Dentro de la emergente Guerra Fría entre China y Estados Unidos hay dos conjuntos de preguntas que es necesario formularse. El primero sería el siguiente: ¿Desafió China a Estados Unidos demasiado pronto y, al hacerlo, atrajo sobre sí problemas que le impedirán la materialización de sus ambiciones? ¿Es ya demasiado tarde para que Estados Unidos pueda frenar el emerger de China a una posición de liderazgo global? El segundo conjunto de preguntas sería: ¿Cuáles serían los escenarios que podrían cobrar forma como resultado de la Guerra Fría entre estos dos mastodontes? ¿Cuál de dichos escenarios resultaría más plausible?
Es indudable que al plantear abiertamente sus ambiciones y alardear acerca de sus capacidades, mientras al mismo tiempo ha endurecido sus posiciones geopolíticas y militares, China ha planteado un desafío frontal a la primacía estadounidense. Esto ha generado una fuerte reacción por parte de este último país, donde un amplio consenso nacional visualiza a China en términos claramente antagónicos. Una nueva Guerra Fría ha tomado forma como resultado. China navega en la persecución de sus objetivos debiendo enfrentar fuertes vientos en su contra.
Sin embargo, para un país tan obsesionado como China en medir continuamente lo que denomina como su poder nacional integral, resultaría un contrasentido haber provocado de manera prematura una fuerte reacción estadounidense. Ello haría suponer que China se siente ya preparada para una medición de fuerzas con Estados Unidos. Es decir que, de acuerdo a sus propios cálculos, el momento para una competencia abierta y frontal con dicho país ya llegó. De ser así, podría ya resultar demasiado tarde para que Washington logre frenar el emerger de China al primer plano.
Medir los respectivos niveles de poder de China y de Estados Unidos, a través de un perfil balanceado de poder, resultaría la mejor manera de responder al primer conjunto de preguntas planteadas. ¿Fue muy temprano para China o es ya muy tarde para Estados Unidos?
Para medir el perfil de poder de ambos países es necesario determinar el rango en el que estos se encuentran en seis categorías distintas. Estas serían, la aptitud de convergencia (su capacidad para reclutar a otros estados a su bando); su aptitud estratégica (su capacidad para mantener un curso de acción racional y consistente); su aptitud de universalidad (su capacidad para proyectar sus valores y cultura globalmente); su aptitud militar (su capacidad para disuadir la agresión de la otra parte o de prevalecer sobre aquella en caso de hostilidades); la aptitud económica (la capacidad para mantener un mayor crecimiento sostenido del PIB dentro de una competencia con la otra parte); la aptitud tecnológica (la capacidad para obtener la primacía en un grupo clave de tecnologías emergentes).
Una aproximación metodológica a estas distintas capacidades permite comparar la correlación de poder integral de ambos estados. Ello implica poner en balanza no sólo sus respectivos niveles de poder duro y poder suave, sino también sus capacidades de innovación y su consistencia de propósito en la persecución de sus objetivos.
Una vez analizada y medida la correlación de poder entre China y Estados Unidos, es posible tener una visión más clara de sus fortalezas, debilidades y vulnerabilidades y de determinar qué tan prematuro para uno o tardío para otro resultan los tiempos. Ello, a la vez, hace más claros los escenarios posibles, permitiendo adentrarse en el segundo conjunto de preguntas, es decir, ¿cuales son las opciones que pueden configurarse y cual de ellas tendría mayor posibilidad de prevalecer?.
Los escenarios posibles serían cinco: la contención de China por parte de Estados Unidos; un acuerdo entre ambos para compartir la primacía; la guerra entre estos; el retiro de Estados Unidos; el colapso del régimen del Partido Comunista Chino (PCC).
La primera opción entrañaría un intento por replicar la política estadounidense frente a la Unión Soviética entre 1947 y 1989. Las diferencias entre ambos casos son sin embargo grandes. La segunda opción, predicada por figuras como Henry Kissinger y Paul Kennedy, implicaría concesiones mayúsculas por ambas partes. La tercera opción, aunque clara en sí misma, podría materializarse y desarrollarse por vías muy distintas. La cuarta opción, sinónimo de un nuevo período aislacionista, conllevaría a una difícil abdicación. La quinta opción entrañaría la incapacidad del PCC de manejar múltiples retos y variables simultáneos, mientras cabalga en el tigre del nacionalismo chino.
Una vez sobre el tablero, es posible evaluar qué tan plausibles resultan tales escenarios. Mi libro China versus the US: Who Will Prevail? se adentra precisamente por todos estos caminos.