Que todos seamos polvo y que en polvo nos vamos a
convertir vale. O que seamos el producto que resultó de un soplido que Dios arrojó
sobre el barro. Pero que la mujer haya nacido de la costilla de un hombre, no. Esta
parábola parece más una ocurrencia suscrita por Steven Spielberg que obra de
Dios, que creó al hombre a su imagen y semejanza, y por hombre se entiende o ha entendido como el término genérico —o echonería
de género— con que se nombra a la raza humana. Por cierto que cada vez se usa
menos en tal sentido.
Por el contrario, si creó a un hombre, no a la humanidad,
y de ese cuerpo de 206 huesos extrajo uno para crear a la mujer, cabe inferir
que somos una subcreación. Una prodigiosa que a su vez engendra la vida, pero, en
efecto, una subcreación. Mujer: si puedes tú con Dios hablar, pregúntale. La
oreja de Van Gogh produjo arte y literatura. Esta metáfora esquelética, asida
al inconsciente colectivo per secula seculorum, podría ser el fundamento
originario del machismo de cartilla, que se basa en la superioridad de un
género sobre otro.
El hombre, con su osamenta fortachona, no siempre, cuidará
de la mujer y ella, chuleta, astilla, apéndice le obedecerá. Lo demás es
historia. Un largo etcétera de invisibilidad o garrotazos; y si no todos los
varones aportarían desdén al plato servido de la vileza, la vileza llegaría hasta
el sol de hoy. Pero he aquí que la mujer, si hueso, es uno duro de roer. En
América Latina, sin ir muy lejos, a donde si van los cómputos, una mujer es
asesinada cada dos horas; es la segunda región más letal para nuestro género,
después de África. Según un informe de la Organización de Naciones Unidas, se
contabilizan 137 femicidios por día en el planeta, y este es casi siempre
cometido por sus parejas. Las estadísticas cuentan que una de cada tres
mujeres, es víctima de agresión por un hombre. Y que 70 por ciento ha sido de
alguna manera maltratada. La definición todavía se discute, si violencia de
género, si machismo de género. Basta es lo que hay que decir.
Grosso modo, en sociedades, estamentos, castas y jerarquías
políticas, organizaciones religiosas, dogmas y culturas —así como en las
manadas, bandadas, enjambres, rebaños o cardúmenes—, salvo contadas
excepciones, el macho, estuvo a cargo con excepciones que tienen nombre:
Cleopatra, la reina Isabel y las primogénitas reinas que vienen —por cierto que
sin sentido y demodé la monarquía—, Margareth Henríquez, venezolana cabeza en
Francia de la marca de champagne Krug, Billie Jean King, la tenista que logró
equiparar el premio de los ganadores al de las ganadoras —y le ganó a Bobby
Riggs, que se jactaba de la superioridad masculina y decía que “las mujeres
apestan” —, Sofía Imber, Amelia Earhart, Indira Gandhi, Hillary Clinton,
Michele Obama, Cecilia Martínez, María Teresa Castillo, Teresa Carreño, Teresa
de la Parra, Marie Curie, Anne Frank, Luisa Cáceres de Arismendi, Malala
Yousafzaila, Rosa Parks, Elisa Lerner, Juana de Arco, las hermanas Bromté y
tantas que son y tantas que no sabemos. Sí. Sigue la lista pero 2.700 millones
de mujeres no pueden acceder a las mismas opciones laborales de los hombres.
Ocupan, según promedio internacional, 19 por ciento de escaños en los
parlamentos. De las 500 personas en puestos de liderazgo en las empresas con
mayores ingresos del planeta, 7 por ciento son mujeres.
Reforzado el pigmento de la diferenciación, azul y rosa, con
el lenguaje, la mujer corajuda llevaría pantalones y el hombre macho no le
daría uso jamás a sus lacrimales. En las escuelas alemanas los niños juegan
muñecas si les place, no hay áreas diferenciadas. Pero ¿qué diría María Félix,
la inmensa Doña Bárbara, la misma que aseguró que puede aceptarse que una mujer
tenga corazón de hombre “pero no que un hombre tenga corazón de mujer como
Carlos Fuentes”? Ay. La igualdad que se busca es la social, la legal, la
laboral, pero todo —el verbo, un miembro, una miembra, la moda, un abanico, un
tacón, el aumento del tamaño del reloj de pulsera de la mujer—, afecta a la
causa. ¿Quién quiere igualdad de ademanes, por ejemplo? Por si acaso, Jennifer
López repite cada vez que puede el gesto de tocarse la vagina en escena.
Las faenas domésticas, tan complejas, tan indispensables dejan
de ser asignación exclusivamente femenina, claro, si en casa todos trabajan,
todos han de asumir las tareas de mantenimiento; avances: en la publicidad el
padre le da el atol al bebé aunque aquello se convierte en un desastre. No, no
es tema superado. En una película causa revuelo cuando la esposa tiene una
empresa y el esposo se queda en casa atendiendo la familia, en realidad reducido a nada y ese abandono lo impele a ser infiel. En los setentas El varón domado fue un libro raro escrito por una mujer, Esther
Vilar, que argumentaba en contra de sus congéneres que por hacer nada eran mantenidas por sus hombres. En tiempos de
lavadora automática todo se volvió tan fácil, sería el argumento. O sea que el
problema era llevar la ropa al río ¿Qué? ¡Ni la General Electric diría algo
así!
