La fecha del 23 de enero, 61 años después, por lo que se perfila, comienza a tener también una significación histórica como la de aquella que decretó la caída de Pérez Jiménez en 1958. Se trata de una expresión masiva que sólo es comparable con lo ocurrido el 14 de febrero de 1936, cuando 50 mil caraqueños, a la muerte de Juan Vicente Gómez –el país no superaba los 350 mil habitantes- en una memorable jornada cívica encabezada por el estudiante Jóvito Villalba, salieron a las calles para iniciar lo que se llamó la transición postgomecista.
También puede equipararse su trascendencia a las acciones de enero de 1958 que concluyeron con la salida del dictador e, incluso, es válido asociar la faena, años después, con las movilizaciones más recientes registradas entre 2002 y 2004, que marcaron la insurgencia de la sociedad civil con acciones de calle contra el proyecto autoritario de Hugo Chávez, acciones que hoy son consideradas por calificados analistas cuantitativamente superiores a las protagonizadas posteriormente por los Indignados en Europa. Y podrían parangonarse asimismo con la llamada Primavera Árabe que, como se sabe, introdujo cambios tan importantes en el escenario político del Medio Oriente que aun gravitan en la costosa y ya larga guerra de Siria.
La del miércoles 23 de enero de 2019 se trató de una convocatoria de los sectores de la oposición unida que, superando un clima de desaliento en sus filas, ocasionado por los resultados obtenidos en jornadas anteriores como las de 2014 y 2017, por debajo de sus expectativas, apelaría de nuevo a la histórica cultura democrática de los venezolanos. En este caso, efectivamente, el objetivo se cumplió: nuevamente las calles de Caracas se vieron pobladas de gritos, banderas, consignas voceadas por cientos de miles de compatriotas, hecho que se reprodujo en la mayoría de las regiones del país.
El escenario además permitió –tal como se había previsto- el anuncio del presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, de asumir la Presidencia de la República de manera interina como respuesta a lo que ha considerado el organismo legislativo como la usurpación del poder en flagrante violación de la constitución bolivariana por Nicolás Maduro.
Acto seguido, el anuncio de Guaidó (joven dirigente de Voluntad Popular, el partido que lidera Leopoldo López, prisionero desde hace cinco años) activó el apoyo directo a su mandato interino por parte del gobierno de Donald Trump; del secretario general de la OEA, Luis Almagro; y de los países del llamado Grupo de Lima, que representan a 12 gobiernos del continente. Un hecho que ha desatado, como era previsible, respuestas internacionales toda vez que el Caso Venezuela es uno de los elementos más importantes en la agenda geopolítica, dada su proximidad con las naciones comprometidas para enfrentar la estrategia de la Casa Blanca, como Rusia, China, Turquìa, Irán, Corea del Norte y en el ámbito regional, Nicaragua, Bolivia y algunos países del Caribe.
En el plano nacional, la decisión de Guaidó tuvo la inmediata reacción del alto gobierno que rechazó lo que considera “un golpe de estado”. Fue comparada con lo ocurrido el 11 de abril de 2002, con la juramentación del entonces presidente de Fedecámaras, Pedro Carmona Estanga, quien asumió repentina y fugazmente las riendas de Miraflores, en el entendido del vacío de poder provocado por la salida de Hugo Chávez. A los tres días, con el regreso del gobernante electo, se despejó entonces el camino para la consolidación de un proyecto claramente autoritario que definirían sus protagonistas como el Socialismo del Siglo XXI.
En el contexto de una crisis económica, excepcionales proyecciones y un escenario de conflictividad social que puede considerarse único en América Latina, la decisión de Guaidó produjo respuestas y no solo de los agentes políticos sino entre los factores conocidos como anómicos que definen la conflictividad social venezolana. De esta manera, en las últimas horas se evidencian los síntomas de una mayor tensión política y de todos sus componentes lo cual se refleja en hechos de violencia ocurridos en las últimas horas en sectores populares, principalmente de Caracas y que reproducen, en buena medida, una curiosa combinación sucesos de la Guarimba y el Caracazo, es decir, saqueos, heridos, muerte.
La situación planteada en las últimas horas, luego del pronunciamiento formal de las Fuerzas Armadas Bolivarianas, de apoyo a Maduro y de rechazo a la posibilidad “injerencista” de otros países, obviamente en especial de Estados Unidos, aporta un nuevo dato de complejidad a una circunstancia que tiende a complicarse y cuyo desenlace podría ser costoso en términos del futuro para los venezolanos, ya directa o indirectamente enfrentados a una coyuntura que conjuga lo económico, lo político y lo social.