Se llama La Tortuga y es una tortuga. Ver la toma aérea de esa isla es distinguir la forma nítida de una tortuga gigante. Solo se llega por aire. También a través del océano pero la navegación es agitada, siempre por mar abierto, no apta para quienes marean. El sol tan fuerte hace que pasar allí tan sólo un día sea toda una aventura. Puede sorprender a los desprevenidos que lleguen pensando en disfrutar un día de playa como cualquier otro. Hay que tomar previsiones, ir provisto de absolutamente todo porque no hay nada. Sólo sol, arena y mar. “No hay ni una matica donde guarecerse”, cuenta un visitante asiduo. Pero quienes pueden llegar allí, van. Al aproximarse, es como si una sirena cantara al oído una invitación ineludible.
Una cava con hielo y bebidas, una buena lona bajo la cual guarecerse y bastantes ganas de tomar sol es parte del “equipaje” requerido. Las pieles sensibles pueden resultar muy agredidas. Es un lugar agreste pero la recompensa es alucinante: el mar puede ser uno de los espectáculos más asombrosos que el ojo humano disfrute. Hay personas que no resisten pasar allí todo el día. Otras, llegan con sus carpas y allí duermen. El amanecer no tiene comparación. Tampoco el anochecer. Predominan el plata, naranja y rosa. El agua muestra tonalidades imposibles. La otra cara de la moneda la describe un visitante de piel muy blanca y ojos claros que nos cuenta su experiencia: “Recuerdo que no conseguía qué inventar para protegerme de los rayos del sol. Si me metía al mar, estaba caliente. Si me refugiaba bajo la lona, el calor era insoportable. Si tomaba algo frío, en el trayecto hacia mi boca ya se calentaba. Veía otras personas a mi alrededor disfrutando de los rayos del sol sobre una arena blanquísima y me preguntaba cómo podían… pero vale la pena ir aunque sea una vez: ¡jamás he visto un mar como ése!”.
Hay otra isla de Tortuga en Haití, con la cual no debe confundirse la nuestra. Si bien es cierto que la haitiana es la más nombrada en escritos de corsarios del siglo XVII, el nombre de la isla venezolana proviene de la presencia real de diversas tortugas marinas que llegan cada año para reproducirse en sus largas y arenosas costas. Está ubicada a poco más 80 kilómetros del litoral caraqueño y a muy corta distancia en avioneta. “Despegas y aterrizas”, me dice una amiga piloto privada para describir el breve trayecto. La gente contrata vuelos, llevan lo necesario, pasan el día y a media tarde los recogen para regresar a casa. La zona, plagada de langostas, permite obtener algunas para degustar tan preciado manjar. El desayuno, arepas con cazón (pequeño tiburón). Es un lugar cercano pero lo suficientemente rústico como para atraer al turista aventurero. La playa es mansa y cristalina. Un hermoso e intenso azul turquesa que va degradando invita al baño más sensual. Se ha planificado mucha infraestructura turística pero nada ha cuajado hasta ahora. Lo que sí es seguro es que sería un imán para los amantes del mar y de la navegación.
Hay quienes, celosos de la privacidad y ambiente completamente natural de la isla, se oponen a cambios para preservar lo que hay: una completa magia semi-virgen difícil de encontrar en otro lugar de América. Temen romper el equilibrio de tan escondido Paraíso. Es el turismo privado el que está adquiriendo una calidad notable. Llega a bordo de barcos de crucero y otras embarcaciones. Igualmente, por vía aérea a una pequeña pista mantenida por los propios clientes. Es común, en tiempos estivales, ver carpas de colores dispuestas en serie que hacen hermoso juego cromático sobre la blanca arena. Constantemente llegan veleros, lanchas deportivas, yates y pequeños aviones.
La isla es la segunda más grande en Venezuela, después de la archifamosa Margarita. La Tortuga dibuja un óvalo de 12 km estimado de norte a sur y 25 km de este a oeste. En verdad, es un conjunto manglares, arrecifes, islotes y cayos, de islas que incorpora Islas Los Tortuguillos, con las islas de Tortuguillo del Este y Tortuguillo del Oeste y el Cayo Herradura, además de una serie de diferentes bajos o formaciones. La isla es desierta y sus únicos ocupantes, además de los visitantes esporádicos, son los pescadores artesanales transitorios y algunos animales alados que la rondan de vez en cuando. Los vientos pueden tornarse muy fuertes. La isla no tiene calles despejadas y el transporte se realiza a través del océano, utilizando embarcaciones acuáticas de diferente tipo.
Para todos los efectos, la Isla La Tortuga se encuentra deshabitada, aunque, curiosamente, puedes localizar algunas cabras salvajes que dejaron los antiguos pioneros holandeses. Esporádicamente, los pescadores distintivos la visitan en temporadas razonables, provenientes de la Isla de Margarita y las poblaciones adyacentes del continente. Este un edén de aguas cristalinas, ubicado al sur del Mar Caribe frente a las costas de Venezuela que brinda grandes bondades naturales de aguas con distintos matices de azules, que hacen del destino un emporio de aguas tranquilas y cristalinas. El turismo privado está adquiriendo una calidad notable, como una regla a bordo de barcos de crucero y pontones de juegos, y adicionalmente vía aérea a una pequeña pista con la expectativa de uso complementario mantenido por los propios clientes. «Siempre hay yates, muchos yates», dicen las crónicas.
De vez en cuando se ve una cabra o un chivo, herederos de los navegantes holandeses que los transportaron al lugar. La Virgen del Valle, patrona del Oriente venezolano, protege a la isla y a sus visitantes. Visitantes impresionados ofrecieron su descripción: “El agua es inmaculada, transparente y de quietud abismal con tornasoles de azules donde predomina el turquesa. La brisa perenne aplaca el implacable sol y espanta las nubes de una bóveda celestial de azul infinito. El Cayo se recorre de punta a punta en menos de media hora. En un extremo se encuentra la piscina marina y el “Museo de Conchas”, y en el otro el encuentro de las aguas sobre un manto de arenas”. Alguna ranchería de pescadores aparece de tanto en tanto en el horizonte. Y sigue el relato: “De noche tienden las redes. Si los peces no aparecen, salen los cordeles y hasta los arpones. De día hay zurcido con las cuatro extremidades. Los turistas están bronceados, los pescadores curtidos”. Lo cierto es que la Isla La Tortuga se está posicionando como un nuevo producto turístico. El punto es respetar su naturaleza y su carácter. Está por verse quiénes lo desarrollarán.
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