Estados Unidos se ha transformado en una sociedad profundamente polarizada. Ello asume múltiples dimensiones, pero de entre ellas, tres resultan particularmente significativas: la social, la regional y la política. La polarización social se expresa a través de una distribución totalmente inequitativa del ingreso. Según Martin Ford, la desigualdad entre los que tienen y los que no tienen coloca a Estados Unidos al mismo nivel de Filipinas y por encima incluso de países como Egipto, Yemen o Túnez (The Rise of Robots, New York, 2015). Jonathan Gruber y Simon Johnson explican esta situación señalando que entre 1993 y 2015 más de la mitad del ingreso obtenido por el país fue a tener a los bolsillos del 1 por ciento más rico, mientras que el remanente fue a parar a manos del 99 por ciento restante de la población. Explican así, de manera gráfica, que si se hicieran dos grandes pilas que reflejasen la distribución del ingreso durante ese período, una mayor correspondería al 1 por ciento de los estadounidenses y la otra, más pequeña, al 99 por ciento restante (Jump-Starting America, New York, 2019). Más impactante todavía es que los veinte estadounidenses más adinerados poseen más riqueza que casi la mitad de la población de Estados Unidos contada a partir de abajo (Bernie Sanders, OurRevolution, London, 2017).
La polarización regional, de su lado, se expresa en la nítida distinción que existe entre las grandes ciudades de las costas Atlántica y Pacífica, esencialmente sus ciudades globales, y el país de tierra adentro. Mientras las primeras han experimentado un círculo virtuoso de crecimiento económico, el Estados Unidos profundo ha mostrado un círculo vicioso de decrecimiento económico y deterioro social. En tanto las grandes ciudades costeras aglutinan a los sectores económicos en expansión, a las industrias de conocimiento intensivo y a los empleados de mayor calificación educativa y profesional, el país de tierra adentro concentra a la base industrial en decadencia y a los trabajadores de baja capacitación educativa y profesional. Más aún, desde esta segunda esfera se produce una fuga de talentos en beneficio de la primera. De manera no sorpresiva, los habitantes de Nueva York, Boston, Los Angeles, San Francisco o Seattle disfrutan de una mayor expectativa de vida que los del país profundo. Mientras el Estados Unidos de la costa lidera al mundo en las empresas y en los sectores productivos punteros, el de tierra adentro ha visto como otras partes del mundo, con particular referencia a China, le han succionado buena parte de su base industrial. No en balde, mientras las ciudades costeras son cosmopolitas, el país profundo resiente a la globalización y al mundo exterior.
La división política es, en medida muy importante, expresión de la regional. El país Republicano, representado por el color rojo, se sustenta esencialmente en áreas económicas de baja formación educativa, bajas habilidades profesionales y baja productividad. Dicho partido encarna a la nación resentida y crecientemente desplazada. El país Demócrata, representado por el color azul, se asienta en los distritos urbanos con mayores habilidades profesionales, nivel educativo y productividad. Mientras la base Republicana busca reencontrarse con un pasado nostálgico ya irrecuperable, la Demócrata se vuelca hacia el futuro con mayor optimismo y, a la vez, con mucho mayor respeto hacia el talento y el conocimiento. Esta última es, a la vez, más sensible la inclusión y a la equidad sociales. No hay que olvidar, en efecto, que la base Demócrata sufre también del impacto de la polarización social. El rezago de sus poblaciones afro-americana y latina y los costos excluyentes de la salud y de la educación universitaria, resultan un fuerte aliciente para ello. Ezra Klein sintetiza la polarización política existente en los siguiente términos: “Nos encontramos tan encerrados en nuestras identidades políticas que no existe virtualmente ningún candidato, ninguna información, ninguna situación, que haga cambiar nuestra manera de pensar” (Why We’re Polarized, New York, 2020). Entre los mundos de Fox o Rush Limbaugh y los de CNN o New York Times, no hay en efecto conciliación posible.
El coronavirus ha sido ocasión propicia para que la polarización estadounidense se exprese en toda su magnitud, imposibilitando coherencia en la respuesta. Mientras el país rojo minusvalora a la ciencia y a la experiencia, el azul se subsume en ellas como mapa de ruta indeclinable. Mientras el país azul se mueve mucho más a sus anchas dentro de la economía digitalizada que posibilita el trabajo en casa, el rojo debe volver a las fábricas, a los mataderos industriales o a las gandolas para subsistir económicamente. Sin embargo, también el país azul ve como sus sectores más vulnerables económicamente sufren el embate desmesurado del virus. En efecto, las poblaciones negra y latina, asociadas a los servicios esenciales, son las victimas prioritarias del COVID-19. Y así sucesivamente.