En momentos en que China y Estados Unidos se adentran en una mutuamente desgastante y potencialmente mortífera Guerra Fría, bien vale la pena recordar como se inició lo que fue una exitosa alianza de facto entre ellos que duró casi cuatro décadas. Todo comenzó en febrero de 1972 cuando el Presidente Richard Nixon viajó a Pekín, poniendo así fin a más de dos décadas de aguda hostilidad entre ambos países. Una hostilidad que había incluido dos años de confrontación bélica directa durante la Guerra de Corea. Este histórico viaje se había visto precedido por una compleja sucesión de intentos de apertura, en la que ambas partes se habían buscado sin saber como encontrarse.
Tanto Nixon como Mao Zedong habían venido manifestando públicamente la necesidad de un acercamiento entre sus países. El primero lo había hecho como pre candidato presidencial, en un célebre artículo publicado en la revista Foreing Affairs en enero de 1967, y de manera más sutil en su discurso de toma de posesión en enero de 1969. Mao lo hizo a través de una entrevista al periodista estadounidense Edgar Snow en octubre de 1970.
A través de sus propias reflexiones, enriquecidas a través de sus conversaciones con Kissinger, Nixon había llegado a la conclusión de que ese acercamiento era necesario. Mao, en cambio, convocó a tres mariscales del ejército para que se adentrarán en un proceso de reflexión estratégica sobre el futuro de la política exterior de China. La conclusión de estos últimos, con respecto a la necesidad de la apertura a Washington, fue aceptada por Mao.
Nixon deseaba sacar a su país de la sangrienta guerra de Vietnam sin que China pudiese aprovechar tal retirada en su propio beneficio. Preservar la credibilidad estadounidense en el Este de Asia, en medio de esas difíciles circunstancias, resultaba parte fundamental del proceso. Más aún, Nixon necesitaba que Pekín presionara a Vietnam para que este país asumiera con seriedad las negociaciones de paz. La apertura a China buscaba a la vez, por vía de carambola, inducir a los soviéticos a ser más receptivos en el proceso de distención que Nixon había iniciado con ellos. En tal sentido, este visualizaba un vínculo directo entre lo que ocurriese con China y las negociaciones con Moscú en materia de limitación de armas estratégicas, Medio Oriente, Berlín y, desde luego, Vietnam. En otras palabras, abrir la puerta de China podía abrir a la vez otras puertas muy importantes.
Mao necesitaba de la reconciliación con Washington por razones más simples: disuadir a los soviéticos de atacar a China. En efecto, desde el verano de 1969 los enfrentamientos armados entre China y la Unión Soviética en los alrededores del Río Ussuri se habían venido multiplicando, haciendo de la guerra entre ambos una posibilidad inminente. Rusia había posicionado cuarenta y dos divisiones armadas, más de dos millones de soldados, en la frontera entre ambos. Aproximarse a Estados Unidos seguía una premisa clásica de la antigua historia China: negociar con los bárbaros lejanos para contrarrestar a los bárbaros cercanos.
Este acercamiento recíproco, luego de dos décadas de amargo enfrentamiento, no resultaba fácil para ninguna de las dos partes. Sólo un Presidente estadounidense con las impecables credenciales anti-comunistas de Nixon pudo haberse librado de un alto costo político doméstico. Sin embargo, en el caso de Mao ni siquiera sus aún más impresionantes credenciales anti-imperialistas parecieron haberle permitido salir indemne. Según afirma Kissinger, la misteriosa muerte en un accidente aéreo de su heredero político y segundo en el poder Lin Biao, fue la resultante de un escape apresurado luego de un intento fallido de golpe de Estado. Un intento dirigido a evitar, precisamente, la aproximación a Estados Unidos.
No obstante, las convicciones ideológicas de parte y parte nunca desaparecieron. ¿Cómo pudieron, entonces, encontrarse denominadores comunes para la apertura de compuertas en medio de valores tan diametralmente opuestos? La respuesta se encontró en el pragmatismo puro y duro: teniendo como guía el interés nacional de ambas partes y generando convergencias cada vez que estos intereses coincidían. Ello generó las bases para un acuerdo a largo plazo, pues si bien las circunstancias internacionales podían cambiar, siempre habría puntos en los que los intereses nacionales podían coincidir o complementarse.
Sucesivos eventos irían delineando la arquitectura institucional del acuerdo logrado entre Washington y Pekín a raíz del viaje de Nixon a China. Particularmente, la normalización de relaciones diplomáticas entre ambos en 1979 ya en tiempos de Carter. Hasta 2008, la convergencia en los intereses nacionales de ambas partes resultó posible. A partir de ese momento, y especialmente luego de la llegada al poder de Xi Jinping, los caminos se bifurcaron. Hoy, es cada vez menos lo que une a ambos países y más lo que los separa.
Tomada del Diario
El Universal