Historia en curva ascendente
Vida 13/03/2020 07:00 am         


8 de diciembre, día de lo mejor



Que todos seamos polvo y que en polvo nos vamos a convertir vale. O que seamos el producto que resultó de un soplido que Dios arrojó sobre el barro. Pero que la mujer haya nacido de la costilla de un hombre, no. Esta parábola parece más una ocurrencia suscrita por Steven Spielberg que obra de Dios, que creó al hombre a su imagen y semejanza, y por hombre se entiende o ha entendido como el término genérico —o echonería de género— con que se nombra a la raza humana. Por cierto que cada vez se usa menos en tal sentido.

Por el contrario, si creó a un hombre, no a la humanidad, y de ese cuerpo de 206 huesos extrajo uno para crear a la mujer, cabe inferir que somos una subcreación. Una prodigiosa que a su vez engendra la vida, pero, en efecto, una subcreación. Mujer: si puedes tú con Dios hablar, pregúntale. La oreja de Van Gogh produjo arte y literatura. Esta metáfora esquelética, asida al inconsciente colectivo per secula seculorum, podría ser el fundamento originario del machismo de cartilla, que se basa en la superioridad de un género sobre otro.

El hombre, con su osamenta fortachona, no siempre, cuidará de la mujer y ella, chuleta, astilla, apéndice le obedecerá. Lo demás es historia. Un largo etcétera de invisibilidad o garrotazos; y si no todos los varones aportarían desdén al plato servido de la vileza, la vileza llegaría hasta el sol de hoy. Pero he aquí que la mujer, si hueso, es uno duro de roer. En América Latina, sin ir muy lejos, a donde si van los cómputos, una mujer es asesinada cada dos horas; es la segunda región más letal para nuestro género, después de África. Según un informe de la Organización de Naciones Unidas, se contabilizan 137 femicidios por día en el planeta, y este es casi siempre cometido por sus parejas. Las estadísticas cuentan que una de cada tres mujeres, es víctima de agresión por un hombre. Y que 70 por ciento ha sido de alguna manera maltratada. La definición todavía se discute, si violencia de género, si machismo de género. Basta es lo que hay que decir.

Grosso modo, en sociedades, estamentos, castas y jerarquías políticas, organizaciones religiosas, dogmas y culturas —así como en las manadas, bandadas, enjambres, rebaños o cardúmenes—, salvo contadas excepciones, el macho, estuvo a cargo con excepciones que tienen nombre: Cleopatra, la reina Isabel y las primogénitas reinas que vienen —por cierto que sin sentido y demodé la monarquía—, Margareth Henríquez, venezolana cabeza en Francia de la marca de champagne Krug, Billie Jean King, la tenista que logró equiparar el premio de los ganadores al de las ganadoras —y le ganó a Bobby Riggs, que se jactaba de la superioridad masculina y decía que “las mujeres apestan” —, Sofía Imber, Amelia Earhart, Indira Gandhi, Hillary Clinton, Michele Obama, Cecilia Martínez, María Teresa Castillo, Teresa Carreño, Teresa de la Parra, Marie Curie, Anne Frank, Luisa Cáceres de Arismendi, Malala Yousafzaila, Rosa Parks, Elisa Lerner, Juana de Arco, las hermanas Bromté y tantas que son y tantas que no sabemos. Sí. Sigue la lista pero 2.700 millones de mujeres no pueden acceder a las mismas opciones laborales de los hombres. Ocupan, según promedio internacional, 19 por ciento de escaños en los parlamentos. De las 500 personas en puestos de liderazgo en las empresas con mayores ingresos del planeta, 7 por ciento son mujeres.

Reforzado el pigmento de la diferenciación, azul y rosa, con el lenguaje, la mujer corajuda llevaría pantalones y el hombre macho no le daría uso jamás a sus lacrimales. En las escuelas alemanas los niños juegan muñecas si les place, no hay áreas diferenciadas. Pero ¿qué diría María Félix, la inmensa Doña Bárbara, la misma que aseguró que puede aceptarse que una mujer tenga corazón de hombre “pero no que un hombre tenga corazón de mujer como Carlos Fuentes”? Ay. La igualdad que se busca es la social, la legal, la laboral, pero todo —el verbo, un miembro, una miembra, la moda, un abanico, un tacón, el aumento del tamaño del reloj de pulsera de la mujer—, afecta a la causa. ¿Quién quiere igualdad de ademanes, por ejemplo? Por si acaso, Jennifer López repite cada vez que puede el gesto de tocarse la vagina en escena.

Las faenas domésticas, tan complejas, tan indispensables dejan de ser asignación exclusivamente femenina, claro, si en casa todos trabajan, todos han de asumir las tareas de mantenimiento; avances: en la publicidad el padre le da el atol al bebé aunque aquello se convierte en un desastre. No, no es tema superado. En una película causa revuelo cuando la esposa tiene una empresa y el esposo se queda en casa atendiendo la familia, en realidad reducido a nada y ese abandono lo impele a ser infiel. En los setentas El varón domado fue un libro raro escrito por una mujer, Esther Vilar, que argumentaba en contra de sus congéneres que por hacer nada eran mantenidas por sus hombres. En tiempos de lavadora automática todo se volvió tan fácil, sería el argumento. O sea que el problema era llevar la ropa al río ¿Qué? ¡Ni la General Electric diría algo así!

