Tenía 32 años cuando llegó a tierras americanas sudamericanas. Venía graduado de médico en la Universidad de Halle (Alemania) en 1845. Nació en marzo de 1813 en la ciudad de Halberstad, Sajonia, en todo el centro de Alemania. Directamente viajó desde Friburgo a La Guaira, litoral central venezolano. Desde 1840, había decidido emigrar, él solo, al Caribe. Un cronista se preguntó: ¿Qué lo llevó a tomar tal determinación? ¿Tuvo algo que ver la intolerancia religiosa o el ambiente de guerra que se respiraba? La respuesta suena lógica: “Pudo haber influido en la determinación del joven Godofredo la lectura de Humboldt.
El gran científico alemán estuvo de viaje por nuestras tierras de 1799 a 1804 y escribió los resultados de sus observaciones e investigaciones en el tratado Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Mundo, publicado en París en 1807. Allí hay una descripción del Ávila, done subió, guiado por el joven poeta Andrés Bello, el 1º de enero de 1800. Acaso influyó en su decisión posterior de venir a Venezuela y de vivir en la montaña”. Lo cierto es que Gottfried Knoche cruzó los mares para atender a otros alemanes que vivían en las costas del mar Caribe, en una población venezolana conocida como La Guaira, una pequeña franja de tierra entre el mar y la montaña. Allí se instaló y con él, una de las leyendas más misteriosas de cuantas conozca Caracas. Trajo también a su esposa e hijas.
Médico cirujano e investigador científico, desarrolló una fúnebre sustancia que podía dotar con apariencia de vida a los muertos. Ese fue su gran invento: un proceso que no ameritaba extraer los órganos vitales a los cadáveres, superando con creces a la momificación de carácter religioso practicada por los egipcios, los más famosos momificadores. Vivió en la hacienda Buena Vista, un caserón construido en el filo de las montañas que bordean el Valle de Caracas. Y allí murió, en la noche vieja del año 1.900 dejando instrucciones de cómo debía ser momificado con la misma fórmula secreta que había inventado y desarrollado en Venezuela. Su enfermera y ayudante, Amalie Weismann, siguió el ritual al pie de la letra. Quienes lo conocieron aseguran que fue un hombre bueno, integrado a la sociedad, y certificado para ejercer la profesión en Venezuela. Era caritativo, atendía a los pacientes pobres sin cobrar y luchó a brazo partido contra la epidemia de cólera que se desató por aquellos tiempos.
Trabajó voluntariamente en los hospitales de Sanidad y Militar de La Guaira. “Ofrezco servir gratis el destino de Médico Cirujano del Hospital Militar, sin que por esto preste mis servicios a los enfermos con el mismo interés o mayor del que he prestado recibiendo remuneración (…) el sueldo más bien atenúa la satisfacción que se experimenta de salvar la vida de un infeliz o de conservar para la Patria uno de sus baluartes”, escribió en una carta dirigida al Gobierno de la época. Su esposa tuvo dificultades para aclimatarse en la humedad guaireña, por lo que compró una propiedad en Galipán , en la parte fría del cerro El Ávila, un pueblo de campesinos y sembradores de flores que habitan la montaña, desde la que puede verse al mar Caribe de un lado y a Caracas del otro. La decoró al estilo de la región conocida como Selva Negra, en su Alemania natal, dicen que con exquisito gusto, pero también construyó un pequeño laboratorio donde realizaría la gran mayoría de sus experimentos de momificación, lejos de la mirada de la sociedad.
La historia comienza entre febrero de 1859 y abril de 1863, las tendencias políticas conservadora y liberal desataron en Venezuela la llamada ‘guerra larga’ o ‘guerra federal’, en la que murieron más de 100.000 personas en diferentes combates. Para ese momento, el doctor Knoche era el cirujano del hospital militar de La Guaira y ya trabajaba con persistencia en la posibilidad de evitar el inexorable proceso de descomposición de los cuerpos tras la muerte. Así que sus primeros experimentos los realizó con cadáveres producidos por la guerra y que no eran reclamados por nadie. Cargados como sacos sobre lomos de burros o caballos, Knoche hacía llevar esos cadáveres hasta la hacienda Buena Vista para sus experimentos. Como es de imaginar, un médico que llevaba muertos a la montaña, rápidamente despertó la imaginación del poblado. Llegaron a llamarlo ‘el vampiro de Galipán’. Y su estampa de médico generoso se transformó en la de un hombre sombrío para los pobladores.
“En la ciudad era un médico amable, sobre todo con los niños, pero en la montaña lo consideraban casi un monstruo, por sus experimentos con cadáveres”, evoca Paul Gillman, famoso rockero venezolano que lo encarna en un film sobre su vida. Ese es el origen de uno de los mitos. Según Gilman, la gente de Galipán decía que los muertos que iban a Bella Vista, no terminaban de morir”. El médico alemán momificó, tanto animales como personas, incluso famosas como el influyente periodista y político Tomás Lander, fundador del diario El Venezolano y el expresidente constitucional de Venezuela, Francisco Linares Alcántara, quien también fue embalsamado por Knoche, y luego llevado al panteón nacional.
Al morir Knoche, su fiel Amalie -quien le sobrevivió por 20 años y, según moradores del lugar, “hablando con las momias a la hora del Angelus”- Bella Vista quedó abandonada por años. El monte empezó a cubrirlo. El lugar fue saqueado por buscadores de tesoros y estudiantes de medicina que intentaban descubrir el secreto de la fórmula embalsamadora. Uno de ellos jura que quiso aserrar un hueso y la segueta se partió. Algunas momias fueron robadas; otras, enterradas por órdenes del Ministerio de Sanidad en 1959. El sector Canoche del cerro El Ávila debe su nombre al aventurero cirujano. Cuentan los habitantes de Galipán que de noche se logra escuchar los pasos del Doctor Knoche quien, según curiosos, permanece en su hacienda en compañía de momias y demás habitantes del mausoleo, custodiando como en tiempos pasados la Hacienda Buena Vista.
Tomada de
Aleteia