Si le parece imposible que el gobierno de Venezuela haya permanecido en el poder casi dos años después del autoimpuesto colapso económico del país, tenga en cuenta que Naunihal Singh, un destacado experto en transiciones de poder y golpes de estado, está tan desconcertado como todo el mundo.
, dijo el profesor Singh. "A nadie le debería interesar que el país se desestabilice en esta medida y que tanta gente pase hambre". Un indicio de por qué la crisis se ha extendido tanto es la creciente disputa sobre la legitimidad, la última señal de un punto muerto sobre el futuro del país que ya lleva más de un mes. Tanto Nicolás Maduro como Juan Guaidó afirman ser el líder legítimo de Venezuela. Los líderes militares, las élites políticas, los manifestantes y los gobiernos extranjeros han intervenido.
Disputas como ésta surgen cuando los países enfrentan crisis que pueden derrocar a un gobierno, pero los expertos sostienen que no se trata realmente de legitimidad; si no que más bien son juegos elaborados de maniobras y mensajes entre líderes militares y civiles; y también gobiernos extranjeros que tengan el poder para determinar el destino del país, sin embargo solo si suficientes de ellos se pueden poner de acuerdo para forzar ese destino.
Cuando esos actores poderosos evalúan sus opciones (un golpe de estado, un gobierno de unidad, una transición pacífica o el fortalecimiento del líder del status quo), exigen lo que asegure sus intereses y que tenga suficiente apoyo de los otros actores para lograr el éxito. "La legitimidad se utiliza, después, para envolver con un lacito a una de las opciones, no para escoger la opción", opina el profesor Singh. Ese proceso se ha roto en Venezuela; el establecimiento político está fracturado; Los gobiernos extranjeros, incluidos Estados Unidos y Rusia, tienen agendas conflictivas de suma cero, que les impiden unirse. Incluso los ciudadanos venezolanos, -- a los que tendría que convencer cualquier nuevo gobierno para sobrevivir -- también siguen divididos, algunos, particularmente entre los pobres, aún respaldan los ideales del mentor y predecesor de Maduro, Hugo Chávez y aunque algunos militares apoyan la expulsión de Maduro, como en recientes pronunciamientos aislados de oficiales, el alto mando militar ha reiterado su lealtad al mandatario.
Ejemplos
Líderes como el Shah de Irán y Hosni Mubarak de Egipto, por ejemplo, cayeron del poder cuando una cantidad suficiente de los factores de poder de su país se unieron para derrocarlos, aprovechando el descontento de los civiles para declarar que habían perdido legitimidad. Los manifestantes que han llenado las calles de Caracas los últimos días, y Juan Guaidó, el presidente interino según la Asamblea Nacional (AN) declaran que Maduro es “ilegítimo”, pero por ahora Guaidó no ha terminado de convencer a los factores reales de poder de que es una alternativa creíble y consistente. Y es que numerosas reclamaciones entrecruzadas dificultan ver una línea clara entre lo que es legítimo o ilegítimo, entre una revolución o un golpe de Estado, entre la democracia salvada o subvertida. El resultado es entonces parálisis; con el gobierno venezolano sobreviviendo casi dos años después de que el colapso económico del país fue declarado inevitable y con la nación hundiéndose cada vez más en una crisis impredecible.
Ganándose a los Militares
La compleja habilidad de maniobra de los líderes en disputa se aprecia más claramente cuando compiten pidiendo la lealtad de los líderes de las Fuerzas Armadas. "La retirada de apoyo del ejército a Maduro es crucial para permitir un cambio en el gobierno", escribió Guaidó en una publicación del New York Times, agregando de seguida la promesa de amnistía general. Sin embargo, Maduro puede tener más que ofrecer, en una táctica vieja y comprobada. Cuando el presidente de Gambia se negó a dimitir después de perder las elecciones de 2016, los ciudadanos, las élites y los gobiernos extranjeros se volvieron contra él. Pero los militares se quedaron con él, en parte porque había usado esas fuerzas para reprimir, exponiendo al alto mando a prisión si alguna vez perdía el control del Estado. El voto de los militares fue tan decisivo entonces que el presidente solo perdió el poder cuando los países cercanos invadieron. Esta es la razón por la que los llamamientos a los militares a menudo incluyen tanto una oferta de amnistía como una promesa de brindar el apoyo de las potencias extranjeras. Sin embargo, tanto Guaidó como Maduro tienen posiciones tan débiles en este caso que ninguno de los dos parece garantizar plenamente el futuro de las Fuerzas Armadas.
