Manada urbana es el calificativo que se otorgan los que defienden la causa de la ciudad, más de cien caracadictos que constituyen esta mañana de sábado un compacto grupo andariego, curioso, convencido de que las ciudades se miran con los pies. De que pisar el asfalto hace que crezcan tus raíces. Amadores de Caracas, observan con vocación de arqueólogos las construcciones tesoro que se alzan por encima de las máscaras del miedo. La estética oculta tras las rejas.
Terca, Caracas se redime en la narrativa del mestizaje y la mixtura cuando el viandante admite que la belleza también es atributo de quien ve. Entonces, fachadas y ojos hacen un pacto, y se reconocen.
Ciudad montaña es el nombre del recorrido que descubre las ramblas, las plazoletas, las construcciones históricas, y los edificios cimeros de San Bernardino y alrededores. El punto de partida es el Hotel Ávila al que se accede tras un suculento preámbulo verde. Con un frente de horizontalidad acogedora, sembrado de expresivos balcones de madera, está construido con materiales nobles que llegaron a la ciudad con dificultad en medio de la Segunda Guerra Mundial.
Obra de la oficina de arquitectos Harrison, Fouilhoux y Abramovitz (1939-1945), y luego de intervenciones varias —como comparte, con el grupo que se hace a la calle, el arquitecto Lorenzo Casas González, invitado para el ejercicio de reconocimiento—, conserva el hotel el desmedido brillo de los pisos de granito así como su mobiliario el olor a madera; también se conserva el anecdotario. Hay un minucioso registro disponible.
Pensado como sede del gobierno, devino después hotel, y albergó a reconocidos artistas, políticos y deportistas.
Estuvieron en sus habitaciones Celia Cruz, Dámaso Pérez Prado, George Foreman y Charles De Gaulle, el presidente francés de casi dos metros a quien hubo que hacerle a las volandas una cama a su medida para hospedarlo. La cama estaría ahora en La Viñeta, en Fuerte Tiuna.
Cuatro estrellas que se convirtieron en referente de los carnavales caraqueños –—“en el Avila es la cosa” —, es allí, en el este recinto de hermosas lámparas, orondos salones, piscina azul, donde Diógenes Escalante, a un paso de sustituir en la presidencia de Venezuela al general Isaías Medina Angarita, pierde la razón. Y sus camisas.
Hotel Avila, San Bernardino, Caracas.
Fotos de los huéspedes, esquelas montadas y asombros mediante, la siguiente estación es la sede de la Asociación Cultural Humboldt. Acogedor espacio que anida el arte, incluyendo un salón que reproduce al calco el estudio del explorador Alexander von Humboldt, en Berlín, contiene asimismo uno de los anfiteatros de mejor acústica del mundo. “Lo que quiso el arquitecto Dirk Bornhorst cuando encoframos este recinto con maderas de siquisique es que quien ingresara a la sala sintiera que entraba a un violín”, deja a la platea seducida el arquitecto Omar Seijas, socio de Bornhorst en el proyecto y en muchos más, sin que haya sido óbice la diferencia de edad.
“El recorrido de claroscuros y la línea altibajos que la formidable obra de ebanistería traza con la serie de tablones sobre las paredes, ese continuo zigzag, transcribe en superlativo un pentagrama de Bach”. El cabello blanco, 92 bien vividos, Bornhorst sonríe agradecido por la placa que reconoce su autoría. La devela conmovida la directora ejecutiva de la fundación, Astrid de Pasik, “con este reconocimiento hacemos justicia”. “Hacemos también memoria con estos sencillos homenajes: una placa honra y da sentido de pertenencia”, añade la arquitecta María Isabel Peña, cabeza de CCSCity450, movimiento de amor y acción por la ciudad.
La siguiente estación, también con placa develada, es el Centro Médico de San Bernardino —obra de Stelling, Toni y Cia (1944-1947)—, una clínica acogedora, aunque la aseveración parezca un oxímoron: sus jardines tienen hasta un palmetum con más de 90 especies, concebido por el neurólogo Mauricio Krivoy. Setentón y pulcrísimo, reputado centro de salud donde se dictan posgrados, contiene belleza y arte —recibe al ingresar una escultura monumental de Sydia Reyes— y al decir del periodista Alberto Veloz, buena gastronomía: “!Aquí venía la gente, seducida por el menú de su fuente de soda, a comerse los mejores clubhouse de la ciudad!”. ¿Puede un espacio al que se espera ir por poco tiempo brillar tanto, como una joya?