Negociación de roles o confusión, claro que hay diferencias entre un género y otro, psique adentro; pero ¿por qué eso justificarían salarios diferentes? La mujer que incuba la cópula y la simiente y al feto y amamanta tiene una fisiología distinta y otras hormonas. Supongo que la igualdad no implica exactitud porque ¿no se atraen los opuestos? ¿Quién quiere que seamos iguales? ¿Y por eso en enero de 2020 en Venezuela fueron asesinadas 34 mujeres? Eso sí que hace la diferencia entre unos y otras. Y aunque es rigor analizar antes que estigmatizar, los datos espeluznan. “Los hombres muestran una conducta antisocial en relación 4 a 1 con respecto a la mujer en la adolescencia, y 8 a 1 en la adultez”, sacan cuentas los expertos. En cuanto a la violencia de género se toma por cierto que se trata de un crimen “por convicción”. “El agresor aplica la violencia para imponer su voluntad”. En eso los agresores se asemejan a los dictadores.

Con conexiones neuronales diferentes, y con los lóbulos cerebrales más integrados, al decir de los que ponen la lupa en la materia gris de ambos géneros, y acaso con posibilidades de comprensión más abarcadora el cerebro femenino, y aun si fuera más reprimida (ojo) y por eso menos virulenta, y sea más dada a la comunicación, incluyendo el chismorreo, de cualquier forma la mujer tiene muchísimo que aportar, no apenas porque le conviene al mercado de trabajo su ingreso, sino por ella. Tal cual lo dijo Indira Gandhi: “Para liberarse, la mujer debe sentirse libre, no para rivalizar con los hombres, sino libres en sus capacidades y personalidad”. ¿Habría más paz en el planeta?

En todos los niveles se da la lucha que busca la igualdad de oportunidades. En el gélido Reikiavik islandés hay un añoso museo que contiene más de 300 penes distintos ¿Es importante en tanto reivindicativo un museo de la vagina? ¿Eso ayudaría? Inspirado en el de los falos, y por si acaso, en octubre abrió el correlato: el Museo de la Vagina, en Londres. No ha sido muy bien recibido por los vecinos de Camdem. No, no por machismo. Es que la afluencia de hombres atraídos como moscardones en el sitio ideal están convirtiendo el punto en el perfecto para despedidas de soltero. Hacen mucho jaleo.

O sea, los hombre son unos mal portados ¡y las mujeres tienen que evitar tentarlos! Cabe recordar la minifalda considerada no como libertad personal sino como una provocación de 25 centímetros y 55  años de asombro. ¿Cuánto debe cubrirse una mujer? ¿Quién toma las medidas? ¿Tienen un buen tamaño las batolas —bayatolas, con perdón de quienes las usan—, que solo muestran los ojos de las musulmanas? ¿Qué cosa elimina el verdugo, que no sea la dignidad, cuando les cercena el clítoris a las niñitas? Se trata de extremos, sí, la ablación es inaceptable en extremo.

Consciencia, reacción o tendencia, lo cierto es que el machismo, que no deja de estrangular a las mujeres, lleva también un ojo morado. La persistencia femenina que conquistó el voto —en Venezuela en 27 de octubre de 1946, en Australia en 1902, en Angola en 1975, en Suiza en 1971, en Sudán en 1964, en Samoa en 1990, en Omán en 2003—, la misma tenacidad que se filtró a contenidos masivos y produjo, por ejemplo, la revolucionaria Shrek, la cinta de animación en la que la bella prefirió no serlo nunca más y, por si fuera poco el cambio modélico, no esperó ser defendida por un príncipe azul, su boleto a ser. Que también cambió del cielo a la tierra.

Me too no es mito, así como Plácido Domingo no es tan plácido. Por encima de las frases desangeladas que ha espetado Trump, el Shark mediático, el Tiburón de Rubén Blandes, el exdueño de Miss Universo, y ahora mismo, ay, el aliado o pese a Vox en España, un cambio parece venir, por fin. No precisamente de cirugía estética o de alzamiento de tetas, la operación cimera de los cirujanos plásticos, la que levantan libidos con tallas que parecen cilindradas, —prótesis desde 200 cc—, en el mercado de consumo. Mientras tantas mueran ahorcadas a manos de sus maridos con recurrencia mundial, granos de arena hacen suma: increíble que se vea 10 por ciento del fotograma de las pelis en protesta a que ese es el porcentaje de directoras en el cine hollywoodense.

Temazo que abarca géneros y la sexualidad —sentarse con las piernas cerradas es elegante para la mujer— y la vida, se pretende, se busca y se aguar más sabiduría, más plenitud, más compañerismo, no relaciones como pugilato que zahieren, hincan, rompen. 


“No nacemos como mujer, sino que nos convertimos en una”, consignó la escritora Simone de Beavoir.


Pues vienen las mujeres, y no de corbata ¿para qué?


 






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