novelas. Carlos Alarico Gómez, escritor e investigador –también venezolano- indagó exhaustivamente en la vida y obra de García de Quevedo. Señala que “su amor por Venezuela lo dejó plasmado en su “Oda a Caracas” y en su poema “Colón”.
García de Quevedo nació en Coro, estado Falcón, una región caracterizada por su prolongada lealtad a la corona española –resistida a unirse a la Independencia, fue la última de las provincias venezolanas en hacerlo- y por su paisaje agreste que contrasta bellas playas con auténticas dunas desérticas. Es cuna de intelectuales y poetas que quizá compensen, con creatividad y la elevación del espíritu a través de las letras, el tosco entorno.
Gómez, su biógrafo, sostiene que Heriberto fue “el amor sublime” de Isabel II, sentimiento que estuvo presente y que ha dado lugar a más de una leyenda literaria. Sensible y romántico, él tuvo amores y uno importante fue una madrileña de nombre Natalia quien, al no perdonarle un pequeño desliz, lo despidió de su lado causándole una profunda herida. Preso de gran amargura –cuenta Gómez- el poeta le envió este soneto cuya primera estrofa es:
“Adiós, te digo, quizá por siempre!
Y aunque al perdón te niegas implacable
Por ti ni un solo instante el alma mía
dejará de sentir amor eterno”
Luego de la Independencia de Venezuela, José Heriberto García de Quevedo fue llevado a España por sus padres. Allí se convierte en uno de los diplomáticos más importantes de la reina Isabel II, al tiempo que figuraba como uno de los grandes del Romanticismo literario al lado de José Zorrilla, con el que escribió tres libros.
García de Quevedo fue el primer embajador que tuvo España en Venezuela, mediador en el conflicto Ecuador-Perú (1859), co-fundador de la Cruz Roja Internacional (1863), embajador en Pekin a raíz de la II Guerra del Opio (1867) y acompañante de la reina en el exilio al producirse la caída de la Primera República española.
Por la reina se batió en duelo en varias ocasiones, “demostrándole así un afecto profundo que le fue correspondido” –escribe Gómez- . “Su devoción por ella es quizá el aspecto que más conmueve al lector cuando se adentra en la vida de este poeta –observa el biógrafo- que trasciende de ser una simple relación amorosa y da a su romance un matiz de novela caballeresca”.
Se incorporó al personal de servicio de la reina de 22 años -hija de María Cristina de Borbón, cuarta esposa del monarca Fernando VII- casada con Francisco de Asís de Borbón (apodado “Paquita” por su manera femenina de comportarse), con quien era público y notorio que no mantenía una buena relación. El amor del poeta por la reina, hacia quien profesaba admiración y una inclinación que iba más allá de la lealtad, era un sentimiento que no lograba comprender, tales eran las diferencias de todo tipo entre ellos. La joven reina, de carácter espontáneo, “le correspondió con el sencillo consentimiento de una mujer común y corriente”, señala Carlos Alarico Gómez.
Desde su llegada a España, José Heriberto había tenido conocimiento de la compleja vida de Isabel y lleno de comprensión le dedicó un bello poema en el que expresaba:
“Más tú que del empíreo
Bajaste ya a la tierra,
De esta mundana guerra
A ver la confusión:
Mil veces bienvenida
A esta azarosa vida,
Guarde el Señor del ímprobo
Dolor tu corazón!”
Tenía apenas 52 años cuando murió en París el 6 de junio de 1871, alcanzado por una bala surgida de las barricadas que abundaban durante la famosa Comuna, como consecuencia de la derrota francesa en la guerra contra Prusia.