A pesar de que algunos oficiales se han rebelado con declaraciones aisladas en los últimos días, provocando temores de un motín en gran escala, el alto mando no se ha pasado al lado de Guaidó. Aunque Maduro parece sentir que su dominio sobre ellos es tenue ya que no ha llamado a las tropas a las calles para reprimir las protestas.
Poderes Extranjeros en Punto Muerto
Los militares no siempre son los que resuelven crisis como la venezolana. En muchos casos, los aliados o mediadores extranjeros intervienen. Incluso cuando los militares deciden el resultado, a menudo buscan la bendición de las potencias extranjeras que puedan garantizar que un nuevo gobierno sea recibido como legítimo. Cuando los Estados Unidos declararon que el presidente de Egipto ya no era legítimo en 2011, los militares lo tomaron como una señal de que entonces podían expulsarlo y se sospecha que el ejército de Zimbabue buscó la aprobación de China para destituir al presidente Robert Mugabe en 2017.
Venezuela se encuentra entre dos grupos de gobiernos extranjeros que quieren cosas muy distintas, lo que hace casi imposible para cualquier líder o grupo nacional estar seguro de que obtendrá la aprobación internacional de manera automática. Por un lado, Estados Unidos y varios países latinoamericanos, incluso Brasil, el vecino más grande de Venezuela, han reconocido a Guaidó como el líder interino; en el otro Cuba, aliado desde hace mucho tiempo, Rusia, Irán y Turquía apoyan a Maduro.
El hecho que las potencias extranjeras reconozcan a Guaidó puede sentirse como una intervención, incluso como un golpe de estado. Pero los gobiernos extranjeros suelen hacer esto para señalar a las élites militares y civiles del país que están hartos del liderazgo y dispuestos a tratar a un nuevo gobierno como legítimo. Eso es importante para las élites que quieren escuchar que cualquier transición les traerá estabilidad y alivio económico.
Una Clase Gobernante Dividida
Años de polarización entre la derecha y la izquierda, azuzados por Chávez, han dividido a la clase gobernante de Venezuela. Incluso aunque pocos están contentos con el status quo, años de desconfianza dificultan la cooperación. Incluso si una crisis como esta se resuelve entre las élites y los gobiernos, ellos saben que tienen que venderle cualquier resultado a los ciudadanos, al hombre de la calle. Ello puede funcionar suficientemente bien cuando todos los factores de poder están de acuerdo y pueden crear legitimidad después de que hayan actuado. En la revolución de 2011 en Egipto, las protestas no derrocaron al presidente Hosni Mubarak. La cúpula militar, los aliados extranjeros y ciertos factores civiles se dieron señales mutuas de que podían aceptar una toma militar interina; pero después utilizaron las protestas para legitimar su decisión. Pero cuando estas elites se encuentran en un “punto muerto”, como en Venezuela, pueden pedir a los ciudadanos que se unan detrás de ellos. Aunque esto no es suficiente para ganar el poder, puede convencer a otros en las clases dominantes de que quienquiera que cuente con el apoyo popular brindaría paz y estabilidad.
El profesor Singh señala que en sus investigaciones ha encontrado que los posibles líderes golpistas son mucho menos propensos a derrocar a un gobierno que creen que tiene apoyo popular. Las manifestaciones de legitimidad de Guaidó y de Maduro están dirigidas, en parte, a convocar a sus partidarios en una especie de muestra de fuerza política. Ello expone una verdad incómoda sobre todo cuando un cambio en el gobierno es legítimo. "La gente trata una revolución como si tuviera legitimidad y a los golpes de estado como si fueran ilegítimos", dijo el profesor Singh, como si entre ellos hubiera una distinción clara y dura. La cruda verdad, dijo, es que "a menudo van de la mano".