El río Caroní es un portento de energía. Le sigue al Orinoco en potencia de caudal y cuenta con una extensión de 952 km. Integra al Parque Nacional La Llovizna, así también a Ciudad Guayana que es una de las capitales más modernas de Venezuela, construida y diseñada en 1952 como la base administrativa de la Orinoco Mining Company. Allí realizó un hermoso parque natural el arquitecto Rafael Mendoza, un apasionado de crear áreas verdes. Hoy, andaría por el mundo con la “Laudato Si” bajo el brazo. Falleció el viernes 15 de mayo en la noche, dejando obras de increíble belleza como el Parque La Llovizna y el Parque Cachamay, lugares icónicos de Ciudad Guayana y símbolos de lo que la mano del hombre puede hacer para alabar a Dios cuidando la Creación, al tiempo que la acerca a todos. Es lugar ideal para arrancar el apasionante turismo de aventura que tantos disfrutan. Todo aquél que ha visitado la obra maestra de Mendoza siente el vacío de la ausencia de quien creó el acceso público al salto, antes lejano e inaccesible para el visitante común.
El diario El Correo del Caroní (Ciudad Guayana) abre su nota en honor de este pionero y conservacionista: “Rafael Mendoza Olavarría, el diseñador del parque La Llovizna, murió el viernes 15 de mayo. Su amor por la naturaleza quedó plasmado en cada ruta de este pulmón vegetal de Ciudad Guayana, que atesora el salto La Llovizna y decenas de caminos que permiten el encuentro de sus visitantes con la naturaleza bañada por las aguas del río Caroní”. El veterano periodista guayanés German Dam escribió: “El parque La Llovizna, espacio de 200 hectáreas que reúne islas, lagos, ríos y saltos, así como fauna y flora de todo el estado Bolívar y de otras regiones venezolanas, ha sido un espacio natural en el que nativos y visitantes no dejan de extasiarse. Esta creación de Dios, levemente alterada por el hombre, es sinónimo de la historia, auge y desarrollo de la Ciudad Guayana de hoy en día”.
TODOS SE MOJANLa espectacular caída de agua es su atractivo principal. De unos veinte metros de altura, se precipita sobre antiguas y durísimas rocas del precámbrico (con más de 3.500 millones de años) formando un poderoso torbellino de agua y espuma. La refrescante nube de agua pulverizada que se desprende sin cesar de la catarata, que humedece el rostro de quienes la visitan, es lo que le ha dado su nombre y también a todo el parque. El gran caudal del río Caroní no deja nunca de impresionar al visitante así como el de muchos otros ríos de la Guayana venezolana. Son poderosos y una fuente inagotable de energía eléctrica. Relata Jesús Osiliaque “ello se debe a las constantes y copiosas lluvias que se producen en la región, principalmente sobre las cuencas altas de los ríos. El promedio anual de precipitaciones es de 2.740 mm”. “Tan altas precipitaciones se deben, básicamente, a la influencia de dos factores: Primero, la latitud. La pluviosidad aumenta considerablemente mientras más nos acercamos a la línea del Ecuador. Segundo, la presencia de los tepuyes, que debido a su gran altitud actúan como zonas de condensación de la humedad presente en la atmósfera”, prosigue.
30 ISLASEl parque dispone de 165 hectáreas, con una de las caídas de agua más deslumbrantes de la cuenca del río Caroní. La Llovizna cuenta con una red de 30 islas que se unen a través de caminerías de piedra y senderos arbolados. El punto que indica el fin de las rutas en el parque es el salto La Llovizna con 20 metros de altura. El edén dispone de un tren que logra el recorrido en 25 minutos. Pero otro de los atractivos turísticos con que cuenta son las variadas lagunas, una las más conocidas es la de El Danto, así que también se dispone de diversas embarcaciones (kayak, canoas y pedal bote) para dar un paseo por la laguna, así como también es posible alimentar a los peces. Tal vez lo más espectacular son los miradores. El más alto de ellos, ubicado cerca de la caída de agua, tiene una vista que permite apreciar y sentir la llovizna o neblina que esta misma catarata produce. Se observan las 30 islas conectadas entre sí, al igual que otros saltos de menor altura pertenecientes al río Caroní, localizados a 5 kilómetros aproximadamente del río Orinoco. En la Llovizna, el ingenio y el empuje del hombre han logrado una motivadora unión entre el humano y el ambiente. Uno de esos hombres fue el que le dio forma a la estructura y el paisajismo que, sin romper la armonía sino realzarla, logró interconectar 30 islas a través de una retícula con numerosas caminerías de piedra y senderos naturales densamente arbolados. Tiene hasta un teatro de piedra.
La presencia de numerosos monos capuchinos que corretean libremente por todo el parque es otro de los grandes atractivos del lugar. La animadora de un canal privado de televisión, Lusmairyn Figuera, pasó un susto en el parque nacional La Llovizna, en Puerto Ordaz, estado Bolívar. El lugar tiene ángel pero también pequeños “diablillos”. Ella relató en su momento (2016): “En la entrada del parque estaba un monito juguetón, me acerqué a tomarle una foto y el mono se montó en mi cuello, me abrazó y empezó a acariciarme. Al principio me pareció lindo; pero cuando decidí dejarlo para continuar mi entrenamiento el monito empezó a llorar y no quiso soltarse, varias personas intentaron quitármelo y el mono empezó a emitir un ruido muy fuerte y a atacar a todo el que se me acercaba”, narró la artista en redes sociales. Nada grave, una “eventualidad”, como la calificaron.
TAMBIÉN TRAGEDIASEl 23 de agosto de 1964 sucedieron eventos que desencadenaron una tragedia. Ella manchó la historia de este pedazo de la naturaleza. Se celebraba la XIX Convención de Maestros y asistieron educadores de toda Venezuela a Ciudad Guayana. El paseo no fue notificado a tiempo a quienes servirían de guías. El peso de 30 personas —no supuestas de subir al mismo tiempo—colapsó el puente y todos cayeron al río. Relata German Dam que pocos pudieron sobrevivir y las labores de rescate se extendieron por varios días hasta sacar todos los cuerpos del Caroní. Le echaron la culpa de la desgracia al parque, lo que llevó a su cierre por dos años. Rafael Mendoza luchó por reabrirlo. Para 1966, después de interminables viajes, conversaciones y “pelear con medio mundo”, Mendoza logró que La Llovizna reabriera sus puertas al público. No dejaría que su esfuerzo se empañase por un hecho que no fue responsabilidad del parque, “sino resultado de lo emocionante del momento de encontrarse con el salto”. La solución no era cerrarlo, sino hacer cambios que ayudaran a la seguridad del visitante. Y la gente puede seguir disfrutando de esta creación de Dios, levemente y con gran respeto alterada por el hombre, sinónimo de la historia, auge y desarrollo de la Ciudad Guayana de hoy en día.
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