La caminata permite ver sin la mediación de una ventanilla a través de la cual se desplazan las construcciones, los árboles, la gente como si fueran aspiradas hacia atrás, el edificio Austonia, primera sede en Caracas de la embajada de Estados Unidos, ahora invadido y descascarado, conserva en lo alto la base donde pendía la bandera de las 50 estrellas.
Calle abajo, en la avenida Vollmer, la Comandancia General de la Marina, otrora asiento de la Shell, la empresa petrolera, y al parecer en vías de convertirse en espacio para la cultura —se mudan los de traje blanco a Fuerte Tiuna, en correcta formación— merece comentarios especiales. Obra de Baggeley y Bradbury (1946-1950), es una obra de escala amable, generosa en ventanas. Al lado está la obra de tendencia brutalista que alberga las oficinas de Corpoelec suscrita por Tomás Sanabria, cemento sin aspavientos; ángulos duros, sin perifollos.
Comandancia General de la Armada, antiguo Edificio Shell
Al sur, desde la rambla que acoge al caminante puede verse la mezcla de diseños urbanísticos en las construcciones más bajas, de cuatro pisos, hasta las más modernas y herméticas, junto a la avenida Urdaneta, que ya rebasan los 20.
San Bernardino, urbanización que pertenece a los recientemente llamados distritos petroleros caraqueños, concentraciones urbanas donde se asentaron en los míticos años cuarentas y cincuentas los expertos de la industria provenientes de Estados Unidos —por tanto tiempo el eterno mejor cliente—, y dejaron huella en la arquitectura, en los modos, en la salud, en la culinaria, verbigracia, los centros comerciales, el gusto por la hamburguesa, el dancing para ir a bailar, es una surte de mar al que confluía un delta de asfalto: la extinta plaza La Estrella, un icono urbano a través del cual se accedía desde las seis avenidas que por la posterior intensidad del tráfico fueron devorándola.
En el corazón de San Bernardino fue construida la hoy desaparecida Plaza La Estrella (Plaza de los Venados)
De potencialidades que saltan a la vista, el clima fresco y la colección de obras de arquitectura que son collar del Ávila, este barrio de asentamiento de tantas familias judías —y acaso por ello contiene tantos centros de salud, los emigrantes querrían poder sanar las heridas de la Segunda Guerra Mundial— exuda identidad, huele a dulce y fina bollería, y su trazado laberíntico parece un cuento de nunca acabar en el que te sumerges por amplias aceras.
Acaso por eso Elisa Lerner, una de las mejores narradoras venezolanas, criada allí, en esa conexión de vueltas y retornos infinitos entre sinagogas y clínicas, pastelerías de postín y caminos poco matemáticos, propuestos por la topografía, escribe con tanta devoción por el detalle y su prosa de filigrana esconde tanta minucia.
Cierra el recorrido con la confirmación del mestizaje, en la Casa de Italia. Estados Unidos, Alemania, Israel, e Italia, importantes presencias de forma y fondo en la ciudad, son vínculos en este trayecto de carrusel. La Casa de Italia, club cuya pared frontal es una invitación a la luz, enamora a primera vista la superposición de lajas de vidrios que, en el juego de solapamientos, deja ranuras para que juegue el viento. Con un mismo material dos maravillas: iluminación y aire fresco, la lógica se alía a la belleza.
Entrar es un pasaje a la Caracas de los vestidos drapeados y ceñidos a la cintura, a los estampados florales de las faldas globo, a la historia que puede ser valor sustentable. Salir, una decisión de resistencia y de asumir la nostalgia como una forma de memoria, de musa, jamás de claudicación.
Guiados por los organizadores, los profesores de la Simón, Franco Micucci y Aliz Mena, y a cuya pasión se suma la también arquitecto María Isabel Peña, profesora de la Central, conciben este proyecto con una intención: el reenamoramiento de Caracas, la búsqueda de soluciones a sus problemas, el arraigo. Toca pensar la ciudad. Caracadictos: entren que caben bien.