La universidad moderna es un matrimonio celebrado en Estados Unidos del siglo XIX entre el sistema “Oxbridge” (Oxford, Cambridge y similares en el Reino Unido) y el sistema universitario alemán. Fue allí precisamente donde la educación superior se masificó, lanzando sus olas expansivas por el mundo. En 2012 la población universitaria global alcanzó al 32% de los jóvenes en edad estudiantil, superando incluso la demanda del bien de consumo masivo más preciado: el automóvil
(“The world is going to university”, The Economist, 28 March, 2015). La demanda de educación universitaria se asocia con la noción, cabalmente aceptada, de que la juventud es la etapa de la vida en la cual debe acumularse el máximo de conocimiento académico posible para enfrentar los retos subsiguientes de ésta. Mientras mayor sea el saber académico que se apertreche durante ese período, según dicha premisa, mayores serán las posibilidades de enfrentar con éxito las exigencias de un mundo altamente competitivo.
El problema es que los parámetros que dan sustento al planteamiento anterior, o incluso al de una educación universitaria basada en la simple acumulación de conocimientos, es que la tecnología avanza con tal rapidez que es imposible determinar cuáles serán las profesiones que permanecerán vigentes en pocos años. En palabras de Margie Warrell: “Los expertos en educación de adultos estiman que el 40% de lo que los alumnos de educación terciaria aprenden hoy resultará obsoleto dentro de una década, cuando les tocará trabajar en empleos que aún no han sido creados”
(“Learn, Unlearn and Relearn”, Forbes, February 3, 2014). Alternativamente, y según señala Cathy Davidson, el 65% de los niños que en 2011 se adentraron en el ciclo escolar terminarán trabajando, al concluir éste, en carreras que aún no se han inventado (Now You See It, London, Penguin Books, 2011).
La noción de una tecnología en proceso de avance exponencial echa por tierra toda visión acumulativa y estática de conocimientos. Por el contrario el aprendizaje permanente, la educación continua a lo largo de la vida, es la única forma de amortiguar el impacto de una “destrucción creativa” que todo se lo lleva por delante. No obstante, la propia idea del aprendizaje continuo no se identifica con ir añadiendo nuevas capas de conocimiento a las ya preexistentes. Ello por la simple razón de que las habilidades profesionales preexistentes pueden transformarse en sí mismas en las mayores rémoras para asimilar nuevo conocimiento.
En efecto, la capacidad de adaptación en medio de un entorno profesional en permanente transformación requiere saber cuestionar los paradigmas que hasta el día anterior prevalecieron. De acuerdo al mayor futurista de nuestros tiempos, Alvin Toffler, los analfabetas del siglo XXI no serán los que no sepan leer y escribir, sino los que no sepan aprender, desaprender y reaprender. En palabras de Margie Warrell, ya citada: “Desaprender es alejarse de algo. Es como remover pintura vieja. El pintor que necesita preparar una nueva superficie sabe que quitar las viejas capas de pintura le representa el 70% del trabajo a realizar mientras que repintar le significa apenas el 30%”. En otras palabras, quien no esté dispuesto o capacitado para asumir una reinvención laboral y cognitiva periódica simplemente quedará fuera del juego.
Una realidad, un proceso y un ejemplo pueden contribuir a explicar las causas de lo anterior. La realidad se correspondería a lo que en inglés se conoce como “big data” y que alude a todo el universo de información y conocimiento disponible en la esfera digital. La rapidez con la cual este avanza es descrita por Carlo Ratti de MIT y por Dirk Helbing del Instituto Federal de Tecnología de Zurich: “El año pasado se obtuvo tanta información como la acumulada previamente a todo lo largo de la civilización humana” (The Straits Times, September 12, 2016). El proceso es el del “aprendizaje de las máquinas”, mediante la cual las computadoras están ya en capacidad de extraer sus propias deducciones, enseñándose a sí mismas. El ejemplo es el de la computadora Watson de IBM, la cual luego de diversas proezas en materia de pensamiento analítico se adentró en el campo del diagnóstico médico. La misma está en capacidad de cotejar en forma instantánea todo el conocimiento médico digitalizado para emitir en segundos un diagnóstico.
Es evidente que pretender competir con las computadoras en términos de conocimientos adquiridos o destrezas profesionales será, con cada año que pase, una labor sin propósito. No en balde Finlandia, siempre pionera en materia educativa, cambió su pensum de estudios. A partir de 2020 sustituyó el enfoque tradicional de acumulación de conocimientos para concentrarse en el desarrollo de cuatro destrezas: comunicación, creatividad, pensamiento crítico y colaboración. Las mismas deberán conciliarse con cuatro actitudes: adaptabilidad, firmeza de carácter, disposición al aprendizaje continuo y capacidad de supervivencia.
De no adaptarse, el aula tradicional puede crear los analfabetas del siglo XXI.