Tanto Estados Unidos como América Latina fueron colonizados por potencias europeas. Sin embargo evolucionaron en direcciones diametralmente opuestas. El extraordinario desarrollo alcanzado por la sociedad anglosajona del Norte contrasta con la aspiración al desarrollo nunca realizada de las sociedades ibéricas del Sur. Tras esta dicotomía se encuentran diferencias culturales fundamentales. Diferencias que encontraron su génesis en los respectivos procesos de colonización.
Tal dicotomía, sin embargo, no toma en cuenta matices o referencias adicionales de mucha importancia. Ignora, por ejemplo, los otros dos componentes coloniales presentes en las Américas: el francés y el holandés. El primero, desde luego, mucho más significativo que el segundo. Ignora también la especificidad de las sociedades afroamericanas del Caribe, formadas también bajo moldes anglosajones pero bajo un proceso colonial muy distinto al de Estados Unidos.
Pasa por alto, a la vez, las similitudes existentes entre las culturas señoriales que la colonización ibérica y francesa implantaron en América. Así, por ejemplo, el concepto de “hidalgo” propio de España se encontraba reñido con toda forma de trabajo manual. Pero también la noción francesa de “derogance” entrañaba la pérdida de estatus social como resultado de las labores manuales.
Dicha dicotomía obvia de igual manera las coincidencias existentes entre las sociedades esclavistas del Sur de Estados Unidos y las sociedades esclavistas de la América Ibérica. Tampoco toma en consideración el mayor pragmatismo y moderación de los portugueses en relación con los excesos propios de la matriz castellana.
No obstante, las simplificaciones tienen un valor didáctico innegable. Así las cosas, y aun reconociendo las limitaciones propias de toda historia en blanco y negro, recurrir a la comparación entre la trayectoria seguida por los modelos coloniales anglosajón e ibérico para determinar la evolución posterior de estas sociedades, resulta de mucha importancia. De hecho, podríamos incluso pasar por alto el componente portugués de las Américas para concentrarnos en el español, cuyos rasgos resultan más definidos.
¿Qué características del modelo anglosajón trasplantados a este lado del Atlántico brindaron a Estados Unidos la capacidad para acceder a su actual primacía económica, militar y tecnológica? ¿Qué características del modelo español en las Américas sentaron las bases para el rezago de nuestras repúblicas independientes?
En primer lugar el mundo colonial español fue esencialmente urbano y se encontraba compuesto por sociedades altamente estratificadas. La noción del trabajo bajo estas condiciones iba asociada a prejuicios múltiples, particularmente en lo referente al trabajo manual. La esfera colonial británica resultó mucho más rural que urbana y, a la vez, altamente igualitaria. El esfuerzo físico, lejos de disminuir socialmente, dignificaba. Como bien ha señalado Bernard-Henry Levy la cuna de la sociedad estadounidense fue la iglesia protestante, la cual propiciaba la conformación de una ciudadanía homogeneizada, austera y laboriosa.
En segundo lugar, y emparentado de cerca con lo anterior, España trasladó al otro lado del Atlántico una visión feudal de la sociedad, sustentada en el trabajo servil o en la mano de obra esclava. De alguna manera, Hispano América fue una réplica distorsionada y aclimatada de la Castilla Medioeval. En la esfera anglosajona del Norte, por el contrario, la ruta hacia el capitalismo se inició tempranamente.
En tercer lugar, España trajo consigo un pesado aparato y una insoslayable mentalidad burocráticos. Ello no sólo incluía legiones de funcionarios y magistrados sino infinidad de normas y regulaciones. Paradójicamente ello venía acompañado de un centralismo agobiante en el cual hasta las más pequeñas decisiones debían ser consultadas a España. Inglaterra, por el contrario, recurrió a compañías colonizadoras ajenas al Estado que competían entre sí para atraer colonos. Esto último implicaba ofrecerles mayores libertades, franquicias e inmunidades y, por extensión, altos niveles de autonomía.
En cuarto lugar, la Hispano América colonial estuvo caracterizada por una simbiosis entre Estado e Iglesia, dentro de la cual a esta última correspondía el todo poderoso rol de inquisidor. Ello criminalizó la curiosidad intelectual y científica, propiciando una actitud pasiva y conformista. En la América colonial anglosajona la competencia empresarial por atraer colonos se identificaba con un amplio espectro de creencias religiosas de entre las cuales escoger. De hecho el propio inicio de su proceso colonizador respondió a la búsqueda de la libertad religiosa.
Y así sucesivamente. En definitiva, trescientos años de rígida estratificación social, prejuicios en relación al trabajo, una visión feudal de la economía, un pesado centralismo burocrático y una actitud inquisidora frente a la innovación y el conocimiento, tenían que dejar por fuerza una marca indeleble.