Negociación de roles o confusión, claro que hay
diferencias entre un género y otro, psique adentro; pero ¿por qué eso
justificarían salarios diferentes? La mujer que incuba la cópula y la simiente
y al feto y amamanta tiene una fisiología distinta y otras hormonas. Supongo
que la igualdad no implica exactitud porque ¿no se atraen los opuestos? ¿Quién
quiere que seamos iguales? ¿Y por eso en enero de 2020 en Venezuela fueron
asesinadas 34 mujeres? Eso sí que hace la diferencia entre unos y otras. Y aunque
es rigor analizar antes que estigmatizar, los datos espeluznan. “Los hombres
muestran una conducta antisocial en relación 4 a 1 con respecto a la mujer en
la adolescencia, y 8 a 1 en la adultez”, sacan cuentas los expertos. En cuanto
a la violencia de género se toma por cierto que se trata de un crimen “por
convicción”. “El agresor aplica la violencia para imponer su voluntad”. En eso
los agresores se asemejan a los dictadores.
Con conexiones neuronales diferentes, y con los lóbulos
cerebrales más integrados, al decir de los que ponen la lupa en la materia gris
de ambos géneros, y acaso con posibilidades de comprensión más abarcadora el
cerebro femenino, y aun si fuera más reprimida (ojo) y por eso menos virulenta,
y sea más dada a la comunicación, incluyendo el chismorreo, de cualquier forma
la mujer tiene muchísimo que aportar, no apenas porque le conviene al mercado
de trabajo su ingreso, sino por ella. Tal cual lo dijo Indira
Gandhi: “Para liberarse, la mujer debe sentirse libre, no para rivalizar con
los hombres, sino libres en sus capacidades y personalidad”. ¿Habría
más paz en el planeta?
En todos los niveles se da la lucha que busca la igualdad
de oportunidades. En el gélido Reikiavik islandés hay un añoso museo que
contiene más de 300 penes distintos ¿Es importante en tanto reivindicativo un
museo de la vagina? ¿Eso ayudaría? Inspirado en el de los falos, y por si
acaso, en octubre abrió el correlato: el Museo de la Vagina, en Londres. No ha
sido muy bien recibido por los vecinos de Camdem. No, no por machismo. Es que la
afluencia de hombres atraídos como moscardones en el sitio ideal están
convirtiendo el punto en el perfecto para despedidas de soltero. Hacen mucho
jaleo.
O sea, los hombre son unos mal portados ¡y las mujeres tienen
que evitar tentarlos! Cabe recordar la minifalda considerada no como libertad
personal sino como una provocación de 25 centímetros y 55 años de asombro. ¿Cuánto debe cubrirse una
mujer? ¿Quién toma las medidas? ¿Tienen un buen tamaño las batolas —bayatolas, con perdón de quienes las
usan—, que solo muestran los ojos de las musulmanas? ¿Qué cosa elimina el
verdugo, que no sea la dignidad, cuando les cercena el clítoris a las niñitas? Se
trata de extremos, sí, la ablación es inaceptable en extremo.
Consciencia, reacción o tendencia, lo cierto es que el
machismo, que no deja de estrangular a las mujeres, lleva también un ojo
morado. La persistencia femenina que conquistó el voto —en Venezuela en 27 de
octubre de 1946, en Australia en 1902, en Angola en 1975, en Suiza en 1971, en
Sudán en 1964, en Samoa en 1990, en Omán en 2003—, la misma tenacidad que se
filtró a contenidos masivos y produjo, por ejemplo, la revolucionaria Shrek, la cinta de animación en la que
la bella prefirió no serlo nunca más y, por si fuera poco el cambio modélico, no
esperó ser defendida por un príncipe azul, su boleto a ser. Que también cambió
del cielo a la tierra.
Me too no es mito, así como Plácido Domingo no es tan
plácido. Por encima de las frases desangeladas que ha espetado Trump, el Shark mediático,
el Tiburón de Rubén Blandes, el exdueño de Miss Universo, y ahora mismo, ay, el
aliado o pese a Vox en España, un cambio parece venir, por fin. No precisamente
de cirugía estética o de alzamiento de tetas, la operación cimera de los
cirujanos plásticos, la que levantan libidos con tallas que parecen
cilindradas, —prótesis desde 200 cc—, en el mercado de consumo. Mientras tantas
mueran ahorcadas a manos de sus maridos con recurrencia mundial, granos de
arena hacen suma: increíble que se vea 10 por ciento del fotograma de las pelis
en protesta a que ese es el porcentaje de directoras en el cine hollywoodense.
Temazo que abarca géneros y la sexualidad —sentarse con las piernas cerradas es elegante para la mujer— y la vida, se pretende, se busca y se aguar más sabiduría, más plenitud, más compañerismo, no relaciones como pugilato que zahieren, hincan, rompen.
“No nacemos como mujer, sino que nos convertimos en una”, consignó la escritora Simone de Beavoir.
Pues vienen las mujeres, y no de corbata ¿para qué?