Por Inés Muñoz Aguirre
Uno de los tantos que recibe al día. La idea la deja perpleja: “los libros serán tirados a la calle”. En una síntesis de lo que contiene lo que podría ser un pasquín electrónico. María no puede con su asombro y piensa: ¡Si es así nos hemos vuelto locos!. Deja el trabajo que está haciendo y se levanta con la intención de revisar las redes sociales. En el Twitter se comienzan a acumular algunos insultos. Regresa a revisar quien firma el mensaje que entró a su teléfono y se encuentra conque es un anónimo y además quien lo envía se regodea en ello diciendo que el anonimato es una forma de resistencia. Vuelve a leer todo el mensaje para entender los diversos planteamientos: cuestionamiento a la realidad, cruce de responsabilidades que resquebrajan las fronteras del hacer, critica de las actividades culturales supuestamente para salvar otras, acusaciones personales, degradación de la comunidad, ataque a una institución, desvalorización de un posible proyecto.
María regresa a buscar en redes sociales a la persona que le hizo llegar al mensaje. Por el contenido que encuentra en ellas puede concluir que la pesquisa ha llegado a su fin. Cree saber quien ha puesto a rodar el rumor. Con un solo vistazo es suficiente. No es necesario tanto olfato porque no se trata de escribir una novela negra. Espera para ver como se desarrollan los acontecimientos. Quien se supone el mayor afectado se ve en la obligación de salir al paso de una información que califica de falsa. Los rumores persisten coloreados con un tinte político.
María se ve al espejo y trata de descubrir alguna señal en su mirada. Es cierto que los últimos veintidós años no han sido nada fáciles. El daño más grave se ha enquistado en la mente de muchos quienes han desviado el dolor hacia el mismo odio y resentimiento que demostraban quienes hoy se declaran vencedores.
La rumorología ha cobrado fuerza, el pasquín que se metía por debajo de la puerta mucho antes de que Venezuela contara con la luz eléctrica, ahora nos llega directo a nuestro teléfono. La imposición de nuestros criterios con la violencia que significa querer tener siempre la razón abre heridas. Urge el aporte para la construcción de una sociedad que necesita sanar no solo desde la política y lo económico, también necesita sanar desde las emociones.