El proceso de sustitución de importaciones en América Latina evidenció fallas muy importantes, desarrollándose bajo condiciones irracionales. En función de las imposiciones provenientes del Consenso de Washington, a través de sus brazos ejecutores, una apertura económica a rajatabla sustituyó a una cerrazón económica de varias décadas. Tales brazos ejecutores fueron básicamente el Fondo Monetario Internacional y, en menor medida, el Banco Mundial. El primero fue el encargado de servir como alcabala de acceso a los créditos de la banca privada internacional, es decir, a préstamos que resultaban indispensables para hacer frente al pago de deuda vieja. Quien no cumpliera con los requisitos impuestos por el Consenso de Washington no recibía la aprobación del FMI y sin tal aprobación no era posible acceder a dinero fresco por parte de la banca.
Bajo los parámetros del Consenso de Washington, exigidos por el FMI, se procedió a un proceso veloz de privatización de activos estatales. En palabras de Joseph Stiglitz: “Bajo las premisas del FMI y del Banco Mundial las privatizaciones debían hacerse rápidamente…quienes privatizaban con mayor celeridad recibían las mejores puntuaciones” (Globalization and its Discontents, New York, W.W. Norton, 2003). Así las cosas, las mismas empresas públicas en función de cuya expansión se habían endeudado nuestros estados, pasaron a ser rematadas.
En la mayoría de los casos los beneficiarios de dichas privatizaciones fueron empresas extranjeras, lo que se tradujo en una inmensa transferencia de riqueza al exterior. El caso de las corporaciones españolas que participaron en este proceso resultó paradigmático. Su menor talla les había impedido competir en la escena europea frente a sus contrapartes de ese continente, razón misma que motivó su venida a América Latina. No obstante, gracias a las rápidas capitalizaciones obtenidas con sus inversiones latinoamericanas, pudieron insertarse tardíamente pero ya como jugadores mayores en el mundo corporativo europeo.
Como bien señalaba el economista asiático Ha-Joon Chang: “Las empresas cuando se privatizan deben ser vendidas al precio correcto. Vender al precio correcto es la obligación del gobierno, responsable de resguardar los activos de la Nación. Si éste vende muy barato está transfiriendo riqueza pública al comprador. En adición, si tal riqueza es transferida al exterior, se produce una pérdida de riqueza nacional. A los efectos de obtener el precio correcto, el proceso de privatización debe ser gradual. Si en un período corto se intenta vender múltiples empresas el resultado inevitable es la depreciación de su valor” (Bad Samaritans, London, Random House, 2007).
Como resultado de dichas privatizaciones parte significativa de los proveedores locales de las antiguas empresas estatales fue forzado a la quiebra. En la medida en que los nuevos propietarios se deslastraron de las viejas cadenas de suministro para insertarse en cadenas intra corporativas, numerosas pequeñas y medianas empresas latinoamericanas fueron barridas del mapa. Muchas grandes empresas latinoamericanas perdieron así su carácter de turbinas de desarrollo para transformarse en islas desconectadas dentro de sus entornos nacionales. Desde luego, esto aplicó no sólo en relación a las grandes empresas estatales que eran privatizadas, sino también en relación a importantes compañías privadas que en función de su incapacidad para competir con el exterior, pasaron a ser vendidas a multinacionales.
Junto a lo anterior vino también el abandono de la investigación y el desarrollo tecnológicos, los cuales resultaron importantes durante el período de sustitución de importaciones. Bajo los nuevos parámetros toda idea de generación de tecnología endógena pasó a ser vista como innecesaria, asumiéndose que esta vendría asociada a la nueva inversión extranjera. El resultado fue el desmontaje de un aparato tecnológico que imbricaba a empresas, universidades y redes de investigación, para ser sustituido por tecnología de maquila. Es decir tecnología foránea aplicada a cadenas de ensamblaje extranjeras cuyo objetivo es producir para la exportación. Valga decir, tecnología que no permea al entorno nacional circundante. México llevó este proceso a su máxima expresión dentro de América Latina.
Lo anterior ocurrió por responder a la “terapia de choque” que se impuso a la región. Desde luego, si en lugar de ésta se “hubiese cruzado el río sintiendo las piedras”, como prescribió Deng Xiaoping para superar los problemas económicos en el caso chino, los resultados hubiesen sido muy distintos. Y también la historia subsecuente de América Latina, la cual no se hubiera visto sometida a tantos sobresaltos sociales y políticos. Sin embargo, una ideología neoliberal pura y dura asumió el lugar que hubiese debido corresponder al sentido común.