Por Ibsen Martínez¿Es que no puede un hombre público sufrir un lapsus?
Con tanta idea fecunda para el desarrollo de Colombia agolpándose en la cabeza del novel candidato y con lo atorrantes que pueden llegar a ser algunos periodistas, en especial los de la radio, se conoce que el ingeniero quiso decir E=mc2 y le salió
¡Heil, Hitler! Hay que tener mucha mala voluntad para, solo por eso, insinuar que Rodolfo Hernández es el Ernst Röhm de Bucaramanga. Cualquiera resbala si lo acosan y atosigan y más con tanto filósofo de habla alemana como ha habido en el mundo: Hegel, Schopenhauer, Lichtenberg, Feuerbach, Schimmel, Fichte.
Las élites políticas y mediáticas se hacen eco de los cenáculos intelectuales a la hora de disminuir a quien no emerja del llamado “establecimiento”. Es un procedimiento supraplutocrático ya suficientemente descrito por los estudiosos. Abundan los ejemplos. Hace poco un ministro del gabinete económico peruano también puso a Hitler como ejemplo, ya no de filósofo sino como planificador económico, y las embajadas de Alemania e Israel en ese país se vieron, naturalmente, en la obligación de increpar y desmentir con energía al ministro suramericano.
El ministro estrenaba el cargo. Estrenarse como ministro peruano es, al parecer, una ceremonia de remoto origen incaico que exige la renovación de dignatarios varias veces en el curso de un mismo año solar. El presidente Castillo ha buscado reinstaurar ese rito propiciatorio y solo ha cosechado la incomprensión de los esnobs liberales y el escarnio de los poderosos. Pues bien, el ministro exponía sus propuestas sobre el desarrollo del Perú ante los medios y para ello contó cómo fue que Adolf Hitler, de visita en Italia, se impresionó tanto con una
autostrada senza pedaggio que tan pronto accedió al poder dio en emular a Mussolini y ¡venga a hacer autopistas y aeropuertos! Tantos hizo, tanto hormigón y macadam, tantas retroexcavadoras y horas-hombre hicieron inevitable el despegue económico alemán de entreguerras. El ministro pachamámico y bocazas fue entonces expuesto por los medios globales como apologista de nazismo y debió ofrecer excusas ante la protesta alemana e israelita aunque, según dijo, tenía muy claro que Hitler hizo en vida cosas muy malas. Solo quiso ofrecer un ejemplo de lo que el gasto público bien direccionado puede hacer por un país. Hablaba del Hitler keynesiano, digámoslo así; no del Hitler genocida.
Aquí en Colombia, el agavillamiento de los voceros del establecimiento y la izquierda petrista contra el ingeniero Hernández por causa de la llaneza de su lenguaje y la parvedad de sus ideas acerca del mundo augura una masiva, venenosa campaña de descrédito. La conjunción de actores teóricamente antagónicos es comprensible porque Gustavo Petro, y se diría que desde hace solo pocas horas, es también parte del establecimiento político a desalojar, junto con los partidos que rodeaban a Fico Gutiérrez, mientras que el ingeniero es el inopinado transgresor solitario que irrumpe en la calle mayor del pueblo para apedrear vitrinas. No durará mucho el desconcierto, sin embargo.
La Cámara de Comercio, luego de la audiencia del tribunal que conoce de un caso de corrupción que presuntamente involucra a Hernández, invitará a almorzar al outsider misógino y le preguntará “¿Qué podemos hacer por usted, ingeniero?” Los barones de la vieja política llegarán a tiempo para los postres y el café. El candidato de la izquierda, terco enemigo de la energía fósil, saldrá a la calle a vender paneles solares y justo entonces comenzará a llover.