Su columna periodística semanal constituye una importante referencia para el examen de la realidad nacional y los acontecimientos de la actividad política, ahora con mayor razón dada la expectativa generada por la convocatoria a la consulta regional y municipal prevista para la próxima semana. Mibelis Acevedo Donis responde de esta manera a las preguntas formuladas por Eneltapete.com:
1) Más allá de los resultados numéricos de gobernadores y alcaldes, que efectos tendrían estos en el marco de la polarización política y el cuadro de grave crisis nacional?
Creo que la polarización, tal como la hemos conocido en estos complicados años, está transitando también por un proceso de replanteamientos. Si bien persiste el discurso del “ellos” contra el “nosotros” que tan buenos réditos políticos le ha dado al PSUV, al mismo tiempo las divisiones intra-partidos, los cismasintra-oposición estarían también anunciando una recomposición en atención a la demanda de mayor pluralidad, más deliberación amplia para la toma de decisiones. Una pluralidad que, como apunta Hannah Arendt, es el elemento cardinal de lo democrático. En ese sentido, y tratando de distinguir elementos positivos de esta crisis que ha impedido las alianzas estratégicas de cara a la elecciones del 21N, quizás cabe pensar que el gran clivaje democracia/autoritarismo debe pasar por ese reconocimiento básico de diferencias, para que luego puedan ser tramitadas en una integración respetuosa de visiones. En ese sentido, me gustaría creer que con todo y sus fallas de abordaje, retomar la vía electoral, la vía política de resolución de conflictos, dejará un músculo entrenado para lo adelante. Esto es, para lo que nos espera en 2024, si es que antes no se produce un acuerdo en México que permita adelantar elecciones. Por otro lado: de ganar o recuperarse algunos espacios, por pocos que sean, lo probable -y lo deseable- es que las relaciones de cooperación entre fuerzas políticas que antes se abortaron, logren rearmarse. Si gana Rosales en Zulia, por ejemplo, y Falcón en Lara o Gómez en Táchira, lo lógico sería cerrar filas frente al gobierno, el gran adversario. Pero esto implica también replantearse la naturaleza de la lucha política, alejarse definitivamente de los esquemas pre-políticos y maximalistas que prevalecieron hasta ahora, y que sólo dejaron a la oposición graves pérdidas y debilitamiento. Ahora se trata de responder a la gente, a sus necesidades, de ofrecer gestión efectiva, no promesas de derrocamientos milagrosos. Entender que el país ha cambiado y que el elector está agotado de la confrontación estéril, sin resultados positivos y tangibles para los ciudadanos, será fundamental en este nuevo ciclo.
2) Los sondeos de opinión registran como dato significativo altos niveles de desencanto por igual con las élites dirigente del gobierno y la oposición. ¿Hasta dónde ello no conspira contra el esfuerzo para un acuerdo nacional que enfrente la tarea de la llamada “reconstrucción de Venezuela?
Sin confianza por parte de la sociedad, el liderazgo político boquea, se desmorona. Sobre la base de esa desafección cívica se levanta, además, el malestar que atenta contra la posibilidad de reconstruir la democracia, cada vez menos valorada entre las nuevas generaciones, por cierto. Esa crisis de representación que están anunciando las encuestas desde hace algunos años -basta con detenerse en el aumento paulatino y sostenido del sector de los no-alineados con ningún partido, los famosos “ni-ni”- debe atenderse con suma urgencia. Al liderazgo corresponde conducir, entusiasmar, cultivar adhesiones, concitar voluntades en torno a un proyecto político viable: sin eso, será muy difícil no sólo imaginar una reconstrucción del país en ruinas, sino, incluso, imaginarnos como sociedad funcional. Por fortuna, se están dando algunos intentos desde la sociedad civil para rearmar a esa sociedad desde las bases: pero sabemos que sin el fuelle, sin el pegamento que aporta la política, esos esfuerzos tocarán un techo. De modo que sí: habilitar el plan de enderezar a un país, pasa por reconquistar la confianza en las élites políticas; y demostrar que, en efecto, hay capacidad real para gobernar a un país, unir visiones distintas y distantes, reconducir la nación hacia el camino del progreso. Eso, a su vez, exige un ejercicio profundo y comprometido de admisión de errores y consecuente rectificación de la estrategia. Algo que, por cierto, ha escaseado dramáticamente en los últimos años.
3) La derrota de la abstención y el fracaso de la “Operación Libertad” de Juan Guaidó comprometen a los partidos del “G-4” promotor de ambas estrategias, al mismo tiempo para la megaelección del 21-D, han surgido nuevas organizaciones y liderazgos locales. No piensa que es posible en el corto plazo una recomposición del mapa partidista?
Sin duda alguna. Esa recomposición es lo que debería darse tras el 21N, algo deseable para el país, además. Nada ha sido tan pernicioso como tratar de replicar, desde la oposición, los mismos modos autoritarios del gobierno, la imposición unilateral de pensamientos únicos, de planes personalistas. Así que destrabar la dinámica política, vigorizarla con sangre, caras e ideas nuevas; modernizar y democratizar las estructuras de partidos para que respondan con efectividad a la demanda colectiva, es lo que urge. La vuelta -algo caótica y atropellada, lamentablemente- a la ruta electoral debe valorarse en ese sentido. Aun si ella no permite en lo inmediato la recuperación importante de espacios de poder, al menos habrá sido beneficiosa para reconectar con la gente y conjurar el gran abandono al que estuvo sometida en estos años, para reactivar espacios de encuentro entre la dirigencia y los ciudadanos, para inyectar la esperanza y motivos que lleven a reemprender ese largo y no menos espinoso camino hacia la reinstitucionalización progresiva del país. Esa recomposición del mapa político tras la elección -y allí también cabe considerar las sacudidas que se están dando hacia lo interno del partido de gobierno, lo que quizás desembocaría en mudanzas importantes- es algo a lo que temen esos sectores que han monopolizado la interlocución privilegiada con la comunidad internacional. Un nuevo mapa opositor, el up-date de la legitimación de liderazgos que proporcionaría la cuantificación precisa de los apoyos, vía votos; y la definición de nuevas mayorías políticas (o minorías más grandes, para ser justos), ofrecerá una buena base de decisión para que aliados internacionales entiendan y reformulen esa interlocución. Así que hay mucho en juego, la recomposición de la representación opositora en las eventuales negociaciones, incluso.